¿Nos está enseñando la guerra de Rusia a diversificar cómo compramos y consumimos?
Las materias primas y la energía, lo que más ha cambiado desde la guerra
En la mañana del 24 de febrero de 2022 nos despertamos con todos los medios de comunicación contando la invasión rusa a Ucrania. Desde entonces, la política energética, la seguridad, las exportaciones y el comercio mundial se han visto afectados por las noticias y avances que siguen llegando del este de Europa.
En un contexto de absoluta globalización e incertidumbre por la guerra, Europa aprobó una serie de sanciones que afectaron al devenir económico y comercial de Rusia. ¿Qué hicieron? Restringieron el acceso a la tecnología, al comercio y a la inversión en sectores clave como la energía y los transportes, entre otras medidas.
Las sanciones a la energía fueron un punto de inflexión. Hasta el estallido de la guerra, Rusia era uno de los principales exportadores, tanto de petróleo como de gas y carbón. Por ello, las medidas que se firmaron provocaron que las dinámicas de la zona euro tuviesen que cambiar. ¿Quiénes serían los nuevos proveedores? ¿Qué ocurre cuando se veta al principal proveedor de más de 20 países? Cuellos de botella, falta de stock y nuevas alianzas.
Rusia: exportador de energía
Rusia ha pasado de ser el mayor exportador de petróleo a Europa -a finales del 2022, las importaciones rusas de petróleo al Viejo Continente eran casi del 90%- a que le prohibiesen la venta, exportación o transferencia de petróleo crudo por vía marítima y determinados productos petrolíferos por su papel en la guerra. debido al estallido de la guerra contra Ucrania.
El gas que llegaba a la Unión Europea era en un 41% de origen ruso y, sumándolo al petróleo y al carbón, representaban un gasto diario de 800 millones de dólares en favor de Rusia, según afirmaba el comisario europeo del Mercado interior, Thierry Breton. El reto entonces se basaba en reducir la dependencia con el Kremlin. En 2022 el gas suministrado por los rusos a los veintisiete de la zona euro se redujo al 7% y se elevaron las importaciones de gas natural licuado (GNL) que llegaba, en su mayoría, desde Estados Unidos. Un cambio que provocó cuellos de botella en los flujos y que disparó el precio del gas en Europa.
“La evolución del precio del gas ha pasado más desapercibida que la del petróleo. Hoy está a una décima parte de cómo estaba hace un año, teniendo en cuenta que el gas, con los gaseoductos rusos cerrados, está prácticamente a niveles que podemos considerar normales”, señala José Ramón Iturriaga, socio y gestor de fondos en Abante. Además, añade: “Los depósitos de los países europeos están prácticamente llenos y se ha reducido el consumo de forma estructural sin mayor impacto en la economía”. Actualmente, las reservas están al 94% de su capacidad, según Gas Infraestructure Europe.
La necesidad por parte de Europa de buscar otros aliados que le proporcionasen energía ha sido evidente durante la guerra y, en el caso del gas licuado, exitosa. En cambio, si ponemos el foco en el petróleo y la evolución de los precios vemos cómo, durante el mes de agosto, repuntó. A día 21 de septiembre el barril cuesta 92,55 dólares, una de las cifras más altas en los últimos seis meses debido a los acuerdos entre Rusia y Arabia Saudí para reducir la producción diaria, que durará hasta final de año. Además, la demanda del petróleo ha aumentado significativamente, haciendo que los precios se incrementen y que, a pesar de las sanciones y menores envíos, los ingresos de Rusia en agosto alcanzasen los 17.100 millones de dólares, señala la Agencia Internacional de Energía.
Las medidas sancionadoras de la zona euro han supuesto a Rusia 160 millones de euros al día en pérdidas, según un informe elaborado por el Centro de Investigación sobre Energía y Aire Limpio. Siendo Europa el máximo exportador de gas natural y el segundo en cuanto a petróleo, ¿se trata de medidas que puedan perdurar en el tiempo con uno de los países que más producto -del que necesita Europa- tiene?
Los monopolios del mundo y la importancia de diversificar
La pandemia y la guerra han traído varias consecuencias en materia de exportaciones e importaciones y han provocado que se dude acerca de los beneficios de tener las cadenas de suministro a kilómetros de distancia. Porque las tensiones económicas, sociales o políticas del país vendedor pueden comprometer la producción, imposibilitar la venta, distribución y la oferta en el país comprador.
En realidad, son muchos los países que aglutinan la mayoría de las exportaciones de un producto en concreto y que, además, son mundialmente reconocidos con ello por formar parte de su ADN. China, por ejemplo, representa el 70% de la producción de células fotovoltaicas en el mundo. Japón, es conocido por la producción de coches. Ucrania, por el trigo. Alemania, el chocolate. Francia, el vino. Taiwán, los semiconductores. Costa Rica, la piña fresca. Brasil, el café. Y México, la plata.
La historia reciente nos ha enseñado que depender, en su mayoría, de un país favorece, en las crisis, los cuellos de botella y fomenta que nos quedemos sin stock. Tener alternativas o numerosos aliados puede salir, quizá un poco más costoso, pero rentable en términos de riesgo.
Diversificar nos permite reducir pérdidas. Así lo ha demostrado el gas licuado. Y también los chips. Estos, antes de la pandemia, provenían casi el 90% de Asia y tras un 2020 complicado por su ausencia en el Viejo Continente, Bruselas quiere movilizar 43.000 millones de euros para aumentar la capacidad de producción, crear cadenas de suministro y potenciar su fabricación, pudiendo llegar a alcanzar una cuota del 20% del mercado mundial en 2030.