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Vodafone, ofertas a derribo y un largo viaje hacia la noche

La división española, otrora valorada en 7.500 millones, ha perdido tracción. “Si pagas 6.000 millones, en Londres te regalan un Bentley”, ironiza el mercado

Meinrad Spenger, primer ejecutivo de MásMóvil; Coolman Deegan, ex-CEO de Vodafone España, y Nick Read, de Vodafone Grupo.
Meinrad Spenger, primer ejecutivo de MásMóvil; Coolman Deegan, ex-CEO de Vodafone España, y Nick Read, de Vodafone Grupo.

Meinrad Spenger, Meini para los amigos, explica a quien quiere escucharle desde su atalaya de MásMóvil por qué eligió a Orange sobre Vodafone para consolidar el sector de las telecos. “Es simple. Unos movieron ficha y otros, no”, viene a decir entre viaje y viaje a Bruselas para ablandar a las autoridades de competencia y rebajar las duras condiciones que amenazan con imponerle a la operación, con la espada de Damocles del veto como una opción real. “Por seis billions te vas a Paddington, compras Vodafone España y te regalan un Bentley”, remacha ahora un analista extranjero, al tanto de las cuentas a derribo en las que trabajan los fondos para adquirir la división y que tan alejadas parecen de las valoraciones de hace apenas meses. Por el camino, la salida del CEO mundial, Nick Read; del primer ejecutivo para España, Colman Deegan, y la degradación de la filial española, despojada de identidad propia e incorporada a un clúster europeo. El largo viaje hacia la noche de Vodafone España tiene hitos, con traiciones y venganzas, una tragedia más propia de Shakespeare que de O’Neill.

Corría el mes de octubre de 2020 y la sociedad anunciaba la llegada de Deegan como patrón de la compañía. El irlandés reemplazaba en la gestión a Antonio Coimbra, que en 2018 había tomado la difícil y valiente decisión de prescindir del fútbol en la oferta de la operadora –“aunque todos los clientes que ven algo de fútbol se dieran de baja, ganaríamos dinero con la decisión por lo que nos cuesta”, venía a argumentar–. Muchos entendieron que la llegada del nuevo jefe marcaba un antes y un después, en tanto se trataba de un directivo especialista en fusiones y adquisiciones, pero no tanto en la gestión. ¿Por qué seguir apostando por un mercado reventado por la presión de precios? Aunque la tensión comercial se mantuviera dentro, el mercado entendió que Deegan venía a colocar la filial. Con la batalla comercial en su punto más alto, llegó la oportunidad de la boda con MásMóvil y arrancaron unas negociaciones que se prolongaron durante meses rumbo a lo que parecía una inevitable luna de miel.

“Estuvieron muy cerca de cerrar”, aseguran fuentes conocedoras de los contactos. No les separaron más de 300 millones, dentro de una valoración de la británica en torno a 7.500. Lo que no se imaginaban en Londres es que MásMóvil no había perdido el tiempo y que la negociación estaba lejos de ser bilateral. La irrupción en el partido de Orange, para muchos en las filas rojas una traición en toda regla, se había fraguado en silencio. Era el plan B de Spenger. La compañía francesa pensó durante muchos meses que Vodafone y MásMóvil terminarían pactando. El escenario, que le dejaba solo en la pista de baile, le generaba pavor, al punto de que in extremis se planteó la creación de un conglomerado industrial para unir las dos redes fijas y móviles con el fin de dar servicio a las dos marcas y también a terceros. Un mal menor que tampoco debió seducir a Vodafone. El resto es historia. Las conversaciones de Spenger con Deegan se rompieron y, andando el tiempo, Orange cogió tracción y se llevó el gato al agua. Estamos en marzo de 2022.

Desde entonces, fondos de inversión que presumen de estar liderados por ilustres ejecutivos del sector –desde extelefónicas a exeuskalteles– han hecho cuentas por la filial española de Vodafone. Sin embargo, los planteamientos económicos están ya muy lejos de aquellos que un día se manejaron. Con un ebitda en el entorno de los 1.000 millones y aplicando un multiplicador al sector entre cinco y seis, parece difícil que nadie se plantee superar los 6.000 millones. Los tipos al alza, una financiación mucho más compleja y un sector a la espera de los remedies que Bruselas pueda imponer a MásMóvil y Orange para autorizar la operación -y que condicionarán toda la estructura del mercado en España y Europa- complican que nadie mueva ficha. Lo que hace dos años era un chollo, con el dinero entrando a raudales, hoy es un riesgo. Si el consejo de Vodafone Grupo preaprobó la transacción dentro de unos parámetros, cualquier planteamiento está fuera de esas horquillas. No parecería tampoco razonable, además, que un movimiento de esa envergadura pudiera encontrar luz verde con un primer ejecutivo interino, como es Margaritha Della Valle, incluso en una organización tan disfuncional como la británica. La compañía, en todo caso, no acusa oficialmente recibo de propuesta alguna y, además, reniega de planteamientos tan a la baja, consciente de que le saldría mejor hasta trocear la firma.

Llegados a ese punto, la siguiente secuencia fue adelantada por Cinco Días. El grupo se planteó separar la red y venderla, entregando mandato a Evercore. ¿Cifra objetivo? 4.000 millones. No obstante, fuentes al tanto del proceso explican los obstáculos para que la operación llegue a buen puerto en ese entorno de precio. Para empezar, a corto o medio plazo tocará al comprador migrar la red de cable –heredada de Ono– a fibra, con un gasto asociado. En segundo lugar, como toda red, tendrá un solapamiento que habrá que gestionar, con más dinero sobre la mesa. Hasta tal punto la operación no vuela, que existe la posibilidad de que Telefónica y Vodafone puedan llegar a un acuerdo para desmantelar la estructura y que los británicos tiren de la red de la española a un precio de amigo. La firma de José María Álvarez-Pallete se quitaría un competidor y, además, evitaría la llegada de un nuevo rival en las zonas de solape. La cuestión, empero, también se antoja delicada ya que Vodafone, que legítimamente vería la operación como el abrazo del oso, podría tener que afrontar algún write-off por el valor en libros del activo. Desde la casa se niega la mayor y se asegura que el proceso sigue su curso a velocidad de crucero.

A ese laberinto se le añade el riesgo de desmotivación en una plantilla a la espera de proyecto. Mary, la madre atada a la morfina para huir de la enfermedad –y de la realidad– en Largo viaje hacia la noche (Eugene O’Neill, 1956), arrecia en un momento de lucidez: “No intentemos entender lo que no podemos comprender. No es posible impedir lo que no podemos evitar... La vida nos ha hecho cosas que no podemos justificar ni explicar”. Los tiempos han cambiado para un sector que ha pasado de prima donna a figurante, de capitalizaciones estratosféricas a reinventarse. Vodafone no será el último damnificado por el cambio de paradigma en marcha. Mejor aceptar cuanto antes la realidad y los números.

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