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El Foco
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Quo vadis, clase media española?

El porcentaje de familias encuadradas en este segmento social era del 63% en 2006 y ahora representa ya solo el 57%

Estamos asistiendo a un fenómeno social que cabe calificarse de histórico: el debilitamiento y el desmantelamiento progresivo de la clase media, tanto en España como en todo el mundo occidental, y este hecho hay que ligarlo a las sucesivas crisis económicas.

La consolidación de la clase media en nuestro país coincidió históricamente con el franquismo, que construyó sobre ella su base sociológica y hasta su imaginario. Superada en el tiempo la dura posguerra, los españoles ascendíamos por la escalera social, con escalones de gigante entre 1959, año del plan de Estabilización, y 1973-1975, con los planes de desarrollo como marco. A raíz de la primera gran crisis energética, ligada a los precios del petróleo, la escalera social frenó su subida e inició un constante descenso, acelerado a raíz de la crisis financiera de 2008.

Como consecuencia, aumenta el segmento de población considerada clase alta, pero lo hace también, el sector socio-económicamente más desfavorecido y vulnerable: la clase baja. Entre tanto la clase media desciende en términos absolutos y relativos. En la actualidad, el 11% de las familias españolas puede considerarse de clase alta, el 57 % de clase media y el 32% de la baja. Estas cifras eran del 8%, del 63 % y del 29% en 2006, respectivamente, lo que prueba categóricamente la involución social aludida. Asistimos, pues, a una polarización social y económica cada vez mayor. Factor coadyuvante en los últimos años fue la pandemia de Covid-19 y la crisis económica subsiguiente que aceleraron el proceso de desestructuración social: los cambios en el mercado laboral, la educación, el acceso a la vivienda y la fiscalidad habían actuado antes como factores determinantes.

Por lo que respecta al factor laboral caben citar la temporalidad, la inestabilidad y precariedad en el empleo, el paro (la crisis de 2008 destruyó 900.00 empleos), las formas de trabajo informal ligadas a la economía sumergida (que representa aún el 23,1 % de nuestro PIB, según el Instituto de Estudios Económicos), la dualidad y segmentación de nuestro mercado de trabajo y la globalización y deslocalización del empleo singularmente en la industria.

La desigualdad frente a la educación es otro importante factor de debilitamiento de la clase media. Nuestro sistema educativo está cada vez más segregado por origen social y al tiempo su encarecimiento es progresivo, singularmente en el nivel superior: el más fiel reflejo es la eclosión en las últimas décadas de universidades privadas en nuestro país (4 en 1970, 7 en 1996 y 34 en la actualidad, que imparten un tercio de todos los másteres).

A estos factores se superponen otro conjunto de hechos como el encarecimiento de la vivienda, la regresividad fiscal durante los gobiernos conservadores, la inflación y la consiguiente pérdida de capacidad adquisitiva para cada vez mayor número de familias y la creciente desigualdad de ingresos y de riqueza, reflejada en un dato bien significativo: desde 2011 el porcentaje de valor añadido bruto de las empresas no financieras destinado a la remuneración del capital –esto es, sus beneficios– fue mayor que el destinado a los salarios haciendo que la brecha entre ambos componentes se cronifique y agrande.

La consecuencia social de estos factores, de tan marcado carácter económico, es que la conciencia e identidad y la propia organización de la sociedad en clases, aparecen cada vez más desdibujadas, más diluidas, y se desarrolla una sociedad estructuralmente desigual (Bruselas situaba recientemente a España a la cabeza de la desigualdad por renta en la UE) y a la vez tan extraordinariamente diversa y plural que algún sociólogo la ha definido acertadamente como sociedad de abanico o sociedad caleidoscopio.

En efecto, actualmente lo que define a las personas no es tanto la conciencia y pertenencia a una clase social como los estilos de vida, y, sobre todo, los tipos de consumo. Junto a este hecho que hay que considerar, como señala el sociólogo y politólogo francés François Dubet, las peligrosas dualidades actuales que desvertebran nuestras sociedades occidentales: nacionales/inmigrantes, incluidos /excluidos, estables/precarizados, cosmopolitas móviles/locales inmóviles ... a las que se podría añadir otra más: nueva clase media/vieja clase media.

Y también han de considerarse otras dualidades con marcada dimensión territorial: rural/urbano, centro/periferia, concentración/dispersión, territorios envejecidos demográficamente regresivos/territorios jóvenes y demográficamente dinámicos, como pusimos de manifiesto en nuestro atlas de la población española, análisis de base municipal que vio la luz hace más de dos décadas.

También hay que tener en cuenta lo que alguna vez definimos como el factor D: la demografía. La población española está envejeciendo a uno de los ritmos más altos del mundo como consecuencia tanto de la vertiginosa caída de la fecundidad (1,3 hijos por mujer, lejos del 2,1 que asegura el reemplazo generacional), que explica el envejecimiento por la base de la pirámide, como del aumento de la esperanza de vida –que es una de las más elevadas del planeta– que explica el envejecimiento por su cúspide. Y es de sobra conocida la relación envejecimiento/empobrecimiento, para la mayor parte de la población.

En consecuencia, es urgente poner en marcha políticas públicas que aseguren y refuercen a la clase media, porque como advierte la OCDE, “una clase media fuerte y próspera es importante para la economía (...). Los impuestos que esta clase paga son esenciales para financiar adecuadamente la protección social. Estas sociedades experimentan niveles más altos de confianza social, menos incidencia delictiva y mayor satisfacción con la vida”.

Sin una clase media fuerte podríamos caer en los males y los peligros de lo que el politólogo Colin Crouch define como posdemocracia. La estabilidad política y la cohesión social estarían en juego y el futuro de nuestra economía y de nuestro estado de bienestar también, pues la relación entre lo uno y lo otro es unívoca.

Pedro Reques Velasco es Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Cantabria

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