La era del colesterol económico
No basta con crecer, gastar e invertir si no se está dispuesto a reformar las leyes, los procesos y la capacitación de la gente
Vivimos inmersos en la cultura del crecimiento. Sin crecimiento, la nada. Este es el mantra del capitalismo y las economías liberales y abiertas. El PIB y su crecimiento, como si de una religión se tratase, se han convertido en un icono, en un faro que nos guía e ilumina. Si el PIB flojea vemos despertar de sus tumbas los fantasmas del paro, los recortes y la merma del bienestar. Si el PIB alardea de crecimiento, soñamos con el aguinaldo de la prosperidad. Tres letras que se han grabado en nuestro lenguaje como un tatuaje en la piel, ese que no sabes bien qué significa, pero que contemplas una y otra vez cada mañana con ilusión. Pero el PIB, como el colesterol, puede ser bueno –eso dice mi médico– o significar grasa en exceso en la sangre y, por tanto, riesgo creciente.
Como el colesterol malo, ese que se pega en las arterias y puede provocarnos la muerte, el crecimiento del PIB, aupado por un Estado del bienestar sin límite en Europa, el miedo secular a tocar algo y romperlo y, sobre todo, el terror político a la desincentivación del voto, también es capaz de generar improductividad, gasto fatuo y grasa en los mecanismos de la economía y la sociedad que terminan convirtiéndose en ineficiencia y falta de competitividad.
¿Se han parado a pensar por qué muy pocos países han dado marcha atrás en los controles de seguridad aeroportuarios o ferroviarios implantados como consecuencia de la crisis generada por el 11-S décadas atrás? Hoy la tecnología, la reducción de la amenaza y sobre todo las nuevas formas de hacer el mal han dejado obsoletos muchos de estos controles, que, eso sí, generan miles de empleos directos e indirectos con mecanismos y servicios que alimentan al crecimiento del PIB. Países como Israel , donde manda la eficiencia, ya no requieren ni sacar los ordenadores ni los líquidos, ni presentar tu pasaporte una y otra vez hasta terminada la gincana del embarque. Israel sabe que con tecnología previene y monitoriza mejor que con controles manuales que se nos han revelado a todos poco eficaces y no le asusta el desempleo, porque su economía está cercana al pleno empleo.
¿Se han parado a pensar que ocurriría con una Justicia totalmente mecanizada, con robotización de proceso e inteligencia artificial, en la que aboliésemos la imagen de oficinas judiciales enterradas en montañas de papeles? Pues probablemente ocurriría que la justicia sería mucho más rápida, e incluso más justa, eso sí, requiriendo mucho menos personal en ocasiones con baja cualificación. ¿Quién se atreverá a cambiar la ley para permitir menor garantismo burocrático en los procesos judiciales diseñados en muchos casos hace dos siglos?
¿No se preguntan por qué en el siglo XXI las plazas de funcionario ganadas por oposición son permanentes? ¿Por qué no existen incentivos salariales suficientes para motivar y discriminar al bueno del malo o por qué no se puede trasladar de puesto a un técnico de un distrito (ya no de una ciudad) a otro? Todas estas normas y reglas, creadas y acumuladas haces siglos (sí, no es una forma de hablar) están esperando un replanteamiento acorde a los tiempos en que vivimos. Claro que, enfrente, está el imparable número de votos que representa y, seamos claros, la menor necesidad de mano obra en una Administración plenamente eficiente. ¿Ha escuchado el lector a alguna Administración plantear el exceso de empleados provocado por la digitalización, mecanización y reforma de los procesos? Antes, al contrario, no conozco ninguna Administración que no se declare corta de empleados.
Hoy la economía en los países desarrollados vive en la paradoja de querer mantener la competitividad, aprovechar las ventajas de la tecnología para producir más y mejores servicios para los ciudadanos, en los que la experiencia de consumo o de servicio sean mejores y más accesibles, a la vez que en mantener el statu quo y no generar distorsión alguna en el empleo, y menos en el público.
¿Se han dado cuenta de que, a pesar de las webs, apps, tarjetas electrónicas y demás soluciones técnicas, seguimos sin poder interoperar de manera transparente, rápida y sencilla entre comunidades autónomas en sanidad, en educación, en transporte o en justicia? ¿No les aburre llevar en cada interacción copias de su DNI, de su título académico, de su carnet de familia numerosa, de su certificado de empadronamiento para entregárselo a quien ya lo posee, porque es quien además lo emite?
Inútil y peligroso esfuerzo el de acumular colesterol del malo en el crecimiento del PIB, que puede lucir bien en el corto plazo, pero que a la larga infartará la economía si no lo está haciendo ya.
Quien quiera que nos vaya a gobernar en los próximos años debería ser consciente de que no basta con gastar o invertir, llámenlo como quieran, en tecnologías y en digitalización si no se está dispuesto a reformar en profundidad las leyes, los procesos, la formación y capacitación de la gente. No hay inteligencia artificial sin adaptación en las leyes de protección de datos, por ejemplo, ni automatización de la justicia, sin cambios profundos en los procedimientos judiciales, ni eficiencia en la Administración pública sin cambio en los incentivos y sistemas de reconocimiento y promoción o democión. No hay acercamiento entre empresa y universidad, entre realidad y universidad, sin cambios profundos en los modelos de gobierno y gestión de las universidades.
Y así, una lista interminable de cambios, de reformas que modernicen nuestra economía y sociedad para que fluya al PIB colesterol del bueno. Reformar las leyes, actualizar los procesos, cambiar los modelos de gestión es más barato que los Perte, no requiere de fondos europeos, solo de voluntad.
Dejo sobre la mesa, para quien quiera interesarse, la idea de crear un Chief Transformation Officer (CTO) como tienen muchas empresas privadas y algunos Gobiernos, o un Ministro de la Transformación en terminología hispana. Un ministro sin ministerio ni miles de funcionarios, sin delegaciones ni despachos. Un ministro con ideas, con un plan, con capacidad de ejecución y autoridad para llevarla a cabo de manera transversal en todos los ministerios y ámbitos que requieran reforma, y un presupuesto para poder hacerlo. Y ya que vivimos en el mundo replicante de la comunidad autónomas, uno por cada una, coordinados y supervisados por él, con la única misión de, acabada la tarea,…. desaparecer.
Juan Pedro Moreno es
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