Ojo con el futuro: escollos en la transición energética
La decisión de usar el gas natural como parte de la transición ha generado controversia, pero refleja un progreso menor del esperado en renovables
La importancia de evolucionar urgentemente hacia una energía más limpia es una convicción generalizada. Pero hay muchas incógnitas respecto a la trayectoria y a los plazos para reducir la emisión global de carbono. En buena parte, motivadas por el triángulo complicado de objetivos en conflicto: asegurar el suministro energético; contener su coste; y mejorar su sostenibilidad y riesgos.
Para alcanzar cero emisiones netas de carbono, los países han marcado plazos, por lo general, obviando esos posibles conflictos, especialmente, entre la rapidez de la transición y su coste, así que habrá sorpresas inevitables y carambolas insospechadas que conducirán a retrocesos en el proceso de transición. Hipótesis optimistas sobre el suministro y coste de energías alternativas a los combustibles fósiles, por ejemplo, pueden dar lugar a sobrecostes inaceptables o a dilaciones en el relevo de fuentes energéticas.
Como recordatorio de la magnitud del desafío: casi un 60% de la energía producida globalmente sigue todavía viniendo del petróleo y del carbón. Una cuarta parte se deriva del gas natural, que, aunque no es una fuente verde, puede servir como un puente hacia los objetivos de energía limpia. Una característica del gas natural es que la logística de su distribución es compleja y, como resultado, hay grandes diferencias en el abastecimiento y precio en distintas zonas geográficas.
Para Europa especialmente, las opciones son complicadas e incluyen el dilema de hacer frente a lo que pueden ser subidas duraderas de precio del gas natural o aceptar el retroceso en la trayectoria de limpieza energética, que supondrá prolongar la dependencia del carbón para generar electricidad—como parece ser ya el caso en Alemania.
La decisión del Parlamento Europeo, considerando el gas natural como parte de la solución de transición, ha generado controversia, pero seguramente refleja la realidad de un menor progreso del esperado en energías renovables. Sin embargo, lo que parecía una solución de compromiso ha exacerbado el coste a corto plazo de la transición energética. La razón es el momento tenso en que se encuentra el suministro de gas natural –cuyo precio en Europa se había incrementado antes de la invasión de Ucrania (en parte, ya por la presión de demanda resultante de su papel como energía de transición), y se ha disparado desde entonces.
En cuanto al papel del petróleo como fuente energética, el mayor conflicto es entre emisiones de carbono y seguridad energética. Aunque tienen un sesgo obvio e interés en mantener el papel de los combustibles fósiles, la advertencia de países y empresas productoras de petróleo es de tenerse en cuenta: los niveles de inversión en extracción y procesado de petróleo son insuficientes para mantener un abastecimiento global adecuado y, por tanto, se han incrementado los riesgos de inseguridad energética e inflación. La amenaza inflacionaria derivada del precio de la energía no parecía grave hace unos meses, pero ahora se ha hecho más seria.
En las últimas décadas, al reducirse la contribución del petróleo y la energía nuclear (por razones muy distintas), el gas natural ha ocupado ese espacio, mientras que el carbón continúa siendo el componente más importante de la producción global de electricidad. Lo cual, por cierto, puede limitar considerablemente la contribución de los coches eléctricos a la transición energética.
Las nuevas energías renovables (eólica y solar, fundamentalmente) representan un 5% de la producción de energía, así que aún son más una esperanza que una solución actual—y para que los objetivos de reducción de emisiones se cumplan, las energías renovables deben generar el 35% de la energía global en 2050. Pero tras las estadísticas globales hay grandes disparidades: los progresos en energía renovable están concentrados en los pocos países (incluyendo solo tres grandes economías: Alemania, España y Reino Unido) donde ya representa más de una cuarta parte del suministro de energía.
China está progresando rápidamente, pero las energías renovables todavía ocupan solo una décima parte del suministro. La experiencia de Estados Unidos es indicativa del tiempo que conlleva la transición—incluso con la ventaja que supone tener acceso a grandes reservas de gas natural. En 1990, más de la mitad de la electricidad se generaba con carbón, y el gas natural representaba menos de una décima parte; ahora casi se han invertido las tornas, con el gas natural llegando a generar la mitad de la electricidad.
Aunque el gas natural es más limpio que el carbón o el petróleo, aún produce emisiones de carbono. Para descarbonizar totalmente la energía hay que gestionar otros conflictos –que incluyen desde las salvaguardas necesarias para poder confiar en nuevas centrales nucleares, hasta las reticencias sobre los grandes parques eólicos. Y si el objetivo se plantea no tanto en descarbonización, sino de niveles cero en emisiones netas de carbono, habrá que vigilar otros posibles efectos indirectos. Por ejemplo, las grandes empresas petroleras, para reducir sus emisiones netas, se plantean plantaciones forestales tan extensas que podrían mermar la superficie disponible para producir alimentos.
La necesaria transición energética está plagada de incertidumbre, y evitar los inevitables escollos requerirá ajustes y zigzags a los que hay que estar alerta, porque complicarán las decisiones gubernamentales y afectarán con sus carambolas a empresas y consumidores.
Enrique Rueda es investigador sénior de EsadeGeo, Centro de Economía Global y Geopolítica de Esade