‘Cash is king’ (el efectivo es el rey)
Cuando la volatilidad hace acto de presencia, siempre de forma inesperada, mantener un colchón de liquidez parece la mejor opción
Después de un principio de año históricamente negativo para los mercados financieros, en el que, con la excepción del dólar, no ha habido un espacio donde poder refugiarse, afrontábamos el verano con cierto pesimismo imbuido por el aluvión de noticias negativas provenientes de la economía real y por la presencia de la inflación.
El mercado tocó suelo a mediados de junio. Un sentimiento inversor demasiado negativo, las posiciones extremadamente defensivas de ciertos inversores y una presentación de resultados más positiva de lo que el mercado descontaba en sus proyecciones por parte de algunas compañías fueron hechos clave para que el impulso inversor tornara y aupara a los mercados a lo largo de julio y parte de agosto.
Esta subida vino acompañada de un mensaje más acomodaticio por parte de algunos gobernadores y miembros de los consejos de bancos centrales. Lo que llevó a los índices de condiciones financieras a relajarse hasta un punto en el que se dio por hecho que los bancos centrales, con la intención de evitar una recesión y conseguir un aterrizaje suave de la economía, reducirían los tipos de interés.
La cita anual de banqueros en Jackson Hole cambió de una manera sustancial el tono y la contundencia del mensaje de la Fed. En su intervención, Jerome Powell trató con firmeza el problema de la inflación. Argumentó que su principal mandato es el control de la misma y no dudó en afirmar que haría todo lo posible para controlarla.
El mercado, como la máquina de descontar acontecimientos y eventos futuros que es, empezó a poner en precio una política más agresiva de tipos tanto en Estados Unidos como en Europa. Los tipos, sobre todo a corto plazo, se resintieron y los mercados tanto de renta fija como de renta variable cayeron en precio.
Por extraño que parezca, el reciente nerviosismo que estamos viendo en los mercados, sobre todo en EE UU, viene provocado por unos datos económicos demasiado sólidos. Es probable que las métricas de la economía real tarden en recoger ese endurecimiento de las condiciones financieras.
Los mercados interpretan las buenas noticias económicas como un aumento en las probabilidades de que los bancos centrales tengan que implementar más dureza en su política monetaria y acometer mayores subidas de interés para controlar una demanda que, asociada a la reapertura económica pos-Covid, está generando aumentos en los precios no vistos en muchas décadas.
Las presiones inflacionistas de la crisis del Covid-19 se han visto agravadas por el aumento de los precios de las materias primas provocado por la guerra entre Rusia y Ucrania. En EE UU, el índice de precios al consumo alcanzó un 9,1% interanual en junio, su nivel más alto desde 1982. De hecho, la mayoría de las principales economías está lidiando con niveles de inflación nunca vistos en décadas.
La inflación disminuye el poder adquisitivo del efectivo, lo deprime y hace que pierda su valor de una manera exponencial. Lenta, pero imparablemente, perjudica a los ahorradores prudentes, que ven cómo su efectivo pierde valor y beneficia a los deudores, cuya deuda en términos nominales se ve inalterada pero, en términos reales, va reduciéndose por la depreciación que sufre el dinero. Si algo positivo nos está trayendo esta inflación es que los tipos de interés están subiendo y con ello se reevalúan todas las clases de activos. La renta fija estadounidense, que es el activo libre de riesgo más líquido y seguro del mundo, sirve no solo como inversión, sino también como medida de la rentabilidad base contra la que se mide el resto de activos. Una subida del tipo de interés del bono americano implica que la rentabilidad esperada que se le exige a otros activos más arriesgados es mayor, y por ello las Bolsas revalúan su precio, ajustan sus valoraciones en función de estos cambios. Sobre esa base del binomio rentabilidad-riesgo, el mercado asigna una prima de rentabilidad a cada activo.
Hoy los bonos corporativos europeos de mejor calidad cotizan con una rentabilidad de un 3,5% descontando una aversión al riesgo parecida a la acontecida durante la crisis provocada por el Covid-19.
Cash is King es uno de los eslóganes que sale a colación en el mundo de la inversión en momentos de turbulencias en los mercados. Cuando la volatilidad hace acto de presencia –siempre suele ser de una manera abrupta e inesperada–, mantener un colchón de liquidez parece la mejor opción. Nos da seguridad y nos reconforta.
La idea de coste de oportunidad tiene gran importancia en la toma de decisiones, ya que te hace ver el coste real de tu decisión, incluyendo aquello a lo que renuncias, algo que es muy fácil pasar por alto si no tienes interiorizado este concepto.
Si sube la inflación, aumenta el ritmo de depreciación de nuestra liquidez. Suben los tipos de interés y, con ellos, la rentabilidad esperada para todos los activos, pero también sube el coste de oportunidad, ya que sube la rentabilidad esperada de aquellas decisiones que no tomamos, lo que nos obliga a ser conscientes y a tomar decisiones. Nos encontramos en tiempos inciertos, momentos que no veíamos desde hace mucho tiempo; rentabilidades altas en clases de activos que llevábamos tiempo sin ver y eso, como mínimo, tiene que ser un aliciente para pensar y replantearnos la importancia del mencionado coste de oportunidad.
Vemos las actuales incertidumbres en los mercados financieros como una oportunidad más que como una amenaza para nuestros ahorros, contemplamos la inflación y el alza de tipos de interés como el aumento de coste de oportunidad de la liquidez, pero esto también nos abre un abanico de inversiones que llevábamos tiempo sin ver. Son momentos en los que la caja deja de ser el rey y hay que ponerla a trabajar.
Javier Navarro es Gestor de fondos en Abante