¿Qué hay detrás de la caída de las tecnológicas?
La industria se está racionalizando porque sus clientes miran ahora el gasto en digitalización con lupa
En los últimos años hemos podido observar una tendencia creciente a invertir en mercados caracterizados por su alta volatilidad. Probablemente, el mejor ejemplo es el rally de las criptomonedas. Las dos que tienen una mayor capitalización, el bitcóin y el ethereum, son dos activos que, lejos de llamar la atención exclusivamente de particulares, también consiguieron atraer progresivamente a más y más inversores institucionales. Sin embargo, estos valores han experimentado caídas interanuales del 58% y el 72% respectivamente, en lo que parece un pinchazo generalizado de este mercado.
Hay quienes, augurando tempestades, nunca quisieron sumarse a esta nueva fiebre y decidieron que era más seguro invertir en valores tradicionales con una rentabilidad que, aunque más distendida en el tiempo, parecía estar siempre garantizada. Las empresas tecnológicas y proveedoras de soluciones en la nube, gracias a su ferviente apuesta por la disrupción y la innovación, han sido siempre muy bien valoradas por aquellos que buscan hacer inversiones seguras. Como resultado, hoy en día no es difícil ver cómo empresas que históricamente han estado ligadas a otros sectores, como por ejemplo el agroalimentario, intentan ahora posicionarse como líderes en tecnología en busca de nuevos inversores y clientes. Basta con echar un vistazo al Nasdaq, el índice bursátil que aglutina los 100 valores de las compañías más importantes del sector de la industria de la tecnología estadounidense.
Sin embargo, desde finales del año pasado y principios del presente, muchas empresas tecnológicas han perdido valor en Bolsa de manera muy significativa. Dos de los casos más sonados han sido los de la empresa de videochat Zoom, cuyo valor se redujo en un 60% entre 2021 y 2022, y la firma de servicios CRM Salesforce, que experimentó una caída del 43% durante el mismo periodo. En algunas ocasiones, esta situación ha derivado incluso en despidos masivos, como los anunciados por la plataforma de criptomonedas Coinbase, o los de Uber –que también son cotizadas–. De hecho, el propio Nasdaq acumula una caída del 23% en lo que llevamos de año, y de casi el 8% en los últimos 12 meses.
Pero ¿cuál es la raison d’être? ¿Qué hay detrás de esta tendencia negativa en valores que hasta ahora siempre se habían comportado de manera alcista? La respuesta es simple: una clara propensión hacia la racionalización y simplificación de la inversión en el uso de la tecnología empresarial. Si nos remontamos a los tiempos de la pandemia, las grandes compañías tecnológicas incentivaron la aceleración de la digitalización de todo tipo de empresas. Hablamos de un momento en el que muchos negocios, con independencia de su tamaño y sector, aprovecharon para implementar servicios de colaboración y trabajo en remoto, fomentar la digitalización de sus procesos de facturación, hacer inversiones en infraestructuras de cloud pública, etcétera.
No obstante, una vez finalizado este proceso de impulso de proyectos de digitalización –a lo que hay sumar un contexto macroeconómico complejo derivado de la guerra de Ucrania y la crisis de las materias primas–, las empresas han comenzado a hacer un uso más crítico de la tecnología, enfocado mayormente a una optimización en la venta de licencias de usuario. Ante una situación de gasto tecnológico disparado, es hora de abrocharse el cinturón, lo que se traduce en la necesidad de controlar mejor la inversión en plataformas de software as a service (SaaS) y obtener una visión clara de cuánto se está pagando por licencias en la nube y cuál es el retorno exacto que se está recibiendo por ello –lo que explica que vivamos en un momento de auge de las empresas que ofrecen servicios destinados a la optimización de este tipo de costes–.
Así, si en los últimos tiempos muchas tecnológicas se han centrado en crear valor para los inversores, a medida que atravesamos el acelerado proceso de digitalización tras la pandemia, un número aún mayor se centrará en crear valor para sus clientes. De manera consecuente, esta tendencia a optimizar el gasto ha tenido una repercusión a nivel bursátil. Los inversores, quienes claramente son conscientes de esta nueva realidad, buscan ahora empresas que ofrezcan beneficios reales y no meras valoraciones desorbitadas. El verdadero atractivo pasa ahora por tecnológicas, cotizadas o no, que respondan a este nuevo paradigma.
Por tanto, desde un punto de vista retrospectivo, la caída en Bolsa que estamos observando, más allá de la latente incertidumbre de los mercados globales, se corresponde con una simple corrección en el aumento del valor que muchas tecnológicas experimentaron durante la pandemia. No se trata tanto de un pinchazo de la burbuja tecnológica –porque es un mercado que va a seguir generando flujos de capital e inversión como lo ha hecho hasta ahora–, sino de una racionalización y corrección del sector. No hablamos de que el tren vaya a parar porque las empresas quieran llegar al destino, la digitalización. De eso no cabe ninguna duda. Pero quizás el tren reduzca su velocidad para sortear las curvas que está encontrando en el camino.
En definitiva, las empresas continuarán realizando el gasto que consideren necesario en materia de digitalización. La diferencia es que ahora pondrán mucho más la lupa en inversiones verdaderamente inteligentes. Si durante la pandemia se sobredimensionó el valor de las tecnológicas, ahora es el momento de simplificar y racionalizar la inversión que estas pueden ofrecer. Así, serán las tecnológicas que tengan presente este cambio de modelo –la transición de centrar la creación de valor desde el inversor a focalizarla en el cliente– las que tendrán una mejor recuperación tanto a medio como a largo plazo.
David Alonso es ‘country manager’ de Sastrify en España