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El por qué de la elevada tolerancia de la Fed hacia la inflación

Los bancos centrales no podrán ponerle fin hasta que se resuelvan los conflictos sociales subyacentes

Jerome Powell, presidente de la Fed.
Jerome Powell, presidente de la Fed.Tom Williams (AP)

La inflación en EE UU supera el 8%. Según la regla de Taylor, una guía aproximada para ayudar a los banqueros centrales a cumplir sus objetivos de inflación, el tipo objetivo de la Fed debería estar más cerca del 11% que de su nivel actual del 0,3%.

Monetaristas como el economista Tim Congdon, señalando el fuerte crecimiento de la oferta monetaria, predicen que los precios pronto subirán a tasas de dos dígitos. El ex secretario del Tesoro Larry Summers advierte de que, debido a la rigidez del mercado laboral de EE UU, la Fed tendrá que subir los tipos bruscamente, lo que probablemente inducirá una recesión.

¿Por qué va la Fed tan por detrás de la curva? Dejando de lado si sus modelos son defectuosos, se sugieren dos respuestas. Primero, los banqueros centrales son conscientes de que cualquier endurecimiento repentino podría desencadenar otra crisis. Segundo, el aumento de los precios suele ser un signo de conflictos sociales muy arraigados. La historia sugiere que las autoridades son incapaces de oponerse a la inflación hasta que las fuerzas estructurales subyacentes que la fomentaron se hayan disipado.

En 2021, la deuda pública de EE UU alcanzó un máximo de posguerra de más del 120% del PIB. La deuda de las empresas supera el 80% de la producción económica anual, cerca de récord. Las acciones cotizan a valoraciones cercanas al máximo. Los precios de la vivienda también están en su pico. La riqueza de los hogares cuenta la misma historia.

Si la Fed actúa de forma enérgica para controlar la inflación, los hinchados niveles de deuda serían más difíciles de sostener y las valoraciones infladas del mercado probablemente harían crac, como ocurrió en la crisis de 2007. Hay otro problema. Los acreedores extranjeros han dispuesto de unos 13 billones de dólares en préstamos baratos denominados en dólares, según el Banco de Pagos Internacionales. Gran parte de esta cantidad corresponde a prestatarios de emergentes. Así, es mucho más fácil para los responsables monetarios mantener que la inflación es transitoria que arriesgarse a desen­cadenar otro colapso como la crisis asiática de los noventa.

La inflación es siempre y en todo momento un fenómeno monetario, como proclamó Milton Friedman. Pero, ¿a qué se debe el crecimiento anormal de la masa monetaria? Los economistas no dicen nada al respecto. Los sociólogos sí tienen una respuesta. Las raíces de la inflación, dicen, son tanto sociales como económicas. Según el británico John Goldthorpe, el aumento de los precios es un signo de las divisiones sociales. La inflación, escribe, es la “expresión monetaria del conflicto distributivo”.

Los Estados imprimen demasiado dinero cuando no pueden cubrir sus gastos con impuestos o deuda a largo plazo. La mayoría de las grandes inflaciones, desde la de China en el siglo XII, aparecieron después de que los Gobiernos recurrieran a ello para financiar la guerra. Al final de las hostilidades, los países fuertes, como Gran Bretaña tras las guerras napoleónicas y EE UU tras la Gran Guerra, pudieron poner en orden sus finanzas. Los débiles tienden a sucumbir a la inflación.

El rápido aumento de los precios socava el statu quo y provoca una redistribución de la riqueza. Los revolucionarios franceses desataron la inflación allá por 1790 para expropiar a la aristocracia y a la Iglesia. Tras la Revolución Rusa de 1917, los bolcheviques la fomentaron para aplastar a la burguesía.

Aquello ayudó a crear sociedades más igualitarias, aunque con un coste humano ciertamente enorme. De forma menos dramática, el aumento de los precios en EE UU post-1945 acompañó una década de caída de las desigualdades, un periodo conocido como la Gran Compresión. El politólogo de EE UU Mancur Olson relacionó la inflación con los intereses creados. Según Olson, cuando las “coaliciones distributivas” se fortalecen, retrasan el crecimiento. Cuando el pastel deja de crecer, las inyecciones monetarias pueden ampliarlo artificialmente, mitigando los conflictos sobre su distribución. En los setenta, los poderosos sindicatos pudieron mantener unos costes laborales excesivamente altos, lo que provocó paro en un momento de subida de precios. En las primeras fases de la estanflación, las autoridades de EE UU y Gran Bretaña se sintieron impotentes para contener el trabajo organizado y frenar la inflación.

La hiperinflación alemana de 1920 es un ejemplo de manual de precios desbocados derivados de intratables divisiones sociales. La Alemania de Weimar era una democracia débil, dominada por poderosos cárteles y desgarrada por los conflictos sociales entre grupos poderosos: el trabajo organizado, los intereses agrícolas y la industria. Tras la Gran Guerra, aquella sociedad se vio desgarrada por intensas rivalidades políticas. Ningún grupo estaba dispuesto a asumir su parte de los costes de la guerra o de la reconstrucción, por no hablar de las exorbitantes exigencias de los Aliados. La inflación hizo que el problema pasara a manos de fuerzas despersonalizadas.

Veamos EE UU en el presente. Está saliendo de su “guerra” contra el Covid, que también se financió con préstamos e impresión de dinero. La sociedad no es ni mucho menos tan discordante como la de Weimar, pero sufre divisiones políticas y conflictos de distribución entre los que tienen y los que no. La industria se ha concentrado más. El bloqueo político hace que la mayor parte del tiempo ningún partido controle simultáneamente la Casa Blanca y las dos cámaras. Eso dificulta la subida de impuestos.

La mayoría de los economistas que escriben sobre la hiperinflación alemana o la estanflación de los setenta concluyen que ocurrieron por simples errores políticos, ya fueran déficits fiscales excesivos, crecimiento incontrolado de la oferta monetaria o tipos demasiado bajos. Pero este análisis convencional ignora el contexto social y político. Hoy cometemos el mismo error cuando cuestionamos la reticencia de la Fed a actuar.

La explicación sencilla es que la Fed quiere evitar otra crisis financiera. A un nivel más profundo, los bancos centrales están limitados por intereses creados. La inflación es el camino de menor resistencia. Como ha ocurrido en otros sitios, el aumento de los precios redistribuirá la renta y la riqueza, lo que con el tiempo aliviará los conflictos actuales, además de generar otros nuevos. Solo cuando haya un acuerdo general en la sociedad de que el daño causado por la inflación supera cualquier beneficio aparente, estarán facultados para ponerle fin los bancos centrales.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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