La inflación abre sus mandíbulas
La UE quiere reducir en cinco años la dependencia del gas ruso, pero entretanto las materias primas energéticas y agrícolas tienden al alza
Es la época de empezar a llenar los almacenes de materias primas para el próximo año, gas y cereales sobre todo, y la invasión de Ucrania ha abierto una difícil disyuntiva que tendrá como resultado final más inflación en Europa y, por supuesto, en España.
Ucrania es el primer país de Europa en términos de superficie cultivable y el primero del mundo en exportaciones de aceite de girasol; es el segundo productor de cebada y el cuarto en exportación de ese grano; el cuarto mayor productor de patatas en el mundo, quinto en centeno, octavo en exportaciones de trigo y noveno en producción de huevos de gallina. En definitiva, Ucrania puede satisfacer las necesidades alimentarias de 600 millones de personas. Sin embargo, su actividad en el sector primario estará parada para lo que queda del año por la invasión y, hasta que el mercado se reajuste, es bastante probable que la escasez de sus productos influya al alza en los precios.
Ante este escenario, quien compre ahora lo hará pensando en trasladar al precio final de los productos la subida de sus costes; pero también habrá quien prefiera esperar a que bajen para comprar más barato y no tener que repercutir la subida al consumidor. Ahora bien, estos se arriesgan a encontrar igualmente precios altos más tarde, si la situación se alarga, y no haber adquirido lo que necesitan. Por eso, muchos ya se están asegurando el suministro al precio actual, ante el riesgo de que la falta de producción cuestione la actividad del ejercicio 2023. Y ello sin añadir el corte de la cadena de suministros en España, que aumenta tensión y hace que se materialice la profecía autocumplida de la falta de abastecimiento.
Lo mismo está ocurriendo con el gas; las reservas están al 26,4% de su capacidad total, si bien en España superan la mitad del depósito al situarse en el 58%. Hay tres factores que explican este bajo nivel del que los países comunitarios no se han repuesto: por un lado, la falta de abastecimiento de Rusia, a quien Polonia acusó de limitar el flujo para crear una falsa sensación de urgencia y así impulsar la activación del gasoducto Nord Stream 2, que une directamente a Rusia con Alemania. Por otro lado, la UE ha tenido que competir en los mercados internacionales con Japón, India, China y Estados Unidos en la compra de gas para llenar sus almacenes. Y, por último, una escasa producción de energía renovable tras un invierno muy frío en el que Europa ha necesitado más electricidad de la habitual.
Para solucionar esta situación, la Comisión ha presentado una propuesta legislativa que introduce la obligación de contar con un nivel mínimo de almacenamiento de gas del 80% para el próximo invierno, con el fin de garantizar el suministro energético, y que aumentará al 90% en los años siguientes, con objetivos intermedios de febrero a octubre. Pero inyectar alrededor de 700 TWh en los almacenes de la UE antes del próximo invierno será un ejercicio costoso. Según los cálculos del centro de estudios Bruegel, a los precios actuales ascendería al menos a 70.000 millones de euros, muy por encima de los 12.000 millones de años anteriores. Y Europa debe encontrar al vendedor de ese gas y a quien quiera y pueda comprarlo en una coyuntura como la actual. Va a ser esencial una actuación coordinada de la UE.
Las empresas privadas son maximizadoras de beneficios y adversas al riesgo y por tanto comprar a precios récord en un contexto en el que Rusia, proveedor fundamental, puede cambiar drásticamente el equilibrio entre oferta y demanda, tiene ventajas limitadas y en cambio, desventajas muy elevadas. Por ejemplo, si para el verano las compañías de gas de la UE lograran acumular cerca de 1000 TWh y Gazprom de repente liberara los volúmenes que retuvo el año pasado, los precios caerían drásticamente y las empresas que almacenaron gas con el fin de prepararse para el invierno incurrirían en pérdidas significativas.
Si las empresas no aumentaran el almacenamiento y Gazprom sigue manteniendo el mercado tan ajustado, perderán mucho dinero al no poder abastecer a sus clientes. Si las mismas empresas almacenan mucho gas, Gazprom se verá tentado a inundar el mercado. Por tanto, es muy probable que las empresas privadas se abstengan de comprar gas a los altos precios actuales, que podrían vender con una pérdida sustancial si Rusia inunda el mercado.
Una alternativa es el gas natural licuado (GNL), cuyo crecimiento le otorga un papel cada vez más importante en el mercado y tiene a Australia, Qatar y Estados Unidos como los principales exportadores. EE UU aumentó en 2021 sus exportaciones en 340TWh (con mucho, el mayor salto entre los exportadores) y se espera que se convierta en el mayor productor de GNL para fines de este año. El 44% de las importaciones de GNL de la UE procede de Estados Unidos, que obviamente es un país fiable, mientras Rusia no lo es.
Parece que la UE quiere reducir en cinco años la dependencia energética de Rusia y utilizar más GNL, pero mientras eso ocurre tanto las materias primas agrícolas como las energéticas, sobre todo gas y cereales, tienden al alza y estas tensiones abren las mandíbulas de la inflación. Las dos juntas suponen un punto porcentual en la inflación actual de España y su subida se añadirá a la existente. Esa es ahora mismo la piedra en el zapato para este año.
Carlos Balado es Profesor de OBS Business School y director de Eurocofín