Lo que subyace a la inflación y la bola de nieve
Hay aproximadamente un tercio del problema de precios de los últimos meses que no puede acharse a la guerra de Ucrania
El dato de la inflación interanual avanzado de marzo supone un nuevo golpe al proceso de crecimiento económico previsto para la economía española. Acercarse a los dos dígitos en inflación, añade un tercer indicador preocupante al cuadro de mando macroeconómico que nos presenta como país ante el resto del mundo y ante nuestro propio entorno.
Hemos demostrado poca eficacia en corregir la tasa de desempleo y se asume sin mostrar resistencia. Las medidas tomadas no han sido efectivas en el nivel necesario y afrontamos esta inesperada etapa de empeoramiento económico con una tasa de paro impropia del nivel económico al que aspiramos pertenecer, con consecuencias sociales durmientes, pero no resueltas. Algunas afloran en las últimas semanas.
Añadimos nuestra tendencia creciente a recurrir al gasto público para corregir dificultades, gasto que ya siempre es mayor que los ingresos, lo que nos ha sumergido en un déficit público de dos dígitos. No solo es que nos hayamos habituado a este desequilibrio, es que no evitamos que nos lleve a un creciente volumen de deuda pública, solo explicable por el sostenimiento que la Unión Europea nos aporta. Sostenimiento que se puede convertir en la causa del final que no deseamos, una intervención como condición para mantenerlo. Si no somos capaces de seguir colocando la deuda y tampoco corregimos el exceso de gasto sobre ingreso público, pocas fuentes de financiación quedan y nos veremos abocados a los temidos recortes, auto impuestos o por la trágala. Unos y otros, malos y peores, que quizá nos hagan más daño como sociedad que ser realistas hoy y corregir nuestros problemas de frente, no empujándolos al futuro como una bola de nieve que ya detendrá alguien.
Y en estas aparece la inflación. Pero no una cualquiera, una de casi dos dígitos, como el desempleo y el déficit. Este invitado indeseable supone esa tercera luz roja en nuestro cuadro macroeconómico. Desempleo, déficit público e inflación, las tres en dos dígitos, porque nada parece poder evitar que así sea en pocos días. Y dada la gravedad del enfermo, tratamos de explicar las causas del difícil diagnóstico. Es indudable que la incertidumbre no ayuda a mantener precios estables en el mercado energético. Indudable también que nos hemos visto condicionados y casi privados de petróleo, gas, piensos, cereales y todo lo que nos venía desde o a través de Ucrania y Rusia, con las evidentes consecuencias alcistas para los precios de todo aquello que necesite de esos recursos estrangulados. Pero es conveniente poner la lupa y comprobar cuánto de ese problema de precios se debe a factores inesperados, que tal como vienen, se van, y que al irse se llevaran el problema que han provocado. Es decir, qué parte de la inflación de dos dígitos es consecuencia de la guerra y se corregirá cuando el conflicto se resuelva. El camino más directo es hacer zoom y leer el dato de la inflación subyacente, que es la que resulta al quitar la energía y los alimentos frescos de la cesta analizada. Si eliminamos los cambios en los precios de aquello más volátil, que además y evidentemente es lo primero que ha mostrado crecimiento ante lo inesperado del conflicto, podremos entender si hay un problema de subida de precios como mar de fondo o si todo el problema se explica por la guerra. Es un verde oscuro entre el verde, pero que explica la permanencia del color cuando pasa el tiempo y el papel se desgasta.
Al hacer el zoom veremos que mientras la inflación se muestra en 9,8 % por el dato del miércoles, la subyacente es de un 3,4%. Si además lo ponemos en perspectiva reciente, comprobamos que la subyacente era del 2,1 % en enero y que su crecimiento en dos meses supone llevarla al actual 3,4% de marzo. La lectura es más compleja que el simple dato inicial. Parece que no toda la inflación que sufrimos puede achacarse directamente a que la energía y los frescos se han disparado por la guerra. Hay aproximadamente un tercio del problema de precios de los últimos meses que subyace a ese acontecimiento y que debe preocuparnos adicionalmente a la resolución del conflicto bélico. No solo es que, mientras la guerra dure, los precios seguirán subiendo; es que posiblemente cuando el conflicto se alivie o resuelva no volverán los precios a su casilla de salida, más bien se quedarán a medio desinflar. En resumen y a trazos gruesos, un tercio de la subida de precios está aquí para quedarse y no depende de la guerra. Y si los salarios suben de media un 1,5 %, somos más pobres y más aún lo seremos si no lo remediamos.
Vista la triple encrucijada que afrontamos en lo económico, no hay más que ponerse al trabajo de valorar soluciones. Es difícil no dejarse llevar por el pensamiento lógico que evidencia que, si no hemos resuelto un problema llamado desempleo, que luego fueron dos con el déficit público, ¿cómo vamos ahora a resolver tres? Conviene empezar a valorar que, lo que llevamos dos años largos considerando situación excepcional o cisne negro, se ha convertido en lo normal. Que, de vivir accidentalmente inquietos por el ruido de una alarma, hemos pasado a un escenario en el que la alarma suena siempre y no se espera que cese. O afrontamos el ruido como parte de la vida o sufriremos frustrados porque esperamos el final del ruido como remedio de nuestros problemas y ni la sirena calla ni sabemos cuándo callará. Afrontar este nuevo entorno con medidas solo excepcionales y que no supongan más que taparse los oídos ante el ruido, solo alarga una lenta agonía hacia la sordera final y además nos impide usar las manos.
Debemos de más, gastamos de más y pagamos de más, no ahora, es toda una costumbre. O empezamos a equilibrar las tres cosas, desempleo, déficit público e inflación, y lo hacemos con claridad y mirada de largo plazo, o nos veremos obligados a rodar una creciente y peligrosa bola de nieve… Bola que empujamos bien en el tramo plano y en cuesta abajo, pero que cuando tratemos de empujar por uno de los futuros inevitables tramos de ascenso, se frenará hasta parar, y entonces comenzará a perseguirnos cuesta abajo hasta tragarnos. A nosotros y a las generaciones que nos ven empujar la bola hoy, sin comprender bien las implicaciones del error.
Fernando Tomé es Doctor en Economía. Vicerrector en Universidad Nebrija