El ‘tapering’ no será suficiente para contener la inflación
De momento no hay un país lo suficientemente preocupado como para plantear medidas impopulares, como hizo el Reino Unido en los años setenta
La Reserva Federal ha anunciado que planea realizar tres subidas del tipo de interés durante 2022 y acelerar el tapering, o la retirada de estímulos financieros, que terminará en marzo. A pesar del aumento, el tipo de interés en Estados Unidos seguirá siendo bajo, pasando del 0,25% al 1%. Por su parte, el Banco Central Europeo anunció que no espera subidas de tipos el próximo año y anticipa el fin de las compras extraordinarias de bonos en el mercado secundario también para marzo, aunque aumentará temporalmente las compras de otros instrumentos para proseguir con su política monetaria expansiva unos meses más.
La razón para la contracción monetaria estadounidense y la aún tímida reducción de la expansión europea no es otra que la inflación, que ya ronda el 7% en Estados Unidos y el 5% en la eurozona. Aún queda lejos la inflación de doble dígito, tan temida porque puede suponer un punto de no retorno al modificarse las expectativas de los trabajadores, que reclamarán mayores sueldos; y de las empresas, que se verían obligadas a aumentar los precios para tratar de mantener sus márgenes. La inflación no es más que la velocidad a la que crecen los precios, por lo que el aumento de la inflación es la segunda derivada: la aceleración. El cambio en el último medio año ha sido el 5,2% en la eurozona y 5,4% en Estados Unidos. Por el momento no debería preocupar tanto el nivel como que esta aceleración no disminuya en los próximos meses.
Dos países con inflación alta persistente, sin acudir a ejemplos extremos como Venezuela o El Líbano, son Argentina y Turquía. Ambos países han aplicado políticas monetarias de distinto tipo durante los últimos años y han sido ineficaces. Repasando lo que han hecho es fácil entender que en Europa y Estados Unidos aplicar las mismas políticas tampoco podría funcionar.
Argentina, durante el Gobierno de Macri, decidió aumentar el tipo de interés progresivamente hasta situarlo en 2018 en el 60%, el nivel más alto del mundo en la última década. Por un lado, se buscaba compensar a los ahorradores, que hasta ese momento veían cómo el tipo de interés real, una vez descontada la inflación, era negativo y les hacía perder poder adquisitivo. De ese modo se fomentaría el ahorro nacional y se evitaría el cambio de los pesos ahorrados por dólares. Además, los inversores extranjeros se verían atraídos por esta subida de tipos tan acusada, lo que redundaría en una entrada de capitales que terminaría con la crisis cambiaria en el país. Como era de esperar, esa medida no surtió el efecto deseado. La fuga de capitales siguió su curso e incluso se acentuó, el país entró en recesión por la caída de la inversión empresarial, que no pudo hacer frente a un interés tan alto en los préstamos. La inflación continuó aumentando porque no se atacaron las causas que la originaron: la excesiva regulación de la actividad económica y la baja competitividad. Esta medida que profundizó la crisis supuso el final del Gobierno de corte liberal de Macri.
En Turquía se probaron también tipos de interés altos para frenar la inflación, pasando del 8% al 24% hace tres años. Se comprobó que lo único que se conseguía era una recesión y tras un año se volvió al nivel inicial. Durante la pandemia, la crisis por la caída del turismo y la reducción de las exportaciones manufactureras hizo de nuevo conveniente recurrir a las subidas de tipos con la teoría económica en la mano, pero de nuevo los efectos no fueron los esperados. Ahora el presidente Erdogan, para asombro de casi todos, decide de nuevo reducir el tipo de interés en lo que algunos expertos han llamado pseudociencia o un ejemplo de libro de texto de qué no hacer con el tipo de interés.
La teoría económica canónica en la actualidad nos dice que una reducción de la oferta de dinero por parte del banco central y su correspondiente subida del tipo de interés hará disminuir la inversión y el PIB se moderará. A medio plazo, el enfriamiento de la economía hará caer los precios y el crecimiento económico se restablecerá. El único efecto que perdurará será una menor inflación y el resto de las consecuencias serán temporales. Si confiásemos de los modelos macroeconómicos está claro que Erdogan se equivoca, pero no hay que olvidar que hacer lo opuesto tampoco le ha funcionado.
¿Por qué algunos países tienen una inflación alta y persistente? ¿Por qué el incremento de los precios ya es del 5,5% en España y parece ir camino del 10% en Estados Unidos? Desde luego no ha sido por los tipos de interés bajos, ya que llevamos con la tasa cerca del 0% en la zona euro desde 2014 y en Estados Unidos también estuvo en ese nivel entre 2008 y 2016, y Japón ha estado con tipos cercanos al cero en los últimos 30 años. Si no se debe al tipo de interés bajo, hay que buscar las causas en otro lugar.
La política fiscal y de rentas ha contribuido a sobrecalentar la economía de algunos países desarrollados, pero aún más importante ha sido la rotura de la cadena de suministro como causa inmediata. La infrainversión en los sectores energético, minero y de transporte de mercancías por mar estarían tras las tensiones del sector manufacturero. A su vez, tras una menor inversión que la necesaria en estos sectores están razones regulatorias como el mandato ESG y las políticas que pretenden impulsar la transición energética a un ritmo mayor que el que parece factible. Mientras no se aborden las causas últimas la inflación no se reducirá de manera permanente más allá de cambios puntuales. De momento no hay ningún país lo suficientemente preocupado como para plantear medidas impopulares, pero no hay que olvidar que los países que se anticipen en ejecutar los cambios necesarios para resolver las causas últimas de la inflación, como hizo el Reino Unido a finales de los años setenta, se recuperarán antes y con más fuerza.
Juan Luis Santos es Profesor del departamento de Economía en la Universidad CEU San Pablo