La campaña china por la igualdad social puede desalentar la inversión
Intervenir el sector privado como está haciendo podría volver a concentrar poder y riqueza en unas pocas familias
En 2017 Whitney Duan Weihong, una de las mujeres más ricas de China en ese momento, desapareció de sus oficinas de Pekín sin dejar rastro. Durante años nadie supo si estaba viva o muerta hasta que su exmarido Desmond Shum dijo a los periodistas que le había llamado a principios de septiembre, rogándole que no publicara su libro. Pulsó el botón, de todos modos. Red Roulette: An Insider’s Story of Wealth, Power, Corruption, and Vengeance in Today’s China (La ruleta roja: una historia desde dentro de riqueza, poder, corrupción y venganza en la China de hoy, Scribner) es un relato de la relación disfuncional y a la vez rentable entre la aristocracia roja de China y las ágiles y rapaces empresas privadas del país. El relato de Shum está repleto de advertencias, carece de héroes y está lleno de dinamita política.
Al igual que muchos empresarios que alcanzaron una gran riqueza después de que el presidente Deng Xiaoping comenzara a liberalizar la economía china en los ochenta, Shum y Duan procedían de entornos ordinarios. Se conocieron en Pekín durante unas negociaciones comerciales y, según Shum, su matrimonio fue la conclusión pragmática de un análisis de compatibilidad de escuela de negocios. La singular capacidad de Duan para encandilar a los altos funcionarios contribuyó a propulsarlos a la estratosfera financiera. “Éramos como los peces que limpian los dientes de los cocodrilos”, dice Shum.
Su cocodrilo favorito era Zhang Beili, esposa de Wen Jiabao, entonces primer ministro de China. “Tía Zhang” ayudó a la pareja a adquirir una participación en Ping An Insurance por 12 millones de dólares, que vendieron con un beneficio de 300 millones. También se hicieron con una parte de la cotización del Banco de China en Hong Kong en 2006. Financiaban sus inversiones con toda la deuda posible: “Si no estabas totalmente apalancado, te quedabas atrás. Si no estabas totalmente apalancado, eras estúpido”.
Aunque es imposible verificar muchos de los jugosos chismes sobre la élite política que repite Shum, es un testigo creíble. Él y Duan eran símbolos ostentosos de los excesos de la época dorada de China, aunque Shum describe los Ferraris, las facturas de vino de 100.000 dólares en los restaurantes de París y el flujo constante de regalos para los contactos como gastos necesarios para convencer a los socios potenciales de que la pareja tenía el tirón necesario para cumplir los proyectos.
Pero a medida que los ciudadanos se dieron cuenta de hasta qué punto las autoridades del Gobierno colaboraban con los “príncipes rojos” [descendientes de altos dirigentes] del Partido y las empresas privadas para saquear los recursos públicos, la confianza en el Partido Comunista se desplomó. Los preocupados veteranos encumbraron a Xi Jinping, que al llegar a la presidencia lanzó una campaña anticorrupción que purgó la burocracia y dio ejemplo con algunos famosos malhechores.
Así comenzó la caída en desgracia de Duan. Una investigación del NYT en 2012, en la que se denunciaba que la familia Wen había acumulado miles de millones en riquezas ocultas, acabó con la utilidad de la tía Zhang. Al mismo tiempo, Duan calculó mal al promover a Sun Zhengcai, una estrella emergente del Partido que en su día fue vista como potencial sucesor de Xi, y que fue apartado más o menos cuando Duan desapareció.
Shum concluye que lo que parecía el comienzo de una ola de reformas era el pico de una marea alta que ahora está retrocediendo. El PCCh, regodeándose en el éxito económico, se siente libre para reprimir a los empresarios que saben demasiado, como Duan, o que hablan demasiado, como el fundador de Alibaba, Jack Ma. Es revelador que las autoridades estén atacando ahora a las industrias que han acuñado tantos multimillonarios “plebeyos”: el inmobiliario, los servicios online, el entretenimiento y la educación privada. Aunque es posible que la campaña de Xi para reducir la brecha de la riqueza sea necesaria para restaurar la credibilidad del PCCh como igualador social, el libro sugiere que dará un rodeo por la clase de los príncipes rojos, porque la represión de la corrupción lo hizo también en gran medida. Eso podría acabar concentrando aún más la riqueza y el poder en manos de unas pocas familias.
No necesariamente se reducirá el sector privado. Pero a medida que el Partido adquiera acciones de oro en empresas privadas y coloque a burócratas en sus consejos, las voces de los empresarios se verán sofocadas. Eso tiene un coste. Por ejemplo, Shum afirmaba que quería concentrarse en crear valor en el centro logístico del aeropuerto de Pekín que había creado. Pero como las autoridades que habían respaldado el proyecto se vieron envueltas en la campaña anticorrupción de Xi, lo vendió. “Llegué a creer que en China, un modelo de negocio a largo plazo no funcionaría... Si inviertes 1 dólar y ganas 10, sacas 7 e inviertes 3. Pero si mantienes 10, lo más probable es que lo pierdas todo”.
Esta actitud lleva años frustrando a los responsables de la política económica de China, pero la postura actual del Gobierno seguramente la empeorará. El confuso ritmo de los cambios, la humillación pública de paladines del sector privado como Ma, y la destrucción de la noche a la mañana de industrias enteras como la de las clases particulares extraescolares solo pueden provocar que el capital privado tenga más aversión al riesgo, desalentando la inversión y la investigación.
Xi quiere disciplinar el sector privado, no destruirlo. Pero estos constantes azotes parecen más propensos a producir estancamiento que competitividad. China puede llegar a echar de menos a los pececillos sucios que mantenían limpios a los cocodrilos.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías