Invertir en incertidumbre
La mejor estrategia será aquella que consiga reducir al máximo el nivel de dependencia de los factores exógenos y del ciclo económico
A pocos días de cerrar el ejercicio 2021 muchos demandan a los gestores de inversiones, economistas y otros pronosticadores las perspectivas del año siguiente. Parece que la evidencia de error de las predicciones en las ciencias sociales (a las que pertenece el mundo de la Bolsa) no desmoraliza a los participantes del mercado, que siguen dependiendo de las predicciones sobre un futuro impredecible para calmar sus ansias de conocimiento.
El problema es que el futuro es impredecible por naturaleza. Pero tenemos esa extraña necesidad de tener que predecir todo. No estamos preparados para asumir nuestra incapacidad para saber lo que va a pasar. Esta realidad se hace más evidente en Bolsa, donde nos vemos obligados a tomar decisiones basadas en expectativas. Los gestores y analistas tratan de predecir cuáles son los activos infravalorados por el mercado para aprovechar oportunidades de inversión. Para ello, cuentan con un ejército de colaboradores (analistas financieros, economistas…) que tratan de facilitarles las cosas, aportando su visión sobre el futuro impredecible. En este proceso se cometen varios errores de juicio al mismo tiempo, siendo los más comunes el sesgo de la experiencia y el sesgo de confirmación.
Los profesionales de la adivinación (los colaboradores) aportan años de experiencia y extraordinarias trayectorias profesionales para tratar de convencer a su público y justificar sus predicciones. Nos olvidamos no solo la complejidad del mundo que nos rodea (cada vez más interconectado y, por tanto, más complejo), sino, sobre todo, la complejidad de la naturaleza humana. Somos seres profundamente emocionales. Y nuestras emociones son imposibles de predecir. En momentos de tensión, en situaciones extremas o ante eventos desconocidos, nuestras emociones se imponen a nuestra razón y actuamos de manera irracional. Este comportamiento irracional anula la capacidad predictiva de cualquier modelo económico (basado en la racionalidad del homo economicus).
La falacia narrativa o sesgo de confirmación es casi más peligroso para el gestor de inversiones o el propio inversor. La falacia narrativa consiste en crear (o encontrar) una historia que nos ayude a justificar nuestra teoría sobre el futuro. En otras palabras, siempre vamos a buscar motivos para confirmar nuestras expectativas. Y esos motivos nos los ofrecen nuestros colaboradores.
Con la ayuda de profesionales, construimos una historia perfecta sobre cómo va a ser el futuro. Pero, como afirma Nassim Taleb, la vida no es más que una acumulación de pequeños sucesos de gran impacto (cisnes negros). Sucesos que son, por definición, improbables o imposibles de predecir. Es decir, nuestro futuro se definirá por un número reducido de acontecimientos (imposibles de predecir) cuyo impacto será enorme para nuestras vidas. Uno de ellos ocurrió en 2020…
En 2020 una pandemia asoló al mundo. Aun cuando el virus avanzaba a toda prisa en China, obligando a la fábrica del mundo a cerrar por completo, los economistas seguían considerando que la epidemia del Covid-19 se iba a controlar y su impacto iba a ser limitado. Los mercados seguían subiendo, haciendo caso a las previsiones optimistas de sus colaboradores. En febrero de 2020 el virus entra en Europa. Los economistas seguían viendo un impacto limitado. Pocas semanas después se produce una de las mayores caídas de la Bolsa y la más rápida de todas. Los economistas empezaron entonces a rebajar previsiones de crecimiento…
El sesgo de confirmación no se confirmó (una vez más). Por si fuera poco, la narrativa que imperaba antes de la pandemia (deflación) se ha intercambiado por la narrativa contraria (inflación) en un plazo de tiempo sorprendente. Los miedos a la deflación fueron sustituidos por los miedos a la inflación a principios de 2021. Nadie estimaba una inflación muy elevada a principios de año, pero la inflación superó el 5% durante el periodo estival en Estados Unidos, llegando hasta el 6,8% en el mes de noviembre, el dato más elevado desde la década de 1980. Pero lo sorprendente no ha sido tanto la subida vertiginosa de los precios, sino la estabilidad del rendimiento de los bonos (que suelen tener una alta correlación con la inflación). Nadie predijo la subida tan fuerte de los precios. Por supuesto, nadie pudo predecir que, ante el incremento de la inflación, los bonos se iban a mantener estables. El error no es que se sigan haciendo predicciones, sino que los agentes de mercado acudan a ellas para establecer su hoja de ruta.
La pregunta es: ¿por qué demonios seguimos tratando de predecir lo impredecible?
Nadie sabe qué va a pasar. Y buscar opinión externa es incidir en el error (falacia narrativa). Pero tenemos que tomar decisiones de inversión. Tenemos que decidir qué compañías están infravaloradas por el mercado. Algunos considerarán que, en función del entorno económico (la famosa teoría del ciclo), se puede anticipar qué negocios van a ofrecer buenos rendimientos. Pero la inversión en este tipo de negocios, ligados al ciclo, sigue siendo una tarea complicada, ya que nos obliga a adivinar el rumbo de la economía (tarea imposible). Habrá momentos en que el ciclo acompañe, como ha sido el caso del año 2021, y estos negocios de perfil cíclico lideren las subidas en Bolsa. Pero no son más que eso, negocios cíclicos.
La mejor estrategia de inversión será aquella que consiga reducir al máximo el nivel de dependencia de factores exógenos y del ciclo económico. El éxito en la inversión suele tener una relación inversa con la complejidad del proceso de inversión. Por lo tanto, invertir en el selecto grupo de excelentes negocios que son capaces de crecer a tasas atractivas de manera recurrente, con independencia del momento del ciclo económico en que nos encontremos, es la estrategia más rentable y la menos arriesgada a largo plazo.
Estos negocios suelen ofrecer un producto o servicio diferente, necesario o mejor que el de la competencia. Por lo general, estos negocios cuentan con la fortaleza de una marca reconocida. Gracias a su poder de negociación, son capaces de incrementar precios sin que la demanda se resienta, por lo que, en épocas de inflación, tienen una enorme facilidad para trasladar la inflación vía precios. Esa capacidad para fijar precios altos se materializa en márgenes muy elevados, con el consiguiente impacto positivo en la rentabilidad del negocio. Y todo ello (crecimiento recurrente, rentabilidad elevada y fuertes ventajas competitivas) se traduce en una gran capacidad para generar caja (dinero), lo que les permite seguir invirtiendo para seguir creciendo, sin necesidad de acudir al mercado para solicitar capital o endeudarse para acometer compras que destruyan el valor futuro del negocio.
La combinación de un crecimiento atractivo y una rentabilidad elevada, junto a unas fuertes ventajas competitivas y una posición financiera cómoda, permite a determinados negocios crear valor de forma recurrente. Y lo más fantástico de invertir en estos negocios es que nos exime de la estúpida tarea de tener que predecir el rumbo de la economía.
Álvaro Jiménez es Gestor de renta variable en Gesconsult