Fórmulas para proteger las carteras para afrontar el fin de año
Algunos gestores reducen ahora el riesgo para amarrar los resultados obtenidos
Varias nubes se ciernen sobre el horizonte y podrían aguar las buenas rentabilidades: el rebrote del coronavirus en Centroeuropa y las consiguientes restricciones, como el confinamiento que el lunes volverá a Austria; o la fuerte inflación y la retirada de estímulos de los bancos centrales. De hecho, el Ibex cerró el viernes su peor semana desde octubre de 2020, antes de que se tuviera noticia de las vacunas.
Francisco Quintana es director de estrategia de inversión de ING en España y cuenta con más de 20 años de experiencia en la gestión de activos. “He visto mucho esa querencia por tratar de amarrar los resultados cuando llega el final del ejercicio, sobre todo en los gestores más activos”, explica.
La forma más drástica de reducir el riesgo en las carteras es vendiendo Bolsa. El índice S&P 500 de Estados Unidos acumula en el año un 25% de rentabilidad y el Stoxx 600 un 22%. Para muchos gestores puede ser tentador deshacer las posiciones donde han conseguido más plusvalías, aumentar la liquidez y esperar a que haya nuevas correcciones para entrar en el mercado.
“También es frecuente que se suba el peso de los bonos, que tienen menos volatilidad, o que se vendan compañías más pequeñas para comprar otras mayores, que entrañan menos riesgos”, apunta Quintana.
Rebalanceos automáticos
Con todo, la principal apuesta de ING para sus clientes son las Carteras Naranja, que son fondos que invierten en fondos indexados de bajo coste. En estos casos, la entidad no hace una política activa de reducción de riesgos de las carteras, aunque sí hay un cierto efecto por el rebalanceo. “Si un cliente tiene un perfil de 60% Bolsa y 40% bonos, como la renta variable se ha revalorizado mucho, lo normal es que haya aumentado el peso, y tenga ahora un 63%. Así que tenemos que vender algo de Bolsa para reequilibrar la cartera”, explica el gestor.
Desde el verano, los dos temas que han monopolizado la conversación de la comunidad inversora han sido la inflación (y los cuellos de botella que la han provocado) y su efecto en la progresiva normalización de las políticas monetarias.
El último dato de inflación de Estados Unidos desató todas las alarmas. En octubre, los precios crecieron a una tasa interanual del 6,2%, un nivel que no se veía desde hacía 30 años. En la eurozona aumentan a una tasa del 4,1% y en España al 5,4%.
John Reinsberg, número dos de la gestora estadounidense Lazard –una firma que gestiona activos por valor de 202.000 millones de euros–, que ha visitado estos días Madrid para reunirse con clientes, comenta que “es normal que haya cundido el nerviosismo entre los inversores con estas fuertes subidas de precios, pero bajo nuestro punto de vista, la situación ya se está empezando a normalizar”. El inversor considera que hay señales positivas como “la drástica caída en el índice seco del Báltico, que mide el precio de mover grano en diferentes rutas y es un buen indicador adelantado”. También menciona que los directivos de grupos industriales alemanes a los que ha visitado están transmitiendo al mercado “que ya ha pasado lo peor de los cuellos de botella”.
La mayoría de los inversores tiene claro que la inflación ha tocado techo y que se va a ir moderando. Pero ha calado la idea de que en los próximos años habrá un nivel de precios superior al de la última década.
Pascal Blanqué es director de inversiones en Amundi, la mayor gestora de fondos de la zona euro. A su juicio, el diseño de carteras de inversión para 2022 es especialmente desafiante. “Los principales elementos a considerar en la construcción de carteras serán: rendimiento, riesgo de liquidez y exposición al crecimiento y riesgo de inflación”, enumera. Su recomendación para los inversores es comenzar 2022 “ligeros” en exposición al riesgo e irlo recalibrando a lo largo del año, “con un enfoque en la resiliencia de la cartera frente a subidas de rendimientos de los bonos”.
En Bolsa, apuesta por compañías con un componente cíclico, por los mercados emergentes y por Europa frente a Estados Unidos. “La Bolsa europea se verá favorecida por la llegada de los fondos Next Generation”.
Respecto al tipo de sector en el que invertir, José Ramón Iturriaga, gestor del fondo Okavango Delta en Abante Asesores, coincide en que las compañías con un perfil value se han quedado algo rezagadas y subirán más. “Después de tantos años de bajos tipos de interés, quienes han tirado más del carro de las Bolsas han sido las compañías con un perfil de fuerte crecimiento. Cuando se calculaban los flujos de caja futuros, al aplicarse un descuento tan bajo al traerlos al valor presente salían valoraciones muy altas. Pero, poco a poco, cuando se vaya normalizando la política monetaria, ese tipo de compañías dejarán de ser tan atractivas porque se aplicarán tasas de descuento superiores, y los gestores volverán a mirar sectores que han dejado olvidados”, argumenta.
La inversión en este tipo de compañías (minería, banca, petróleo) ha funcionado muy mal durante los últimos años. A finales de 2020, cuando empezó a demostrarse el éxito de las vacunas, comenzaron a revalorizarse con fuerza, en lo que se llamó “la Gran Rotación” (gestores que sacaban compañías de crecimiento de sus carteras para incorporar más empresas de perfil value, o cíclico) pero a mitad de año la tendencia se frenó.
“El mercado está muy condicionado por la macro y las expectativas de tipos. Ahora, otra vez, con el confinamiento de Austria y la advertencia de que podría pasar lo mismo en Alemania, la gente se ha asustado. Pero hay que recordar que estamos muchísimo más preparados que en las olas anteriores y que los índices de mortalidad que vimos el año pasado no los volveremos a ver”, considera Iturriaga. “Antes o después, las aguas volverán a su cauce”, añade.
Renta fija
El factor que más ha contribuido este año a sostener los mercados financieros ha sido el mantenimiento del despliegue combinado de políticas fiscales expansivas y las políticas monetarias con bajos tipos de interés y compra de deuda pública. Sin embargo, este andamiaje ha comenzado a retirarse.
La Reserva Federal de Estados Unidos (su banco central) confirmó el 3 de noviembre que ya iba a empezar a reducir el volumen de adquisiciones mensuales de deuda. En concreto, las compras de bonos del Tesoro se reducirán a 70.000 millones de dólares y las de valores respaldados por hipotecas a 35.000 millones de dólares mensuales a finales de noviembre. A comienzos de diciembre, dichas cantidades se recortarán a 60.000 millones de dólares y 30.000 millones de dólares al mes, respectivamente. La subida de tipos llegará a finales de 2022, de acuerdo con un panel de expertos consultados por Reuters.
Quien podría adelantarse al resto de bancos centrales es el Banco de Inglaterra. Muchos analistas esperaban que su comité de política monetaria acordara, en su reunión del 4 de noviembre, una subida de tipos, pero la dejó pasar. Ahora, con los precios subiendo allí a una tasa del 4,2% (frente al objetivo del 2%), esta subida parece más que probable.
“La mejor forma de actuar en renta fija es evitar las restricciones, porque habrá importantes divergencias en las políticas monetarias”, apunta Blanqué, de Amundi. “Lo más inteligente es incorporar también activos alternativos a la renta fija, como inversión en infraestructuras, inmobiliario o deuda privada”. A su juicio, los inversores deben prepararse para buscar carteras que no se limiten a tener Bolsa y bonos, porque cada vez hay más riesgo de que estos dos tipos de activos puedan caer simultáneamente.
Así, entre amenazas de nuevos confinamientos, subidas generalizadas de precios y el temor a una retirada precipitada de estímulos por parte de los bancos centrales, serán muchos los inversores que preferirán retirar el pie de acelerador y ver cómo arranca 2022. La celebración de Acción de Gracias en EE UU el próximo día 25, para muchos la fecha oficiosa de cierre del año en los mercados financieros, puede ser la excusa para ello.