¿Quién pagará el pato de la recuperación pospandémica?
Los Gobiernos acabarán optando por el impuesto más sencillo y antiguo de todos: devaluar sus monedas
La guerra contra el Covid ha resultado cara. En 2020, el déficit federal de EE UU ascendió a 3,4 billones de dólares: casi el 95% de la recaudación. A medida que la crisis afloja, los políticos están pensando cómo pagar la factura. Guerras anteriores han traído consigo nuevos impuestos. Ha llegado el momento de reconsiderar nuevas fuentes de ingresos, que no solo recauden dinero, sino que corrijan los males socioeconómicos.
Hasta ahora, Biden solo ha propuesto retocar el sistema fiscal. Ha pedido que suban los tipos máximos sobre la renta, las sociedades y las plusvalías (el impuesto sobre las plusvalías también podría aplicarse a las herencias). Boris Johnson está valorando reducir los beneficios fiscales de las pensiones. Dado el pobre historial de ahorro del país, parece poco aconsejable. En cuanto a la subida de los impuestos sobre la renta en EE UU, los ricos de allí son expertos en evitarlas.
Periodistas de ProPublica han revelado que varios de los más ricos del país –como Bezos, Musk, Soros o Icahn– no pagaron el impuesto federal sobre la renta algunos años. En 2015, unos 14.000 contribuyentes pagaron más que Warren Buffett, que disfruta de un impuesto relativamente bajo porque rara vez obtiene ganancias de capital y Berkshire Hathaway no paga dividendos. Las empresas del país son igualmente expertas en minimizar sus obligaciones. Las cinco más preciadas –Microsoft, Apple, Facebook, Alphabet y Amazon– pagan el 15% de sus beneficios en impuestos, casi un tercio menos que el tipo legal de Sociedades, del 21% en 2020.
El impuesto sobre la renta se introdujo por primera vez en Gran Bretaña en 1798, cuando el país estaba en guerra con la Francia revolucionaria. Aunque el Covid es un virus, es una batalla cuyos costes habrá que pagar. He aquí algunos posibles nuevos impuestos para hacer frente a la situación:
-Impuesto sobre la riqueza: los multimillonarios podrían tener más dificultades para evitar un impuesto sobre la riqueza que sobre la renta. Además de reducir la desigualdad, un impuesto anual sobre la riqueza, que ya existe de alguna forma en economías prósperas como Suiza y Noruega, podría sustituir a las ganancias de capital y al enormemente impopular impuesto sobre el patrimonio. Los 25 más ricos de EE UU tienen una riqueza de 1,8 billones, según Forbes. Un arancel del 2% recaudaría unos 36.000 millones, muchos múltiplos de lo que pagan en el impuesto sobre la renta. Los senadores Bernie Sanders y Elizabeth Warren son grandes defensores. Pero los críticos afirman que desalentaría el emprendimiento y perjudicaría a las pequeñas empresas.
-Impuesto sobre el apalancamiento: hace un par de años, Martin Hutchinson, excolega de Breakingviews, propuso un impuesto sobre el apalancamiento empresarial. Argumentaba que provoca inestabilidad financiera. En los últimos años, las empresas han aprovechado el dinero fácil para endeudarse cada vez más. Un impuesto así reduciría las recompras financiadas con deuda y otros tipos de ingeniería financiera. En lugar de “des-capitalizarse”, tendrían un incentivo para sustituir la deuda por capital.
AT&T es la empresa de EE UU no financiera más apalancada, con un pasivo cercano a los 350.000 millones. Si se gravara al 2%, pagaría casi 7.000 millones más. Como beneficio añadido para los accionistas, ante una factura de este tipo la dirección de AT&T podría habérselo pensado dos veces antes de embarcarse en la compra de Time Warner, que está revirtiendo.
-Impuesto al monopolio: como señaló Adam Smith, una economía dinámica requiere libre competencia. Pero como muestra Jonathan Tepper en El mito del capitalismo, la economía de EE UU se ha visto dominada por gigantes corporativos. Los estudios sugieren que las empresas con posiciones dominantes en el mercado son más rentables, pero tienden a invertir menos.
Los antimonopolio solían encargarse de ello, pero últimamente se están quedando de brazos cruzados. Un impuesto sobre los beneficios basado en la cuota de mercado sería más eficiente y recaudaría toneladas de dinero. Escribe Tepper: “Si tenemos un impuesto sobre la renta progresivo porque la utilidad marginal del dinero es menor para los más ricos, ¿por qué no deberíamos gravar a las empresas de forma similar?” Facebook paga el 13% de sus beneficios en impuestos. Si su tipo se basara en su cuota de mercado mundial, se multiplicaría por más de cinco. Zuckerberg pondría el grito en el cielo, pero la sociedad se beneficiaría.
-Impuesto verde sobre las ventas: Una de las principales debilidades del capitalismo es que los responsables de dañar el ambiente suelen evitar pagar. El Nobel británico Ronald Coase sugirió hace tiempo que el Estado debería cobrar a las empresas por las “externalidades”, como la contaminación. Otra opción sería incluir los costes ambientales en un impuesto sobre las ventas.
Imitaría los impuestos al pecado que ya se aplican al tabaco y la gasolina. Los coches de gasóleo tendrían un impuesto sobre las ventas mayor que los eléctricos, y el impuesto sobre la carne de vacuno de cría intensiva sería mayor que el de la de pasto. El nivel del impuesto ecológico sobre las ventas podría vincularse a la cantidad de CO2 emitido en la producción.
Dado que las externalidades son difíciles de medir, este impuesto sería administrativamente complejo. Además, existe el peligro de que un nuevo impuesto tenga consecuencias imprevistas. Cuando Guillermo de Orange introdujo el impuesto sobre las ventanas en 1696 para pagar la guerra de Gran Bretaña con Francia, los propietarios respondieron tapiándolas. Después de que Francia introdujera uno sobre el patrimonio en los ochenta, miles de millonarios huyeron del país. Macron lo abolió en 2017. También hay escollos políticos. El largo mandato de Margaret Thatcher llegó a su fin después de que los británicos se rebelaran contra su introducción de un impuesto electoral.
Las realidades políticas implican que pocos o ninguno de estos impuestos verán la luz. En lugar de eso, los políticos recurrirán al impuesto más antiguo de todos, uno que no requiere ni legislación ni el consentimiento del pueblo. Desde la antigüedad, los Estados han sufragado los costes de la guerra devaluando sus monedas. Poco ha cambiado desde entonces. Hoy, los bancos centrales se dedican a imprimir dinero para comprar deuda pública. Un impuesto inflacionario está en ciernes. Incluso el astuto Buffett tendrá problemas para escapar.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías