Las claves de la inversión sostenible, de anécdota a megatendencia
Los productos con sello ESG ocupan un lugar preferente en el interés de los ahorradores y ya son considerados más rentables por muchos gestores
La inversión sostenible ha alcanzado la plena mayoría de edad durante esta crisis. La toma de conciencia sobre el impacto económico del cambio climático ha cuajado definitivamente entre la inmensa mayoría de los inversores. Además, el duro impacto en la salud y el empleo que ha tenido la pandemia ha reafirmado el interés por las cuestiones sociales y el buen gobierno corporativo. El dinero se dirige ahora hacia las actividades con sello sostenible, aquellas comprometidas con el medioambiente, la sociedad y el buen gobierno de las empresas, en una tendencia imparable que venía siendo alentada en los últimos años por las grandes instituciones internacionales y que con la actual crisis ha alcanzado su punto álgido.
Los Gobiernos de las principales economías del mundo contemplan multimillonarias inversiones para los próximos años en sus planes de reconstrucción económica tras la crisis. Esa lluvia de dinero, en paralelo al interés inversor y a las potentes inversiones que también harán las empresas para afrontar sus propios riesgos ante la transición energética, han disparado la inversión con etiqueta ESG (siglas en inglés de environmental, social and governance) y prometen seguir impulsándola en los próximos años.
"En el último año y medio la inversión sostenible ha crecido tanto en volumen como en influencia y puede decirse que ya forma parte de las finanzas convencionales", explica Claire Hedley, responsable de estrategia en inversión sostenible de Goldman Sachs Asset Management. El boom ha sido tal que ha llevado a niveles propios de burbuja a los activos de energía renovable y ha propiciado que para los emisores de deuda llegue a resultar más barato colocar bonos con sello ESG que deuda convencional.
Sin embargo, el crecimiento exponencial de la inversión sostenible en los últimos meses también ha puesto de manifiesto la evidente dificultad para confirmar que un bono verde o un fondo con etiqueta ESG lo son realmente. ¿Con qué herramientas cuenta por tanto el inversor para asegurarse de la autenticidad del compromiso con la sostenibilidad en la empresa que invierte? ¿Es realmente la inversión ESG más rentable?
La responsable de inversión sostenible de KPMG, Teresa Royo, explica que "al analizar elementos extrafinancieros, como los sociales o los medioambientales, el inversor cuenta con más información y puede tomar mejores decisiones al mejorar el ratio retorno-riesgo. Las empresas que adoptan criterios de gestión de sostenibilidad han aguantado mejor la crisis".
Esa mayor solidez de las empresas con criterios de gestión sostenible es el gran argumento que justificaría su mayor rentabilidad. Desde la firma especializada en inversión ESG Federated Hermes señalan que las empresas con buenas o mejores prácticas sociales pueden añadir potencialmente hasta 17 puntos básicos cada mes a los rendimientos, frente a los 15 puntos básicos de 2018. Y en Bank of America señalan que las empresas con criterios de gestión sostenible tienen menos riesgo de caer en la insolvencia. Aseguran que el 90% de las bancarrotas de empresas del S&P 500 registradas entre 2005 y 2015 se dieron en firmas con una pobre puntuación en compromiso medioambiental y social ya en los cinco años previos a la insolvencia. En un tiempo en que las políticas ESG no eran ni mucho menos la norma.
La pandemia ha disparado la inversión sostenible, casi a niveles de burbuja, y obliga a avanzar en la regulación para probar su autenticidad
Desde Fidelity Internacional aseguran tajantes que la inversión ESG es más rentable. La gestora ha analizado la relación entre las calificaciones ESG elevadas y las rentabilidades durante los primeros nueve meses de 2020, justo en el hundimiento y posterior recuperación del mercado. Y concluye que "las empresas en la parte alta de nuestra escala de calificaciones ESG superaron a las que poseen calificaciones más bajas todos esos meses menos abril".
La fuerte entrada de dinero en productos autodenominados sostenibles ha llegado a crear por momentos impresión de burbuja. Los fondos con etiqueta ESG atraen entre el 30% y el 40% del total de las entradas de dinero a la industria global de fondos, pese a solo representar el 7% del conjunto de activos gestionados, según apuntan en Goldman Sachs. En Bank of America añaden que los más de 1.900 fondos ESG que monitorizan alcanzaron en abril un volumen patrimonial récord de 1,4 billones de dólares, más del doble que un año atrás.
El banco estadounidense asegura que "si la inversión ESG era una burbuja, ya no lo es. A pesar de los enormes flujos de entrada y del creciente interés, la prima de los buenos valores ESG según las calificaciones generales se ha reducido, no ha aumentado. Y aunque el interés por el ESG está creciendo, todavía hay un margen importante para la participación de más inversores".
Los últimos meses han confirmado de forma meridiana el interés de los inversores por la sostenibilidad y parece haber quedado zanjado el debate sobre su rentabilidad. La ESG es ya una megatendencia. Sin embargo, en paralelo a esta eclosión ha surgido un nuevo problema, el de la falsa sostenibilidad o greenwashing.
El ámbito de las finanzas sostenibles es hoy día un gran mercado, con un crecimiento exponencial y en el que la regulación no ha hecho más que empezar. Hasta el momento, la adjudicación del sello ESG a un producto de inversión se basa en el etiquetado que hacen las propias gestoras, a partir de las calificaciones de sostenibilidad que reciben de asesores externos, incluidas las agencias de rating clásicas. No hay sin embargo un criterio uniforme, de modo que cada gestora establece el etiquetado de sus productos de manera distinta y cada asesor de rating adjudica las calificaciones también de diferente forma.
Regulación muy incipiente
La Unión Europea, en la vanguardia de las finanzas sostenibles, ha dado los primeros pasos regulatorios y, desde marzo, las gestoras deben detallar con la máxima transparencia en los folletos de sus fondos la información que acredita su sello ESG. Además, este mes ha presentado una propuesta para establecer un sello de calidad europeo a los bonos verdes, con el que dar garantías del compromiso medioambiental del emisor. Pretende también que los calificadores externos de rating sostenible estén directamente supervisados por la ESMA, el regulador europeo de los mercados financieros. Todo con el fin de ir poniendo negro sobre blanco las reglas de juego de este tipo de inversión y de no dar gato por liebre.
En Fidelity consideran que, en términos generales, las compañías dan información suficiente y transparente de sus políticas ESG, aunque "es cierto que hay empresas que pueden exagerar su grado de sostenibilidad". La gestora aplica su propio rango de calificaciones ESG a todas las firmas que analiza. Del mismo modo opera Amundi, referente europeo de la inversión sostenible, que el año pasado asignó su propio rating ESG a más de 12.000 emisores. Desde KPMG, Teresa Royo defiende la conveniencia del propio análisis de cada gestora ante la divergencia de criterios. "Es muy importante saber leer entre líneas los informes que elaboran las agencias externas de calificación de sostenibilidad y que cada gestor haga después su propio trabajo de análisis. Y es necesario también que los gestores tengan incentivos económicos, en su remuneración, para considerar los criterios ESG en su labor como un factor más de su análisis y toma de decisión de inversión", advierte.
En Nordea, una de las gestoras veteranas en la inversión sostenible, afirman que en la actualidad hay un vacío de transparencia en la clasificación de fondos ESG, una visión compartida por el conjunto del sector. La firma cree que la plena aplicación de la normativa de la UE llevará varios años y avisa de que también "llevará tiempo a los gestores de los fondos elaborar medidas sólidas de presentación de folletos y a los clientes adquirir experiencia en la interpretación de la información". La industria coincide en que hay multitud de datos de sostenibilidad –los indicadores ESG superan los 150– y muy poca uniformidad para ordenarlos y poder comparar de forma fiable un fondo sostenible con otro.
Aun así, la industria ha avanzado enormemente y el criterio ya no es solo excluir de la cartera a empresas armamentísticas o tabaqueras. Hay que hilar fino y afrontar nuevos retos para la gestión, ya no solo en materia medioambiental –el foco central de la inversión sostenible– sino social y de buen gobierno corporativo. La imputación por presunto espionaje a Repsol, CaixaBank e Iberdrola Renovables será una prueba de ello.