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La Lupa
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Una RTVE independiente y fuerte, antídoto a la exclusión informativa

La epidemia de ‘fake news’ y la extensión de los contenidos de pago dejan a la clase social con bajos recursos expuesta a la desinformación

La implantación de internet y el desarrollo de las plataformas globales de buscadores (Google, Bing) y de las redes sociales (Twitter, Facebook, Instagram, Youtube) han cambiado las reglas de juego de los medios de comunicación, generando un destrozo, aún sin culminar, en una industria determinante en la conformación de la opinión de los ciudadanos del mundo libre.

En lo que va de siglo, se está derrumbado un ecosistema de medios de comunicación en manos de pymes familiares, que normalmente nacieron desde ideas liberales y sin pretensiones económicas. Mientras, se extienden multinacionales, que crecen y se reproducen parasitando los contenidos creados en las menguantes redacciones de estos medios, y vendiendo los datos de los lectores de las noticias.

En este proceso de intercambio de información, donde es muy difícil seguir la trazabilidad de la creación del contenido (de esa noticia), el periodista y el medio han perdido el control del producto, que se manosea, mezcla y falsifica hasta extremos inimaginables. Es así como ha surgido la industria de la mentira, cuya máxima expresión son las fake news y el deepfake, las noticias falsas y los videos ultrafalsos que, utilizando inteligencia artificial, hacen decir a personajes públicos cosas que jamás han dicho.

Con este mar de fondo hemos llegado a la segunda década del siglo XXI, que arrancó con una pandemia, donde la verdad era más necesaria que nunca, y un presidente aupado y arrumbado democráticamente en la mayor potencia económica y militar del mundo, abusando de lo peor de las redes y la comunicación: la mentira. Ha llegado a tal extremo que televisiones y redes decidieron censurarle. El mundo al revés: los medios tratando de proteger a los ciudadanos de su gobernante.

Prácticamente todos los medios de comunicación tradicionales estaban en situación de quiebra técnica, desde The New York Times a La Voz de Neila. Las grandes plataformas tecnológicas succionaron primero los contenidos y, después, la publicidad. Se llevan los ingresos y les dejan los costes.

Después de años regalando la información y de recortes de costes extenuantes, en espera de que el crecimiento del tráfico de sus webs les retornara la publicidad perdida en las ediciones impresas, la respuesta unánime es el cobro por el consumo de noticias. Es una vuelta al principio, que nunca se debió abandonar: hacer un periódico de calidad tiene un coste, si quieres leerlo, habrá que pagar, al margen de si el soporte es digital o analógico.

La medicina de la prensa se está aplicando ya en pequeñas dosis a otros medios de comunicación. Las plataformas globales de streaming (Netflix, HBO, Amazon Prime, Disney TV, etc) están acaparando el consumo de televisión, especialmente en prime time (entre las 21H y 24H). Si continúa la tendencia actual, la televisión convencional en abierto será un producto para jubilados y otros sectores de bajo poder adquisitivo sin interés para los anunciantes.

El futuro de las radios no parece mucho más halagüeño. Las que se dedican a la emisión de música llevan años perdiendo audiencia, y por tanto ingresos, que se van a nuevos actores como Spotify, Apple Music, Youtube, etc. En el caso de las radios convencionales, las que basan su programación en la información de actualidad, el entretenimiento y los deportes, el crecimiento de los podcast les va a hacer daño, a menos que lo aprovechen para transformarse.

En dos décadas, la industria de medios de comunicación ha perdido sus potentes barreras de entrada. Lanzar un periódico requería planta de impresión y una capilar red de distribución. Para una radio o televisión, concesiones públicas de antena y espectro, que se dan con cuentagotas y te ponen a rendir pleitesía a los poderes públicos.

Todo esto ha saltado por los aires con internet. Ni concesiones públicas, ni rotativas, ni furgonetas o camiones para distribuir. El coste de infraestructura se desploma, pero sigue siendo clave invertir en contenidos, en equipos de redacción y marketing, que te diferencien y construyan un hueco en un universo muy competitivo.

En resumen, primero se destruyó el modelo de negocio de los medios de comunicación tradicionales. Pasando de la venta de ejemplares y de publicidad a regalar el contenido para tener lectores e ingresos publicitarios. Llegaron millones de lectores, pero los ingresos se los quedaron las multinacionales tecnológicas, por lo que ahora se quiere volver a cobrar por los contenidos.

Entre tanto, se ha construido toda una industria de la manipulación que va en pro de las ideas más destructivas, las buenas no necesitan quebrar la voluntad de nadie.

¿Cómo combatir este escenario? La Constitución española reconoce a los medios de comunicación el derecho al ejercicio de libertad de expresión, mientras que corresponde a los ciudadanos la titularidad del derecho a una información veraz. Pero, ¿quién la garantiza?

Las grandes marcas de la comunicación, que hunden sus raíces en el siglo pasado tienen una enorme responsabilidad. Pero dicha responsabilidad está incardinada más en el ámbito de la ética que del deber y no se les puede plantear exigencias sin fin, cuando ni siquiera se les ha protegido de las mencionadas multinacionales del click and by. España y la UE deberían tomar nota de cómo en las antípodas, en Australia, están legislando para proteger a los medios de comunicación.

Los denominados regímenes liberales (Occidente) deberían tener claro que deben proteger a su industria privada de medios de comunicación y, potenciar unos medios públicos potentes, pero para ponerlos al servicio de sus ciudadanos, no de los gobiernos.

La generalización de los modelos de pago y el crecimiento de la industria de la mentira deja a las personas con menos recursos y formación mucho más expuesta a la manipulación. En este contexto, los medios públicos y gratuitos, como RTVE, adquieren aún más valor y deberían reforzarse, aunque con más estructuras que garanticen su independencia y frenen la contaminación partidista. Hágase, por favor.

Aurelio Medel es Doctor en Ciencias de la Información. Profesor de la Universidad Complutense

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