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Cuidado con el empeño en tener razón

Algunos letrados adoptan actitudes de confrontación que operan en contra de los intereses del cliente

Getty Images.

Los profesionales del derecho que vivimos en entornos de conflicto observamos que a menudo los abogados, sin darse cuenta y como parte de su práctica y actitud profesional, se pueden llegar a convertir en creadores o potenciadores de actitudes de confrontación que acaban siendo muy negativas para los intereses de sus clientes.

Representar y ayudar a un cliente ante un problema es mucho más que decirle aquello a lo que tiene (supuestamente) derecho. Una verdadera ayuda exige evaluar, desde una perspectiva amplia y completa, las consecuencias de seguir unas u otras vías para la resolución de un conflicto. Enfocándonos en actitudes de “querer tener razón” o de defensa del “tener derecho” ayudamos poco a nuestros clientes. Con frecuencia estos enfoques llevan a los clientes a creerse que conseguirán el reconocimiento de sus pretensiones sin considerar los costes económicos, relacionales, emocionales ni los riesgos asociados a la judicialización de asuntos.

A la vez, esas actitudes generan en la parte contraria la correspondiente reacción confrontada provocando, como es natural, la búsqueda por su abogado de los mejores argumentos legales para defender lo contrario. Sin darnos cuenta, con este enfoque, hemos colocado el asunto en una situación en la que dos partes, a través de sus abogados, juegan ante un juez su partida de ajedrez que terminará con la decisión de éste atribuyendo la victoria total o parcial a quien mejor haya jugado y parezca que tiene mejor razón en derecho.

Como juego no está mal, pero los costes del juego los pagan los clientes que a menudo, incluso cuando ganan el pleito, escasamente obtienen el resarcimiento necesario o la solución efectiva a su conflicto. Los abogados debemos ser siempre muy conscientes de ello y esforzarnos en prestar una verdadera ayuda a nuestros clientes exprimiendo bien todas las posibilidades de alcanzar un acuerdo antes de judicializar un asunto e incluso antes de crear tensiones innecesarias con posicionamientos que no hacen sino generar confrontación ya no solo entre los clientes sino también entre los abogados de las partes.

Es por ello por lo que, para dar un asesoramiento valioso, los abogados debemos siempre asegurarnos de contribuir a que el cliente evalúe y adopte sus decisiones desde la mejor serenidad sin ser arrastrado por influencias emocionales negativas.

Por otra parte es necesario que le compañamos en el análisis de las ventajas e inconvenientes, riesgos y oportunidades, que pueden derivarse de un pacto frente a una actuación judicial. Es decir, ayudarle a efectuar un “test de realismo” que le permita entender las consecuencias reales de unas y otras alternativas considerando aspectos relevantes en la economía y en la vida del propio cliente, tales como el impacto en sus relaciones, el consumo de tiempo, los desgastes de energía que producen el alargamiento de conflictos judicializados e incluso el insomnio que a menudo sufren quienes viven en un incómodo conflicto.

También es necesario que pongamos las mejores capacidades de interlocución y conversación con actitudes constructivas para buscar soluciones negociadas que eviten al cliente la incertidumbre y los riesgos innecesarios derivados de cualquier procedimiento judicial. En ese sentido, se debe evaluar, conjuntamente con el cliente, la posible conveniencia de someter la controversia a mediación o a otros medios apropiados de resolución de conflictos (ADR).

Cuando las personas nos vemos afectadas por un conflicto con cierta relevancia económica o relacional o emocional para nosotros sufrimos, sin duda, una distorsión en la comprensión de las situaciones desde una perspectiva objetiva, con deterioro de nuestras capacidades de evaluación y decisión que se ven debilitadas por el miedo y la agitación interna. Sin embargo, desde fuera, sin implicación, las cosas se aprecian mejor.

Por ello, quienes nos dedicamos a ayudar a las personas en situaciones de conflicto debemos asegurarnos de no perder nunca la perspectiva más fría y objetiva de la situación y de tener presente el juego de fortalezas y debilidades de la posición de nuestros clientes y la totalidad de efectos, incluidos los emocionales, que para ellos se derivan de una situación conflictiva. Y nada peor, para convertirnos en el enemigo de nuestros clientes, que caer en el contagio emocional o engancharnos en una contienda con la parte contraria para ver quien tiene la razón.

Estemos siempre cercanos al cliente y comprendámosle, pero no perdamos nunca nuestra vocación y compromiso de prestarle el mejor asesoramiento y mantener siempre como guía la protección de sus intereses. Dejemos pues de luchar por la razón y trabajemos por sus intereses. Nos lo acabarán agradeciendo.

Alfredo Sanfeliz, of counsel de López-Ibor Abogados

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