Donald Trump ofrece la tierra prometida
Busca arañar votantes con el resultado de sus promesas electorales, como el crecimiento económico, el desmantelamiento de los acuerdos comerciales y el muro con México
En el South Lawn de La Casa Blanca, de la mano de Melania Trump (con vestido largo color verde esperanza), acompañado de toda su familia, la canción de Lee Greenwood God bless the USA sonando, fuegos artificiales en los que se leía Trump 2020 y su lema electoral Land of promise, Donald Trump aceptó la nominación de su partido para ser presidente de Estados Unidos.
El párrafo anterior no es gratuito y merece una explicación porque la coreografía de la convención republicana fue de una enorme efectividad: si fue eficaz o no solo lo sabremos el 3 de noviembre, jornada electoral.
Dar el discurso de aceptación en La Casa Blanca no es habitual pero transmite un mensaje visual “presidencialista”; acompañado por Melania quien, según la firma de análisis Gallup, es la segunda mujer más admirada de América, tras Michelle Obama, al más puro estilo Kennedy, con una muy amplia familia apoyándole en el estrado; una canción que apela a los valores tradicionales de América (God bless the USA), con reminiscencias de Ronald Reagan, cuyo himno patriótico favorito era America the beautiful; un discurso de aceptación de 70 minutos, el más largo desde el que dio Nixon en 1972 y un lema electoral (Land of promise) que no es sino cambiar el orden de las palabras de la canción de Chuck Berry que Elvis Presley hizo famosa en 1972: Promised land, la tierra prometida, la que Dios prometió a Moisés en el Monte Sinaí.
Doble apelación electoral: a la de millones de estadounidenses que creen en la excepcionalidad de América y en el american dream, del que Melania habló en primera persona contando su historia desde su pueblo pobre en Eslovenia, a convertirse en primera dama de EE UU. América es la tierra prometida a la que llegaron los primeros pilgrim settlers, peregrinos holandeses que huyeron de su país buscando libertad religiosa cuando protestantes, calvinistas y luteranos se quemaban unos a otros en la hoguera como le sucedió al español Miguel Servet a manos calvinistas por su teoría (cierta) sobre la circulación de la sangre. Siglo XVII, América, la tierra prometida, pero los recién llegados se mueren de hambre y rezan pidiendo ayuda a Dios, quien se la da por dos vías: una buena cosecha y la bondad de los native americans que vivían en lo que hoy es Massachusetts. Esta historia dio lugar a una de las fiestas más importantes de EE UU: Thanksgiving day, el día de acción de gracias.
Promised land apela a los 10 millones de judíos norteamericanos con derecho a voto, que están registrados como demócratas en su gran mayoría y que ya votaron a Trump en 2016. Cabe esperar, según las encuestas, le voten aún más ahora, tras reconocer a Jerusalén como capital de Israel, aceptar los Altos del Golán (hasta la guerra de los Seis Días en 1967 ocupados por Siria) pertenecientes a Israel y “el único acuerdo de paz en Oriente Medio en 25 años”, dijo la noche del jueves 27 de agosto Trump refiriéndose al establecimiento de relaciones diplomáticas entre Emiratos Árabes (UAE) e Israel.
Promised land también para los hispanos/latinos, un segmento electoral que en 2016 votó a Trump en un 24,6% y que suman 50 millones de ciudadanos legales (y otros 15 millones de inmigrantes ilegales). El votante hispano es trabajador. Es familiar. Tiene valores tradicionales. Pero se siente olvidado de la lucha por la justicia racial y social, que pone énfasis en los afroamericanos. Las encuestas dicen que un 25% de los hispanos votará a Trump, junto a un 10% de los negros y un 90% de los judíos. Si el republicano repitiera el resultado electoral obtenido en 2016 y se añadieran esos porcentajes, no sería descabellado considerar su reelección.
Promised land para los millones de trabajadores de las fábricas que perdieron su trabajo en la gran recesión (entre 2007 y 2009) o fruto de la pandemia del Covid-19 entre marzo y mayo de este año. Entre mayo y julio se han creado 9,27 millones de empleos en el país. Pero la semana pasada Trump prometió otros 10 millones de puestos de trabajo “en los próximos nueve meses”, añadiendo que traerá de China a EE UU la producción manufacturera, making America great again. En el mismo discurso, Trump prometió una vacuna contra el Covid-19 para antes de fin de año “o antes”.
Cara a su electorado, la gran baza de Trump es el cumplimiento de sus promesas: la construcción del muro con México está muy avanzada, durante tres años ha habido crecimiento económico y creación de empleo, hasta llegar en febrero a una tasa de paro del 3,5% considerada como pleno empleo, un acuerdo de paz en Oriente Medio y desmantelar los acuerdos de libre comercio de Clinton, Bush y Obama, como NAFTA (México, EE UU y Canadá) y TTP (EE UU y once países de Asía Pacífico), junto al repliegue de tropas de Irak, Siria y Afganistán, tras derrotar al ISIS en 2017.
Trump se ha posicionado como un presidente que se focaliza en hacer cosas, el gestor eficaz frente a la parálisis centenaria de Washington. Tras las alabanzas a Joe Biden por su empatía en la Convención demócrata, los republicanos contrarrestaron fuertemente: todos los oradores conservadores destacaron el “lado humano” de Trump, su discurso de empatía y compasión hacia las víctimas de la pandemia y las del huracán Laura, a quienes dedicó unas palabras de apoyo en su discurso de aceptación. Ejemplos como la presidiaria afroamericana a quien Trump perdonó la pena tras una reunión con Kim Kardashian, o los inmigrantes convertidos en estadounidenses por él mismo antes de la convención republicana también destacaron “la empatía de Trump”.
Biden gana a Trump en las encuestas por 10 puntos. Aún quedan los debates electorales.
Jorge Díaz-Cardiel es socio director de Advice Strategic Consultants y autor de ‘Trump, año uno’, ‘Hillary vs. Trump’ y ‘Trump, año de trueno y complacencia’