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La inflación es la mejor cura para los males pos y prepandemia

No hay que restar importancia a sus horrores potenciales, pero es una buena forma de resolver los desequilibrios

Propina en el bar McSorley’s Old Ale House, el irlandés más antiguo de Nueva York (EE UU).
Propina en el bar McSorley’s Old Ale House, el irlandés más antiguo de Nueva York (EE UU).REUTERS

Los enormes déficits fiscales y la impresión de dinero generados por la pandemia deberían hacer frente a la amenaza de deflación. Más bien, el que llama es el fantasma de la inflación. Aunque no hay que restar importancia a sus horrores potenciales, su regreso es la mejor manera de resolver los grandes desequilibrios y los enconados descontentos sociales que acosan a la economía mundial.

Los Gobiernos no se están financiando subiendo impuestos o recurriendo a los ahorros privados, sino que han recurrido a imprimir dinero. La oferta monetaria de EE UU se está expandiendo a su ritmo más rápido desde la Segunda Guerra Mundial. El dinero recién impreso no está atrapado en Wall Street, como con los programas de flexibilización cuantitativa de la Fed, sino que va directamente a las empresas, ya que los Gobiernos garantizan los préstamos de emergencia de los bancos comerciales.

El riesgo de inflación es aún mayor por la guerra comercial con China, el principal proveedor mundial de manufacturas baratas. A corto plazo, los altos niveles de paro de Occidente y una severa recesión mundial pueden amortiguar las presiones inflacionarias, aunque no las extinguirán. Pero una vez que la velocidad del dinero vuelva a sus niveles previrus, el estratega de inversión Russell Napier, de Orlock Advisors, predice que las subidas de precios en el mundo desarrollado podrían superar el 4% en 2021.

Han pasado cuatro décadas desde la gran inflación de los setenta. Vale la pena recordar los malos efectos secundarios de esa época. La riqueza se redistribuyó al azar entre los ganadores y perdedores de la inflación. A los deudores les fue bien a expensas de los prestamistas. Los ahorros en efectivo y bonos se esfumaron. A medida que los tipos se disparaban, las valoraciones en Bolsa se derrumbaban. El Dow Jones no subió en 1965-80: en 1979 BusinessWeek tituló: La muerte de las acciones: cómo está destruyendo el mercado de valores la inflación. Se formaron burbujas en los activos que superaban a la inflación, como el oro y la plata.

La inflación tampoco fue buena para los negocios. Durante los setenta, el crecimiento de la productividad de EE UU se quedó en un 1% anual, un tercio de su promedio de la posguerra. Los intentos de la Fed de controlar la inflación dieron lugar a frecuentes recesiones (cuatro en 1969-82). Que la inflación siguiera aumentando en un momento de paro dio lugar al término “estanflación”.

La crisis inflamó los conflictos sociales, con los grupos de poder luchando por mantener su parte en un pastel cada vez más pequeño. Los sindicatos luchaban con los empleadores. A los trabajadores les fue mejor que a los pensionistas. Como el precio de la energía, los alimentos y las materias primas subía más rápidamente que los ingresos, “las consecuencias cayeron más cruelmente sobre los pobres, que pagaron una gran proporción de sus ingresos en alimentos, combustible y vivienda”, observó el historiador David Hackett Fischer en su libro La gran ola: “Las tres tendencias que los estadounidenses identificaron como problemas sociales más urgentes (delitos, drogas y caos familiar) correlacionaban con las tasas de inflación”.

Como comentó en su momento Friedrich Hayek, la inflación actuaba como una droga, porque se requerían dosis cada vez mayores para provocar el mismo estímulo. Al despertar la inflación, dijo Hayek, las autoridades se encontraron “sosteniendo un tigre por la cola”: imposible sujetarlo, pero peligroso dejarlo ir. Al final, la Fed de Paul Volcker encontró el coraje para matar al tigre. Pero su intento de controlar la oferta de dinero hizo que los tipos de los préstamos comerciales superaran el 20%. Se necesitaron tasas de paro de dos dígitos y dos recesiones severas para alcanzar la estabilidad en los precios.

Ya estan ahí

A priori, parece increíble que los políticos actuales se arriesguen a otro brote de este tipo. Pero no es tan sorprendente. Muchas de las maldiciones asociadas con la inflación ya están ahí. Desde que quebró Lehman Brothers, la productividad se ha desplomado hasta niveles de los setenta. Ha crecido la desi­gualdad. Los opioides han hecho caer la esperanza de vida en EE UU. La desestabilización de los valores sociales y la pérdida generalizada de confianza de los setenta son evidentes. Parafraseando a Robert Solow (MIT), podemos ver la inflación en todas partes salvo en el IPC.

La inflación es un fenómeno complejo. Sus causas son en parte monetarias y en parte económicas. Pero también es un síntoma del colapso del orden social, no solo en los setenta, sino también en períodos anteriores como la Alemania de Weimar y la Francia revolucionaria. Antes de cada gran crisis, Fischer observa un período de crecientes desequilibrios y de creciente inestabilidad. Hoy, el mundo se enfrenta a desequilibrios económicos extremos.

Los niveles excesivos de deuda, que provocaron el colapso de 2008, han seguido creciendo. Este año, la deuda subirá a un ritmo más rápido que nunca. Los tipos ultrabajos han dado lugar a una mala asignación del capital. En la era de los tipos cero, ahorrar para la jubilación se ha vuelto casi imposible. En muchos países, la generación más joven no puede acceder a la vivienda.

La penúltima etapa de toda revolución de precios, según Fischer, está marcada por visiones oscuras y sueños inquietos. Las sectas y cultos, a menudo furiosas e irracionales, se multiplican rápidamente. Los intelectuales se vuelven contra sus sociedades. Los jóvenes se dejan llevar por la alienación y la anomia cultural. Todo esto suena deprimentemente familiar. La etapa final puede desencadenarla alguna pequeña perturbación, sugiere, como un cambio en el clima, una epidemia o líderes incompetentes. Hace casi un cuarto de siglo desde que Fischer escribió estas proféticas palabras.

En su momento, planteó que la revolución de los precios del siglo XX no había alcanzado su clímax. Puede que el Covid-19 lo consiga. Y una vez que la inflación haya pasado factura, muchos de los desequilibrios económicos desaparecerán y el descontento social disminuirá, como ha ocurrido en el pasado. El viaje no será cómodo, pero es inevitable.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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