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Covid-19: un fallo catastrófico del control de riesgos

El sentido común ha jugado un papel secundario en los predominantes modelos matemáticos únicos

Neil Ferguson, epidemiólogo del Imperial College de Londres y uno de los asesores de Boris Johnson contra el Covid-19 hasta que dimitió por saltarse el confinamiento que él mismo promovió.
Neil Ferguson, epidemiólogo del Imperial College de Londres y uno de los asesores de Boris Johnson contra el Covid-19 hasta que dimitió por saltarse el confinamiento que él mismo promovió.

Vivimos en un mundo en el que los responsables políticos deben afrontar grandes y novedosos riesgos. El problema es que siguen fastidiándolo todo. A principios de siglo, la Fed actuó para evitar la deflación, mientras George W. Bush trataba de proteger EE UU de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. Resultaron no existir, pero la guerra de Irak desestabilizó Oriente Próximo con un coste enorme de vidas y dinero público. Y la política de dinero fácil de la Fed alimentó una burbuja inmobiliaria que desencadenó la crisis. Hay pocas razones para creer que los políticos estén manejando mejor el brote de coronavirus.

El sociólogo alemán Ulrich Beck acuñó la expresión “sociedad de riesgo” para describir la principal obsesión del mundo moderno. Para él, el riesgo es un peligro anticipado, no algo que pueda medirse fácilmente según lo definen los economistas. Una nueva noción, conocida como “principio de precaución”, dictaba que debían adoptarse medidas preventivas contra los riesgos a gran escala, por muy improbables que fueran. Beck advirtió de que era probable que los políticos reaccionaran exageradamente: “Dada la promesa de seguridad del Estado y de unos medios de comunicación hambrientos de catástrofes, no va a ser fácil en el futuro”, predijo, “evitar un diabólico juego de poder con la histeria del no saber”. Suena como una buena descripción de la vida bajo el Covid-19.

Entonces, ¿cómo deberían responder los líderes a la pandemia? En su reciente libro Radical Uncertainty (Incertidumbre radical), John Kay y el exgobernador del Banco de Inglaterra Mervyn King describen la toma de decisiones para un futuro desconocido. Para resumirlo: no es física cuántica lo que se requiere, sino sentido común. Los modelos matemáticos complejos no son guías útiles para la acción debido a la escasez de datos precisos. Hay demasiadas “incógnitas desconocidas”, como las llamó Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de Bush. El comportamiento humano cambia constantemente en respuesta a nuevas oportunidades y amenazas. En términos técnicos, los datos sociales no son estacionarios.

Así que no tenemos distribuciones de probabilidad precisas en las que basar las decisiones. Pero eso no impide que la gente actúe como si las tuviéramos, especialmente en finanzas, donde el cálculo numérico es adictivo. Al comienzo de la crisis de 2008, el CFO de Goldman Sachs, David Viniar, dijo que los mercados habían experimentado un evento de desviación de 25 estándares. Lo que quiso decir no fue que algo imposiblemente raro hubiera ocurrido, sino más bien que los modelos de Goldman no podían comprender lo que estaba pasando. Kay y King describen el “problema de Viniar” como “el error de creer que se tiene más conocimiento del mundo real que el que se tiene, a partir de la aplicación de las conclusiones de modelos artificiales”.

El enfoque del brote es otro ejemplo. Así como Wall Street tuvo sus modeladores de riesgo, los políticos se han vuelto excesivamente dependientes de los epidemiólogos matemáticos. Se dice que la elevada tasa de mortalidad pronosticada por el Imperial College de Londres ha impulsado a los Gobiernos británico y de EE UU a adoptar el confinamiento. Desde esa fecha, se ha debatido mucho sobre la reducción de la tasa de infección del virus o del número de reproducción, R, que es inherentemente desconocido, al menos en tiempo real. Nadie sabe qué parte de la población ya es inmune. Y la propagación del virus ha cambiado el comportamiento normal de la gente, lo que significa que los datos no son estacionarios.

Kay y King sugieren que ante la incertidumbre la mejor respuesta es hacer una pregunta sencilla: ¿qué está pasando aquí? En lugar de llegar inmediatamente a una respuesta fija, mantener la mente abierta. Los responsables de las decisiones sabios se parecen más a los zorros que a los erizos (el zorro sabe muchas cosas, el erizo solo una muy grande). El relato de referencia (¿qué está pasando aquí?) puede adaptarse a medida que se dispone de nueva información. Aunque los modelos pueden ayudar a enmarcar los problemas y examinar los escenarios, los responsables nunca deben utilizar uno solo. Eso lleva al pensamiento de grupo y al final al fracaso. En lugar de eso, deberían emplear una pluralidad de modelos y esperar a ver cuál da mejores resultados. Decidir es inevitable.

Sin embargo, desde la pandemia, el sentido común ha jugado un papel secundario en los modelos. Con el tiempo, se ha hecho evidente que el virus tiene rasgos nosocomiales: los contagios y las muertes se limitan en gran medida a hospitales y residencias. Si los políticos no estuvieran tan obsesionados con los modelos, ¿se habrían trasladado tantos pacientes infectados de hospitales a residencias con resultados tan trágicos?

En lugar de usar modelos múltiples, los modelos únicos (como el de Imperial) se han convertido en dominantes. El pensamiento de grupo prevalece. A pesar de sus inmensos costes fiscales, económicos y sociales, no ha habido una valoración abierta y honesta de la eficacia de los confinamientos. Solo el Gobierno noruego ha sugerido abiertamente que el suyo propio puede no haber salvado muchas vidas. Pero a menos que se realice una evaluación franca, será imposible saber si se debe continuar con los confinamientos en caso de un segundo brote.

Beck sugirió que el mundo moderno se enfrenta a un choque de culturas de riesgo, más que de civilizaciones. Tenía razón. Véanse las disputas diarias sobre la eficacia de las mascarillas, el distanciamiento adecuado y si las escuelas y las empresas deben seguir cerradas, con las líneas de batalla trazadas a lo largo de las divisiones políticas existentes. Habría sido alentador ver a los políticos salir de la refriega, conduciendo a sus pueblos a través de un difícil período de incertidumbre. En cambio, han utilizado los modelos de los epidemiólogos (“obedeciendo a la ciencia”) para protegerse de la responsabilidad personal por sus decisiones.

Como observan Kay y King, la política basada en la evidencia se ha convertido en evidencia basada en la política. Para que las “sociedades de riesgo” prosperen, deben mejorar su respuesta a los peligros percibidos en un mundo incierto. De lo contrario, estamos realmente condenados.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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