Pese a la crisis, EE UU ve luz al final del túnel
La diversificación geográfica y sectorial de la economía favorecerá que cuando la actividad se reinicie también lo haga la recuperación
La globalización es víctima de la pandemia. Los muertos son lo primero y sus principales víctimas. Pero tras meses de parón económico abundan las previsiones sobre lo que va a pasar. La mayor parte no acertarán. Los modelos econométricos clásicos no valen hoy. El presidente de la Reserva Federal americana, Jay Powell, decía el 13 de mayo que “entiendo que los bancos utilicen sus modelos para prever la evolución del negocio, pero lo inédito de esta crisis los convierte en obsoletos”. Como cuando dice la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que una situación es fluida, la traducción es: no hay conclusiones definitivas hoy, la acumulación de nuevos datos es esencial y cuando se pase a nuevas fases –la desescalada del confinamiento económico y social– podrá evaluarse qué ha pasado, empezar de nuevo y elaborar nuevos escenarios que, seguramente, revisarán los anteriores.
La crisis financiera de 2008 y la guerra comercial entre China y EE UU ya habían dañado el comercio mundial, afectando negativamente a la globalización. El coronavirus ha puesto la puntilla, obligando a las economías a una seudoautarquía. Quienes más sufren son los 30 países más pobres del mundo, porque las cadenas de suministro de alimentos les dejan en último lugar. Si la comunidad internacional no pone remedio, a final de 2020 habrá hambrunas y muchos muertos.
Al escribir estas líneas seguimos con la desconexión: los principales índices bursátiles norteamericanos están en positivo tras conocerse los últimos datos de paro: tres millones de parados se suman a los existentes, alcanzando la cifra inédita de 36,5 millones de norteamericanos en las listas del paro. The Wall Street Journal, Bloomberg y Forbes coinciden en que la tasa de paro llegará al 17% en junio. El PIB habrá descendido en el primer semestre del año el -6,6%. ¿Motivos? Los índices de producción industrial, ventas retail, consumo de los hogares, inversión empresarial y sentimiento económico de familias y empresas están en su nivel más bajo desde 1967.
La coincidencia de una crisis de demanda y otra de oferta convierte en excepcional esta crisis. Al mismo tiempo se han cerrado las fábricas y comercios y los ciudadanos-consumidores siguen encerrados en casa. Recordaba Maria Bartiromo –la periodista económica y de negocios más influyente de América– el contraste entre los diez años de expansión económica y de mayor creación de empleo de la historia con el hundimiento de la economía en marzo y abril de este año. Y, también, que el Estado ha invertido 10.000 millones de dólares en mantener a flote la economía y los negocios, repartida esa cantidad en un 33% cada uno entre la Fed, la Casa Blanca y el Congreso. La Cámara de Representantes, dominada por los demócratas, convierte en ley un nuevo paquete de estímulo de 3.000 millones para ayudar a empresas y hogares. Es una ayuda que viene en buen momento: la encuesta sobre la salud económico-financiera de las familias norteamericanas, que por séptimo año consecutivo realiza la Fed, dice que, en 2019, los hogares americanos vivieron su mejor año económico: ingresos, consumo y ahorro. Pero en 2020 la encuesta dice que los hogares con menor renta van a sufrir fuertemente las consecuencias de la crisis porque al menos uno de los miembros de la familia está o estará en paro. La Fed pide gastar más a la Casa Blanca y al Congreso “para asegurar los frutos de lo invertido hasta ahora”. La respuesta de Trump ha sido doble: quiere que la Fed ponga los tipos de interés “por debajo de cero” al tiempo que apoda irónicamente al hasta ahora denostado Jay Powell como MIP (most improved player).
La economía americana se está abriendo parcialmente. La diversificación geográfica empresarial y la de los sectores de actividad (EE UU es autosuficiente; no así la Unión Europea y mucho menos China) hará que, cuando la actividad se reinicie, también lo hará la recuperación. Quizá no en forma de V, pero sí en forma de U: los fabricantes de coches de Detroit vuelven a producir; Tesla, mitad automovilística, mitad TIC con sede en Silicon Valley, reabre sus puertas con el apoyo de Trump. Las empresas tecnológicas no han dejado de vender: aunque Huawei o Cisco hayan presentado resultados “manifiestamente mejorables”, Apple, Amazon, Facebook, Google, Microsoft y Netflix han obtenido buenos ingresos y beneficios.
También The Walt Disney Corporation, primera empresa de entretenimiento del mundo tras la compra de Pixar a Steve Jobs, Lucas Film a George Lucas, Marvel y sus 7.000 superhéroes y, recientemente, 20th Century Fox. La principal fuente de ingresos de Disney –primera compañía cinematográfica del mundo (en 2019, lanzó las dos películas más taquilleras de todos los tiempos: Frozen II, superada por Avengers: Endgame)– son los parques temáticos, hoy cerrados, pero los ingresos han sido compensados por Disney+, su servicio de televisión y cine en streaming. Otro ejemplo de destrucción creativa del capitalismo (Schumpeter): las salas de cine cierran, pero abundan los servicios de televisión en streaming: Apple+, Netflix, HBO, Amazon Prime Video, Disney+, etc.
Y, como escribimos aquí desde Davos en enero pasado, los inversores institucionales se focalizan en la inversión socialmente responsable (BlackRock, Blackstone, Oaktree, Berkshire Hathaway). “ESG is not a fad”, dice Warren Buffett, y llevan invertidos 12.200 millones de dólares en empresas que forman parte de los índices de sostenibilidad FTSE4Good, CDP, Sustainalytics y Standard Ethics, como Microsoft, Cellnex, Apple y Google.
Algo bueno de entre tanta desgracia: “El ASG no es una moda”, dice Buffett.
Jorge Díaz Cardiel es soio director de Advice Strategic Consultants, y autor de Hillary vs. Trump; Trump, año uno; y Trump, año de trueno y complacencia