Ciencia menos universidad: una fórmula incierta
La división realizada por el Gobierno es ilógica, sin precedentes en la democracia e inusual en los países vecinos
Por lo visto, los cangrejos ya no son los únicos animales que caminan hacia atrás. El nuevo Ejecutivo de Pedro Sánchez, con su polémica decisión de separar las materias de Ciencia e Innovación, Educación y Universidades en tres ministerios diferentes, demuestra que los humanos podemos retroceder con una rapidez y decisión que nada tiene que envidiar a las de estos crustáceos. Una división sin precedentes en nuestra democracia, inusual entre nuestros países vecinos y tan ilógica que incluso el propio nuevo ministro de Universidades, Manuel Castells, no dudó en expresar su desacuerdo ante ella durante el acto de traspaso de carteras.
Él no es el único que ha recibido esta noticia con asombro y reservas: varias voces desde el mundo académico ya han expresado serias preocupaciones acerca de lo que esto pueda significar a nivel presupuestario. Y sin duda, su inquietud tiene bases muy reales, dado que en torno al 70% de la investigación española sale de los laboratorios de nuestras universidades. En un país en el que la inversión en I+D+i apenas roza el 1,2% (muy lejos del 2,07% de media en Europa, y también del tan deseado 2% que casi todos los partidos prometían en su programa electoral), es comprensible la preocupación de un sector tan importante para la producción científica patria acerca de la financiación que permite sus investigaciones.
Para mí, el mayor problema que esta separación de responsabilidades puede conllevar tiene un carácter más estratégico que económico: en mi opinión, este nuevo organigrama viene a agravar el problema ya existente en España de desalineación en materia de innovación. Estoy hablando de la palpable separación entre la investigación llevada a cabo por el mundo académico y la demanda real existente en el mundo empresarial. Como llevo defendiendo desde hace años, es imprescindible que estos dos ejes estén alineados y se comprendan entre sí para que puedan transferirse a la sociedad productos y servicios de base científica y tecnológica, que además generen beneficios para todas las partes involucradas.
El ejecutivo de Rajoy, que gestionó la I+D+i a través de una Secretaría de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación dentro del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, tuvo la oportunidad de solventar parte de este problema, pero no lo hizo. Pedro Sánchez devolvió a la ciencia su propio ministerio, en un gesto tan grandilocuente como inútil para solventar este problema, y con pocas consecuencias relevantes, vista la escasa ejecución de los presupuestos destinados a I+D+i hasta el momento. Y ahora Sánchez añade a la descoordinación existente un nuevo factor: aquellas decisiones tomadas en materia de ciencia e innovación, que deberían tener impacto y estar coordinadas con aquellas tomadas en materia de universidades, serán gestionadas desde dos organismos distintos de forma independiente.
Esta decisión no es sino un síntoma más de que nuestros gobernantes todavía no comprenden la verdadera importancia de apostar por la ciencia y la tecnología como una prioridad nacional. Aparentemente, para ellos el capital dedicado a estas materias sigue siendo “otra partida más de los Presupuestos Generales del Estado”, que se realiza casi por defecto, para limpiar conciencias, cumplir el cupo y llenar los cajones de los laboratorios con estudios e investigaciones que nunca verán la luz del sol.
Igualmente, dudo que la decisión de separar Universidades de Ciencia e Innovación vaya a hacer mucho por resolver otra de las carencias crónicas que, legislatura tras legislatura, todos los últimos Gobiernos han ido demostrando: la falta de una estrategia clara en materia de I+D+i. Y es que sería muy beneficioso para nuestro país definir cuáles son los sectores o las tendencias tecnológicas y científicas en las que queremos ser líderes. Hoy por hoy, no hay una apuesta clara por ninguna en particular, sino que más bien reina una especie de “el que mucho abarca, poco aprieta”. Esta es, creo yo, una mala receta para la excelencia.
China, por ejemplo, lleva varios años invirtiendo en inteligencia artificial y, a día de hoy, se ha convertido en líder a nivel mundial en esta materia, produciendo tecnología que es capaz de mirar por encima del hombro a la desarrollada en Estados Unidos. Singapur, un país pequeño que hace apenas 30 años no era más que una isla que subsistía por la industria del pescado y la manufactura, hoy en día es una potencia mundial en smart cities y biotecnología a la cual escuchan con atención expertos de todo el planeta.
En el caso de España, uno de los motores hacia la prosperidad a través de la excelencia científica y tecnológica podría encontrarse en nuestra industria agroalimentaria, un sector en el que ya somos fuertes (nos encontramos de manera constante en el top 5 de Europa), que goza de una excelente reputación internacional, y en el que se da una gran cantidad de innovación, con un 63% de empresas realizando actividades de I+D+i de manera habitual.
Por el bien del sector de la I+D+i de mi país, y no por afiliaciones políticas personales, me gustaría darle un voto de confianza a este nuevo Gobierno y a la capacidad de comunicación entre ambos ministerios; y deseo que esta decisión no resulte en una catastrófica descoordinación que solo venga a agravar la situación en la que la innovación española se encuentra desde hace más de una década. Si así fuera, no solo estaríamos perdiendo el tren al futuro: estaríamos cometiendo el crimen de desperdiciar la magnífica cantera de talento científico que tenemos a nuestra disposición.
Manuel Fuertes es experto en transferencia tecnológica por la Universidad de Oxford y director del grupo Kiatt