Las pulsiones que hacen arder América Latina
Las políticas populistas que han abrazado algunos países en la región han generado más paro, clientismo y caciquismo
Bolivia, Chile, hace apenas mes y medio Ecuador, convulsionan. Venezuela lleva años haciéndolo, pero la apariencia de ser un problema irresoluble a corto hace que apenas se preste atención. Millones de venezolanos desplazados, sobre todo a su vecina Colombia que este jueves 21 teme por las consecuencias de una masiva manifestación que convocan y apoyan muchas asociaciones y actores múltiples y antitéticos. El descontento tiene esto, sumar a los descontentos por cualquier motivo. Basta cualquier excusa, paro, pensiones, privatizaciones, educación, y la chispa arde, como lo hace el efecto contagio en la región.
Se pueden buscar enemigos externos, pero los viejos demonios propios cohabitan y dormitan a la vez . Hay tensión y el miedo masculla con su mirada entre cómplice y cobarde. Lo que está sucediendo en Bolivia y Chile, la siempre tranquila y apenas acatarrada Chile, frente a la neumonía de populismos y corrupciones de sus países aparentemente hermanos, alarma. Y no parece que se arregle con el antiformalismo jurídico de nuevas constituciones. El descontento tiene otras raíces que la superficialidad política del momento no ahogará. La violencia y la magnitud de las manifestaciones escapan ya a cualquier lógica, incluso antisistema. La deriva alcanza tintes desconocidos, tanto en la acción de los manifestantes, como en la reacción represiva de las fuerzas de seguridad o del ejército. Ejército que acaba de quedar, de momento, impune en un país como Bolivia ante las consecuencias del uso de la fuerza. Donde está el equilibrio y la proporción y quién lo mide y valora es un interrogante que solo constata una realidad, decenas de muertos en los últimos días.
Pero la pregunta es clara, ¿cómo se ha llegado a este punto de polarización social y desgarro cívico? ¿cuáles son las causas de tamaña fractura y que protagonizan una violencia exorbitante y no vista en décadas? En qué condiciones y cómo viven unas sociedades que, mayoritariamente abrazaron políticas populistas y de izquierdas en esta parte del continente y que hoy se manifiestan en realidades tales, como poco crecimiento, desempleo y peores condiciones de vida pese a que en países como Brasil se dijo que la brecha ricos pobres se redujo al crearse una potente clase media que salió de umbrales de pobreza. ¿Qué ha pasado? Y lo que es peor, ¿qué sucederá a partir de ahora sobre todo en ejes bipolares populistas/extrema derecha?
Patrones comunes, carestía, desabastecimiento de alimentos, medicinas y bienes de primera necesidad, el precio de materias primas, como petróleo y gas, la devaluación de la moneda, la inflación, el desempleo, son pauta en muchos países que amputan la viabilidad y la realidad de estos y que ahora mismo convulsionan encaminándose hacia una quiebra irreversible. Extremos como en Venezuela no se dan en Chile. La mordaza a medios no afines, la persecución más o menos velada de políticos de la oposición, la violencia en las calles, el miedo y la amenaza si el resultado es adverso a los intereses personales de quienes hoy ostentan –o quizás– detentan el poder se añaden a una cada vez mayor preocupación internacional.
¿Cómo está la situación económica en los países que hasta le momento podían cobijarse bajo el eje populista-bolivariano? ¿se ha reducido la pobreza? ¿han aumentado el nivel de vida, el acceso y calidad de la sanidad, la enseñanza, los índices de crecimiento, de empleo? La deriva populista está rozando ya el esperpento. Su pérdida de esa suerte de liderazgo entre unos pocos, como Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Argentina; en su día, el Uruguay del expresidente Mujica y, en otro orden de cosas, la sintonía con Brasil y Cuba declinan a pasos agigantados. Sociedades fracturadas. Una fractura que ahora tiene un efecto, obsidional, contagioso. Las élites se atrincheran y gobiernan sin mirar hacia al pueblo.
El legado de los populismos es más desempleo, más clientelismo y caciquismo. Los intentos de caudillismo y perpetuarse en el poder, está a la deriva, henchido de demagogia y fábula. Cuando el poder desnuda la justicia, silencia la libertad y ahoga la pluralidad, la víctima solo es y puede ser la sociedad. Pero quién manipula a quién y quien permite o se deja manipular, esa es la cuestión. Pero lo dramático es que no se avizoran soluciones realistas ni que perduren en el escenario de confrontación y fragilidad que viven en estos momentos estos países y estas sociedades.
Abel Veiga es Profesor de Derecho Mercantil de la Universidad Comillas