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Javier Gomá: “La dignidad de las personas estorba al interés empresarial”

El ensayista bilbaíno dirige la fundación desde 2003

MANUEL CASAMAYÓN
Pablo Sempere

Es uno de los pensadores e intelectuales españoles más reconocidos. Licenciado en Filología Clásica y en Derecho y doctor en Filosofía, Javier Gomá (Bilbao, 1965) dirige desde 2003 la Fundación Juan March. Vive y trabaja entre los libros que lee, pero también entre los que escribe, que le han llevado a hacerse con galardones de todo tipo y condición, como el Premio Nacional de Literatura en Ensayo. A su amplia lista sumará este miércoles Dignidad (Galaxia Gutermberg), un texto en el que navega por un término que inspira a cantidad de debates y movimientos sociales pero que, en su opinión, echa en falta una definición más extensa, exacta y profunda.

R. ¿Cómo define la dignidad?
R. Como una cualidad que como personas nos reconocemos y por la que somos acreedores y el resto de la humanidad deudora. Lo que sucede es que el término está pendiente de ser pensado, analizado. Es un concepto por definir, pese a no parecerlo, porque tiene una gran capacidad de sugerencia y sugestión, y también está presente en debates sobre los derechos humanos, la jurisprudencia, la tierra, la mujer, la infancia, el obrero, el trabajo... Es un concepto parecido al de la libertad, la justicia y la igualdad. Pero todas esas palabras, que han sido acuñadas por un filósofo, aceptadas por un pequeño grupo y extendidas al resto de la sociedad, no han caído del cielo, sino que tienen su origen histórico. En el caso de la dignidad, la filosofía ha ido por detrás de la acción.
R. ¿Qué pretende conseguir con el libro?
R. Contribuir a despertar en el lector el sentimiento de la dignidad, que es un pilar de la cultura moderna. La dignidad como resistencia a la tiranía de la mayoría, a la razón de Estado, a la ley utilitaria de la felicidad del mayor número, e incluso como resistencia a ciertas ideas entendidas como progreso.
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R. ¿Cuáles son los elementos que deben rodear a una persona para poder hablar de dignidad?
R. Hasta Kant había muchas dignidades, en función de valores como la cuna, la educación, el sexo, la religión, el país… Eso implicaba una pluralidad de dignidades. A partir de entonces es cuando comprendemos que estamos dotados de una dignidad con independencia de nuestro comportamiento. Hay una dignidad abstracta y universal, porque se abstrae de todas esas características. Por eso no tiene más dignidad el Papa que el paria que cruza el Estrecho a nado. Pero Kant también distingue entre dignidad y precio. La dignidad surge cuando una persona no puede ser sustituida por otra equivalente. El precio es lo que puede ser sustituido por algo semejante. Por eso, el delito principal contra la dignidad es tratar a los entes que tienen dignidad como algo que tiene precio. Eso es la cosificación.
R. Es aquí cuando entra en juego el sistema productivo y económico.
R. La empresa, como la política, responde a sus propias leyes. La ley de la política es la obtención del poder, y la de la empresa es el lucro infinito, y todo está organizado para ello. Esto significa que hay una tendencia hacia la cosificación, en la que todos los trabajadores y herramientas están destinados a lograr ese lucro. Y si les dejamos, la cosificación sería extrema, como se vio en la Revolución Industrial. Cuando la sociedad da un salto y tecnológica y empresarialmente está más avanzada que moral y sentimentalmente, se producen los abusos. Esa es la naturaleza humana. El político que no tenga como prioridad absoluta la obtención del poder no es un político. Y las empresas que no tengan como fin el lucro infinito no son empresas.
Hay una tendencia hacia la cosificación, en la que todo está destinado a lograr el lucro infinito
R. ¿Quién gana cuando hay un choque entre dignidad e interés empresarial?
R. Si no hay una fuerza contraria, sin duda gana el segundo, porque la dignidad estorba al lucro, molesta al interés de las empresas.
R. ¿Y cuál es esa fuerza?
R. Una ciudadanía ilustrada, consciente y sabedora de su propia dignidad. A una ciudadanía progresivamente ilustrada ya no le basta con satisfacer sus necesidades primarias. Quiere que la empresa en la que consume se sitúe en un entorno que respeta la dignidad. Y en ese sentido no me extraña que las compañías desarrollen toda una propaganda que sitúe su actividad en un contexto favorable. Por eso, cuando dicen que no hay empresa más rentable que la que respeta los derechos humanos, me entran dudas. Porque eso es una respuesta a una resistencia social al lucro infinito.
R. ¿Y en qué punto se encuentra la sociedad actual?
R. Cada vez más avanzada. Las condiciones laborales y morales de los repartidores a domicilio de ciertas plataformas interesan, son noticia. Hace 50 años no se habría divagado tanto sobre si un contrato era temporal o fijo, sobre si se respetan las horas de trabajo pactadas, sobre si alguien es falso autónomo. Eran cuestiones que eran realidad a su manera, pero que no eran noticia. Hoy esto interesa porque, aunque parezca paradójico, la universalización de la dignidad puede producir descontento. Y eso es positivo.
La universalización de la dignidad puede producir descontento
R. ¿Por ejemplo?
R. Con la violencia hacia la mujer, por ejemplo. Antes también había abusos, violencia, violaciones... Es desde que la sociedad otorga esa dignidad, y desde que esa dignidad cobra fuerza, cuando aparece una indignación capaz de mover a toda una generación contra algo que es injusto.
R. Sostiene que la dignidad también mueve el debate científico, tecnológico y robótico.
R. Durante siglos, la tecnología ha tenido una finalidad muy encomiable, que es no tener que adaptarse totalmente a la naturaleza, sino poder moldearla. Pero ahora la tecnología permite la transformación de la naturaleza propia, humana. Y esto suscita muchas cuestiones, como qué cambios pueden considerarse contrarios a la dignidad. La individualidad más estricta siempre ha dependido de una combinación de cromosomas gratuita, de la fortuna y la suerte. ¿Qué pasaría si a través de la tecnología pudiésemos diseñar individualidades? ¿Eso es bueno? Eso solo por poner un ejemplo. Lo que sí creo es que no todo es aceptable, y debe haber alguien que reflexione. Y no necesariamente un filósofo. No tenemos que ser como esos futbolistas que con un micrófono delante opinan de todo. La filosofía no puede dar solución a todos los problemas que surgen, pero sí ayudar a crear una sociedad ilustrada, que es la que pone freno al lucro infinito de las empresas y, en otros casos, incluso de la ciencia.

Sobre la firma

Pablo Sempere
Es redactor en la sección de Economía de CINCO DÍAS y EL PAÍS y está especializado en Hacienda. Escribe habitualmente de fiscalidad, finanzas públicas y financiación autonómica. Es graduado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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