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¿Deben pagar impuestos los robots?

Expertos en fiscalidad del IEB consideran que gravar a las máquinas tendría efectos fiscales y sociales positivos pero alertan de la complejidad y riesgos que comporta

Cadena de montaje de automóviles.

A las puertas del año 2020, los expertos en fiscalidad han comenzado a plantearse si los robots, responsables de un creciente número de tareas que antes realizaban trabajadores remunerados y sujetos a tributación, deberían comenzar a pagar impuestos. Varios expertos del ramo han analizado la cuestión en un informe del IEB (Instituto de Economía de Barcelona), publicado este viernes, en el que concluyen que gravar a las máquinas puede tener efectos fiscales y sociales beneficiosos pero no estaría exento de una enorme complejidad o de posibles efectos contraproducentes.

“Cada cierto tiempo las economías industrializadas se enfrentan a una alarmante oleada de automatización. La última de estas oleadas viene de la revolución de las tecnologías de la información, y los robots son su representación más clara”, exponen en su artículo el profesor de la Université de Genève Julien Daubanes, que analiza los modelos óptimos de tributación, y el investigador del HEC de Montreal Pierre-Yves Yanni, quienes detallan que hasta un tercio de los puestos de trabajo de las economías avanzadas, “especialmente los poco cualificados, podrían quedar obsoletos” a medio plazo y “prácticamente todos” podrían quedar sujetos a algún tipo de automatización a la larga.

“Si los robots impactan negativamente sobre el mercado de trabajo, ello incidirá en la recaudación impositiva, aspecto sin duda importante para las finanzas públicas si tenemos en cuenta que el gravamen del factor trabajo representa la fuente principal de ingresos en los sistemas fiscales”, apunta a su vez el economista del IEB José María Durán-Cabré, recordando que en 2017 las rentas del trabajo aportaron un 19,4% del PIB de la UE. Sin embargo, matiza, “si los robots permiten aumentar la productividad y con ello los ingresos (al menos de los trabajadores más cualificados), la recaudación impositiva debe aumentar”. Es decir, que la imposición indiscriminada de impuestos sobre los robots también puede tener efectos negativos sobre la economía y la recaudación.

Este dilema ha hecho, por ejemplo, que mientras empresarios tecnológicos de la categoría de Bill Gates hayan defendido públicamente la necesidad de comenzar a gravar a los robots, instituciones como la Unión Europea hayan descartado, de momento, semejante posibilidad.

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Los problemas que comporta el impuesto son abundantes y variados. En primer lugar, los expertos destacan la importancia de concretar qué robots pasarían a quedar sujetas a tributación, pues si la maquinaria automatizada de las cadenas de montaje de una fábrica puede ser un ejemplo claro en un sector, los ordenadores pueden serlo en otro.

Otra cuestión es qué tipo de impuesto debería aplicarse, asunto al que dedica su análisis el profesor de la Université de Genève Xavier Oberson. “Una posible solución sería crear un impuesto sobre la renta (beneficios) sobre el ‘salario hipotético imputado’ que los robots deberían percibir si el mismo trabajo fuera hecho por una persona”, ilustra. “Una alternativa, más sencilla, sería imponer un pago único según una aproximada capacidad de pago del impuesto”, la que sería “atribuible al empresario o propietario del robot”, expone. Sin embargo, advierte, “conforme la tecnología fuera evolucionando, se acabaría reconociendo la capacidad de pago del propio robot” con lo que “la renta imputada también acabaría estando sujeta a las cotizaciones a la Seguridad Social”.

“Recientemente también se ha sugerido centrarse en el diseño de un sistema fiscal neutro según el uso de robots y el número de trabajadores”, una suerte de “impuesto a la automatización” basado en la proporción de ingresos de la empresa (ventas totales) con respecto al número de empleados (automatización)”, agrega Oberson. “Otra propuesta interesante es la aplicación del IVA a la actividad de los robots. Actualmente, la robótica y la automatización ya están sujetas al IVA, porque contribuyen al valor añadido del proceso productivo y de distribución”, apunta, avanzando que con el tiempo los robots podrían acabar siendo considerados sujetos pasivos del IVA

“Finalmente, otra solución más tradicional podría simplemente introducir un impuesto (objetivo) a los robots, igual que se hace con los coches, las embarcaciones o las aeronaves”, explica, revelando que en algunos estados de EE UU ya se han introducido, o se baraja hacerlo, sobre los drones o los vehículos autónomos.

Más allá de este debate, Oberson alerta de que la imposición de impuestos sobre los robots deberían abordarse a escala internacional, dentro del marco de la OCDE, la Unión Europea y Naciones Unidas, por ejemplo, para evitar problemas de competencia entre territorios.

“Con cada robot por cada 1.000 trabajadores, se reduce el empleo con respecto a la población en torno a 0,2 puntos porcentuales, y los sueldos caen un 0,37%. El empleo se reduce claramente en profesiones con tareas repetitivas, como las fábricas, más susceptibles de ser automatizadas; además, en general, los sueldos caen al mínimo de la distribución salarial”, ilustra Uwe Thuemmel, profesor de la Universidad de Zurich.

Sin embargo, agrega el experto, “entre 1993 y 2016, el número de robots industriales en los Estados Unidos pasó de 0,36 por cada 1.000 trabajadores a 1,65 por cada 1.000 trabajadores”, con lo que “el efecto en los salarios y el empleo es poco significativo”, aunque desigual por regiones.

Thuemmel, como otros teóricos fiscales, considera que los efectos de la desigualdad automatización industrial debería compensarse con una tributación de la renta de las personas más progresiva en un primer momento y, sin fuera insuficiente, con un gravamen sobre los robots que no genere más problemas de los que cause.

El profesor apunta que varias simulaciones apuntan a que el “impuesto óptimo aplicable” sería del 1% sobre el valor de inventario de los robots existentes en cada compañía, si bien el aumento del bienestar arrojaría unos 20 dólares por persona y año. La fórmula definitiva, si es que llega a aplicarse, sigue siendo objeto de debate, de momento, en el plano teórico.

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