¡Usemos nuestros datos antes que Facebook!
Estamos cogiéndoles miedo, en lugar de fijarnos en sus enormes posibilidades
Et tu, Facebook? La multimillonaria empresa de Mark Zuckerberg ha reconocido haber escuchado las conversaciones de sus usuarios, sumándose así a la ya extensa lista de gigantes tecnológicos que nos espían, después de que conociéramos que empresas como Google, Amazon y Apple (a través de sus asistentes virtuales) han llevado a cabo prácticas similares desde hace tiempo. Aunque supuestamente la intención detrás de todas estas escuchas era constructiva (mejorar los patrones de reconocimiento del lenguaje de estas inteligencias artificiales), lo cierto es que, cuantas más empresas se suman a la lista, más vulnerables y suspicaces nos sentimos los usuarios acerca del uso que terceras partes puedan dar a nuestros datos para sacar rédito comercial... en el mejor de los casos.
Sinceramente, la consecuencia que más me apena de estas prácticas de dudosa moralidad (y legalidad) es que estamos empezando a coger verdadero miedo al concepto de nuestros datos, como si se tratasen de un ente maligno que solo puede perjudicarnos. Y como profesional que se mueve a diario en el sector de la inteligencia artificial aplicada al análisis de big data, les puedo asegurar que esto no debería ser así. Esa enorme cantidad de datos que generamos en diversos aspectos de nuestra vida diaria no es una debilidad que debamos temer: es una riqueza que debemos proteger y, sobre todo, debemos aprender a aprovechar con tecnologías tan rompedoras como la inteligencia artificial predictiva.
Esta tecnología, aplicada por ejemplo al big data que hemos creado durante nuestra experiencia como consumidores digitales, puede aprender rápidamente sobre nuestros gustos, estilos de vida y nuestra evolución financiera hasta la actualidad. Por lo tanto, puede servirnos (insisto: A LOS USUARIOS) para realizar predicciones precisas que nos ayuden a administrar nuestras finanzas de la forma más eficiente posible, informarnos de cuándo y dónde podemos adquirir nuestras compras más recurrentes al mejor precio, recomendarnos los productos financieros que mejor se adapten a nuestros objetivos a largo plazo, o asesorarnos acerca de las estrategias más adecuadas para administrar nuestro patrimonio, evitando así riesgos innecesarios.
Imaginen ese mismo poder de computación, que es capaz de realizar en cuestión de milisegundos cálculos que a nosotros podrían llevarnos semanas, meses o incluso años, aplicado al campo de la medicina. Imaginen una inteligencia artificial a modo de médico virtual que, con datos provenientes de sensores instalados en nuestro alrededor y dentro de nuestro propio cuerpo (lo que ya llamamos el internet de los cuerpos), y toda la información de nuestro historial médico previo, pudiera calcular el riesgo de padecer diversos tipos de cáncer, alzhéimer o párkinson antes de que sus síntomas más graves, y más difíciles de tratar, aparezcan.
Ya existen tecnologías similares aplicadas a distintas enfermedades (una de ellas desarrollada, irónicamente, por Google), las cuales en algunos casos tienen una precisión cercana al 98%, un porcentaje bastante superior al conseguido generalmente por sus homólogos humanos. Y es que no por nada el big data y la inteligencia artificial juegan un rol esencial en la creación de la certeramente bautizada como medicina de precisión, un mercado para el que la consultora McKinsey & Company prevé un crecimiento anual de 100.000 millones de dólares.
El impacto de estas tecnologías en el campo del desarrollo de medicamentos, un proceso costoso que con los medios actuales conlleva una media de inversión de 2.000 millones de euros por cada medicamento comercializado y que puede tardar en desarrollarse entre 10 y 20 años, podría ser igualmente notable. El poder de computación de miles de millones de variables de la inteligencia predictiva aplicada el big data podría reducir considerablemente ambas cifras, acelerando el proceso y tal vez permitiendo el desarrollo de medicamentos para un mayor rango de enfermedades.
“Los datos son el petróleo del siglo XXI”. Una afirmación que hemos oído ya hasta la saciedad, pero no por ello resulta menos cierta. Hasta ahora, hemos sido advertidos sobre los riesgos para nuestra intimidad que conlleva ofrecer datos de forma descuidada (¡o que nos los quiten sin permiso!), y sin duda hemos de exigir las mayores medidas de seguridad y las debidas responsabilidades a quienes sobrepasen nuestros permisos. Pero de ahora en adelante, haríamos bien en empezar a pensar en estos datos no solo como un elemento de riesgo, sino como un tesoro que podemos explotar para mejorar todas las facetas de nuestra vida, si utilizamos las herramientas adecuadas y demandamos de estas empresas un uso estricto y limitado de los datos que les cedamos.
Manuel Fuertes es experto en transferencia tecnológica por la Universidad de Oxford y director del grupo Kiatt