Revolución tecnológica, gobernar el futuro
Tenemos que iniciar el debate para distribuir la riqueza productiva que generan las nuevas herramientas
2030: el horizonte temporal que todos los grandes estudios internacionales señalan como clave a la hora de evaluar cuánto empleo se perderá por la automatización y la robotización.
El último estudio, de hace escasas fechas, Cómo los robots cambian el mundo, de Oxford Economics, solo centrado en el sector industrial, reitera las cifras y conclusiones de análisis anteriores: con cada nuevo robot instalado en una fábrica se pierden dos empleos. Vaticina millones de empleos perdidos en Europa, multiplicando por cuatro la destrucción de empleo acaecida hasta la fecha y perfilando brutales consecuencias en aquellas zonas geográficas más deprimidas y desarrolladas económicamente.
Hasta aquí, nada que no hayan dicho ensayos similares. Pero el estudio sí apunta una novedad que ya parecía evidente, pero que pocos se aventuraban a enunciar: los trabajadores industriales desplazados intentarán buscar trabajo en otros sectores, pero la precariedad del mercado de trabajo, junto con la ausencia de planes de formación adecuados, los abocará a la vulnerabilidad económica, la precarización y la pobreza. En consecuencia, se confirma que la automatización masiva de las fábricas acabará generando una clase de trabajadores sin empleo y sin empleabilidad.
Y este estudio solo habla del sector industrial. Única y exclusivamente. Cuando se amplía la observación a todos los sectores que componen el tejido productivo, la cifras son tan alarmantes como inasumibles: en el mismo año 2030, la Comisión Europea cifra en más de 6 millones de empleos perdidos en España por la automatización/robotización del empleo. Algunas consultoras, como PwC, la incrementan a 6,5 millones. Estamos ante un escenario que duplica nuestra actual tasa de paro, elevándola muy por encima de la que se registró en los peores momentos de la Gran Recesión.
La situación exige tomar acciones preventivas, con tiempo suficiente y desplegando grandes inversiones y recursos en formación, previsión social y políticas activas de empleo.
De no ser así, deberíamos hacernos a la idea de que el apocalipsis del empleo llegará en 2030. Por pura implementación de las nuevas tecnologías en las empresas, porque se está realizando sin contrapesos sociales, sin regulaciones que equilibren esta evolución natural de la tecnología, el desempleo masivo y sin alternativas de empleabilidad estará garantizado. No existe alternativa. Y no es una cosa del futuro: ya está pasando, las empresas arguyen la digitalización como excusa para los despidos masivos. Solo que, en el futuro, estos procesos se multiplicarán hasta alcanzar a millones de personas y familias.
Tenemos que convertir este proceso en una oportunidad económica, social y laboral para nuestro país. Pero para ello es preciso empezar a tomar medidas urgentes y de calado. Es preciso conjugar tres factores: la conformación de un Gobierno de progreso que tenga entre sus máximas prioridades esta realidad, con la derogación de los aspectos más antisociales de la reforma laboral y el reequilibrio de las relaciones laborales. Solo entonces podremos tener esperanza.
Se necesitan años para adaptar nuestra fuerza laboral y para evolucionar nuestro sistema educativo a esta nueva realidad. En algunos casos, como el de desarrollar nuevas especialidades universitarias, necesitaremos más de ocho años para que los primeros trabajadores salgan de las aulas. Por eso, aunque hablemos de 2030, tenemos ya menos de una década para actuar. Cada día que no tomamos acciones, es un día perdido que va a costar miles de empleos.
Y, en este contexto, cobra más sentido, si cabe, nuestra propuesta de reconvertir la jornada laboral de 40 horas en un mix de 32 y 8 de formación. Es una necesidad.
Debemos comenzar a debatir cómo formamos a los trabajadores, activos, ocupados y desempleados. Tenemos que iniciar ya el debate para distribuir la riqueza productiva que generan las nuevas tecnologías. Debemos, desde ya, empezar a gobernar el futuro.
Gonzalo Pino es secretario de Política Sindical de UGT