Húsavik, ¡ballena a la vista!
El puerto islandés es un sitio privilegiado para ver cetáceos Un lugar mágico para observar auroras boreales en invierno
A pocos kilómetros del círculo polar ártico, sobre la bonita bahía de Skjálfandi, la tierra de los temblores, está Húsavik. Un pequeño y tranquilo pueblo desperdigado en el norte de Islandia. Allí, en tiempos ancestrales, con el deshielo y la llegada del verano, los aguerridos vikingos se echaban al mar para cazar ballenas.
En un país de naturaleza tan salvaje, los escenarios de novela –incluso de miedo– sobran. Volcanes que nunca dejan de escupir fuego, glaciares con vida propia, cascadas de agua de vértigos imposibles y, rodeando la pequeña isla, las heladas aguas del Ártico, que recrean el ambiente perfecto para imaginarse las desventuras del capitán Ahab a la busca del gran cachalote blanco Moby Dick.
Como en casi todas las historias de ciencia ficción, en Húsavik nada es lo que parece. Las pequeñas sacudidas de la tierra se producen cada día, pero solo las perciben los sismógrafos. Las ballenas no son asesinas ni embisten los barcos como la que describió Herman Melville, sino que aquí nadan y se alimentan tranquilas, emergen y hacen alguna pirueta o gárgaras con el agua para regocijo de los turistas.
Hoy, gran parte de sus 3.000 habitantes han cambiado la poco edificante industria de la caza y comercio de ballenas por una actividad más lúdica: el avistamiento de cetáceos –algunos restaurantes ofrecen platos de carne de estos gigantes marinos–.
Restaurantes con vistas al puerto y las montañas de cumbres nevadas perpetuas se alinean en torno a la bonita bahía
Sol de medianoche
La mejor época para visitar este pueblo pesquero es el verano, desde mediados de junio hasta finales de agosto, cuando las temperaturas son suaves y se produce el fenómeno del sol de medianoche, con días interminables y noches que apenas duran tres o cuatro horas. (Si viaja en invierno, Húsavik es un lugar privilegiado para ver las auroras boreales).
Al llegar –probablemente desde Akureyri, la capital del norte y a 90 kilómetros de distancia–, recorrerá de un vistazo la ciudad con sus casitas de madera de colores ocres, el supermercado, la gasolinera, el museo de las ballenas, la piscina natural con sus aguas termales y la iglesia luterana, de fachada blanca y tejado verde, construida en 1907 y orgullo del pueblo. En su interior alberga reliquias de hace más de 400 años.
A ratos, y dependiendo de la época, parece un lugar fantasma, como muchos otros en Islandia, sin un alma en la calle. Todo está alineado detrás de su famosa bahía con sus coquetos restaurantes con terrazas –para aprovechar el buen tiempo– con vistas al puerto y a las montañas del Kinnarfjöll, siempre cubiertas de nieve, al otro lado del fiordo.
En el puerto encontrará todo tipo de barcos y simpáticos viejos lobos de mar reconvertidos en patrones turísticos que le guiarán en las aguas del Ártico –no confíe en la bonanza del tiempo y lleve prendas de abrigo a bordo–. Las excursiones duran entre una y cuatro horas, cuestan entre 45 y 60 euros y podrá elegir entre distintas embarcaciones. El avistamiento está garantizado –tan seguros están que, si tiene la mala suerte de no ver ninguna ballena, le ofrecerán un segundo viaje gratis.
De seguro verá ballenas minke –cuya carne se consume en la isla– con sus siete o diez metros de longitud y diez toneladas de peso, jorobadas, e incluso la gran ballena azul, además de simpáticos delfines y otros animales marinos como las orcas. La mayoría de las excursiones incluyen la visita a alguna isla para observar frailecillos, las graciosas aves conocidas como los payasos del mar. Querrá adoptar uno como mascota.
Desde Húsavik podrá acercarse a algunos de los sitios más turísticos de Islandia, como el lago Myvatn o el Parque Nacional de Jökulsárgljúfur, donde está la impresionante cascada de Dettifoss.