26M: el día en que Europa se miró al espejo
Los partidos europeístas deben consensuar una hoja de ruta que evite drásticos giros de timón
El pasado 26M se decidía mucho más que la composición del futuro Europarlamento. Europa debía mirarse al espejo y, tras enfrentarse a su propio reflejo, identificar aquellos defectos que, bien fueran congénitos, bien fruto del paso del tiempo, le habían hecho perder la jovialidad y vitalidad de antaño. De hecho, la posibilidad anticipada de hallar en su imagen heridas tan profundas que pusieran en peligro su propia integridad física provocaba escalofríos tan intensos que, de punta a punta, recorrían el espinazo del Viejo Continente. Esta alarmante hipótesis se completaba con la probable amputación de uno de sus miembros si, finalmente, el Brexit finalizara por consumarse.
Sin embargo, y a pesar de que el resultado ha sido muy diferente en función de la realidad interna de cada país, lo que Europa vio de sí misma no fue tan desagradable. Cierto es que, aunque unos ligeros arreglos cosméticos no serán suficientes y que las grandes cuestiones requerirán de una cirugía muy precisa, el aspecto de Europa será bastante más reconocible de lo que, a priori, se esperaba: se necesitarán pactos, pero los eurófobos, aun marcando hitos de gran envergadura como la victoria de Le Pen en Francia (al conseguir capitalizar el descontento social manifestado por los chalecos amarillos), no conseguirán la decisiva mayoría de bloqueo.
El freno a la extrema derecha populista se ha debido no solo a que el Grupo Liberal haya conseguido auparse hasta la tercera posición, sino también a los importantes resultados cosechados por la izquierda verde. Este ha sido el caso de Alemania, donde los partidos tradicionales de la Gran Coalición se han hundido y han puesto de manifiesto la preferencia del votante por soluciones alternativas a las políticas de corte clásico que, en los últimos tiempos, ha venido desarrollando la UE. En este sentido, se ha producido una cierta paradoja en Francia donde, a pesar de la ya mencionada victoria del Frente Nacional, los Verdes también han crecido en número de votos.
Capítulo aparte merece la mención al Reino Unido, en donde el Partido del Brexit ha obtenido un contundente triunfo, muy probablemente alentado por la dimisión de Theresa May (relegando a los tories a la quinta posición) y por la posibilidad que ella misma contempló hace unos días de convocar un segundo referéndum. La segunda posición ha sido para las fuerzas liberaldemócratas, con tesis diametralmente opuestas a la salida de la UE.
Por lo que respecta al sur de Europa, Portugal y España se muestran como terreno abonado para la socialdemocracia (aun considerando el exiguo 35% de participación en el país luso), siendo Italia la nota discordante tras alzarse con la victoria la Liga liderada por el ultraderechista Salvini. Tampoco en Grecia son buenos tiempos para la izquierda, ya que los nueve puntos que el partido de centroderecha Nueva Democracia ha obtenido sobre la formación capitaneada por Alexis Tsipras ha propiciado un adelanto electoral en el país heleno
Por último, aun valorando el más que simbólico éxito del extremismo derechista en Bélgica, todo hace prever que los dolores de cabeza provocados por los nacionalismos provendrán de los países del Este, toda vez que De Wilders y el Partido de los Verdaderos Finlandeses han quedado relegados a la cuarta plaza en Países Bajos y Finlandia, respectivamente. De hecho, en ambos países han ganado los comicios formaciones europeístas: los laboristas, en el primer caso, y la conservadora Coalición Nacional, en el segundo.
Con algo más de un 50% de participación, ocho puntos más que en la convocatoria de 2014, los europeos hemos devuelto un cierto hálito de representatividad democrática a las instituciones europeas. Si bien continúa tratándose de un porcentaje sumamente escaso, en la coyuntura actual se antoja suficiente como para devolverle el pulso a un Parlamento que albergará en su seno a un caballo de Troya con el que deberá lidiar, pero en cuyo interior se alojará un número de enemigos significativamente inferior al inicialmente previsto.
Así, la próxima legislatura europea, cuyo horizonte se extiende hasta 2024, debería ser mucho más que un mero ejercicio de supervivencia. Resulta imperativo, en aras de lograr una estabilidad socioeconómica que se revele suficiente como para no agravar la ya patente crisis existencial, alcanzar acuerdos tangibles en áreas como la creación de un Fondo de Garantía de Depósitos que complete la unión bancaria, avances determinantes en la unión fiscal que permitan mejorar la eficiencia de la política monetaria o una mayor implicación en los conflictos internacionales, además de la profundización en una política de defensa común.
Para todas estas cuestiones serán necesarias arduas negociaciones entre los grupos parlamentarios, habida cuenta de que la Gran Coalición pierde la mayoría absoluta y que solo podría recuperarla incorporando a su particular ecuación al Grupo Liberal o haciendo uso de una geometría variable propia de un hemiciclo fragmentado como el que lucirá a partir de ahora en Estrasburgo. Diferencias ideológicas al margen, los partidos europeístas deberán consensuar una hoja de ruta que haga las veces de brújula a fin de evitar drásticos giros de timón. Séneca sentenció que “no hay viento favorable para quien no sabe a dónde va” y la UE deberá tener esta máxima muy presente en momentos de desorientación ya que, de lo contrario, no sabremos si, dentro de cinco años, cuando los europeos seamos de nuevo convocados a las urnas y llegue el momento de volver a mirarse en el espejo, inclinará el rostro y, cabizbaja, sentirá vergüenza de sí misma o, por el contrario, aun a pesar de los rasgos de madurez avanzada conferidos por las acometidas del tiempo, serena aguantará su propia mirada con orgullo y dignidad.
José Manuel Puigcerver es profesor de la Universidad Nebrija