Sí, señores del FMI: EE UU piensa seguir creciendo
Pese a las previsiones de desaceleración, con foco en EE UU, China y la UE, la economía del país tira con fuerza
Nos asustan con anuncios de potenciales estallidos de burbujas en boyantes mercados de valores, vivienda y grandes corporaciones tecnológicas americanas. La guerra comercial EE UU-China, que Donald Trump ayer mismo volvió a avivar, nos llevará a todos al desastre; el Brexit hundirá al Reino Unido y Europa sucumbirá al nacionalismo y el populismo y se desintegrará. La deuda (pública, empresarial, familias) nos arruinará, cuando la política monetaria cambie de verdad y aumenten los tipos de interés, atrapando endeudados a todos. La digitalización dará la puntilla y, en breve, el paro se multiplicará. Estas y otras razones utilizan los pesimistas para avisarnos de un fuerte cambio de ciclo. Si no paran de repetirlo, es probable que nos asusten a todos y que, efectivamente, la actividad económica se pare.
Me centro en Estados Unidos. Diez años después de que acabara la Gran Recesión, con 20 millones más de empleos, el país ha aprendido muchas lecciones y los controles para prever qué va a pasar son mucho mayores que en 2007. Los controles a los bancos –aún no está desmontada la reforma financiera de Obama de julio de 2010– y aseguradoras, así como a la banca en la sombra, siguen siendo mucho más fuertes que entonces: requerimientos de capital, imposibilidad de invertir los ahorros de los clientes (banca comercial) en complejos vehículos de inversión (ley Volcker)... Aunque el crédito a particulares y empresas ha aumentado en estos últimos años, también se han incrementado los requerimientos para recibirlo.
La inversión empresarial y el consumo de los hogares, con mínimas variaciones en los últimos años, son fuertes. Tanto porque la demanda interna es fuerte como porque la economía norteamericana va bien cuando las personas gastan. Y no hay nación más consumista que la americana. Con tanto empleo como hay y mejores salarios, los hogares americanos están pudiendo hacer dos cosas: gastar/consumir, lo que estimula la producción interna, y ahorrar. Los agoreros dicen que cuando se acaben los efectos positivos de la bajada de impuestos de Trump, los hogares dejarán de gastar y las empresas de invertir. Sin embargo, Trump tiene pensado seguir bajando los tributos y pagar las responsabilidades del Estado con la mayor recaudación obtenida del mayor crecimiento económico. Un 56% de americanos (Gallup, Advice Strategic Consultants, Pew Research) aprueban la gestión económica del presidente. Y los índices de confianza de consumidores y empresarios son optimistas cara al futuro.
En 2019 tenemos mejores datos, mejores modelos, inteligencia artificial y analítica predictiva (modelos de regresión) con los que anticipar mejor qué va a pasar. Y ponerle remedio. Es lo que ha hecho la Reserva Federal norteamericana (2009-2019) con Bernanke, Yellen y Powell: anticiparse y tomar medidas de todos conocidas, acordes con cada momento y situación: desde los quantitative easing a la compra de deuda pública e hipotecaria.
América se ha endeudado, sí, pero, por contraste con otros países, cuyo comportamiento ha sido reactivo, Estados Unidos, ya en la presidencia anterior, cogió el toro por los cuernos en vez de correr delante de él. Las consecuencias positivas para el país, en sí mismas y por comparación con otros países y bloques económicos, son evidentes.
Estados Unidos ha estimulado el comercio mundial (Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty, de Daron Acemoglu y James A. Robinson) promoviendo un crecimiento económico inclusivo versus lo que vemos en la desunida UE. Además, la economía americana –es un mercado único– está muy diversificada y no depende de varios, sino de muchos sectores de actividad, que crean empleo: desde los servicios profesionales y las tecnologías de la información a la sanidad, la energía, la banca, el turismo, la construcción y el mercado inmobiliario. Como explica el exasesor de Hillary Clinton Alec Ross, “Norteamérica ya ha identificado los sectores económicos con futuro”.
La computación de los años noventa (tercera revolución industrial) y la actual digitalización (cuarta revolución) están transformando la economía y las empresas. Y lo están haciendo para mejor, estimulando la industria, la manufactura, como hizo Roosevelt desde 1933 y todos los presidentes después de él hasta el día de hoy.
Evidentemente, la manufactura actual no es como la de hace unas décadas, porque la transformación digital avanza sin parar, estimulando la productividad y la competitividad. Pero hay manufactura, que es lo importante. Las teorías económicas y los modelos de Richard Thaler, la identificación y explosión de burbujas debido a la “exuberancia irracional” de Robert Shiller; los aumentos de productividad gracias al uso de las TIC (Robert Soslow), así como la medición del impacto económico de la digitalización (Paul Romer), dan suficiente información para anticiparse a los acontecimientos y tomar medidas a tiempo. La deuda pública americana no es una bomba de relojería: su aumento se ha debido a las guerras en Oriente Medio que inició George Bush, acabando con los superávits de Clinton. Hoy, América se retira de esas guerras tan caras y prevé volver al superávit en diez años, con otras guerras: la comercial y la de la inteligencia artificial, con China, por ejemplo.
Con modelos predictivos dotados de mucha más información hoy que nunca antes en la historia y el poder casi ilimitado de la computación actual, las teorías económicas de Thaler, Shiller, Soslow y Romer pueden orientar la política económica para seguir creciendo y creando empleo en EE UU. Faltaría añadir la necesidad de que ese crecimiento tenga en cuenta a todos y tenga también por finalidad reducir las desigualdades sociales, que, en América, todavía, son muchas.
Jorge Díaz Cardiel es Socio director de Advice Strategic Consultants. Autor ‘Obama’s legacy’ y ‘Trump, year two: thunder and complacency’