La mejor oportunidad para el vehículo eléctrico
El desarrollo de las baterías y la ligereza de las materiales fijan la hora de la disrupción
Cuando en 1896 Henry Ford inventa su vehículo a motor de combustión interna, se limita a ser ciencia aplicada, un automóvil experimental, al no ser capaz de fabricarlo a gran escala como para que significara la disrupción tecnológica que, años más tarde, supuso. El principal motivo que convirtió el Ford T (1908) en el vehículo que revolucionó el mercado del transporte, y que relegó al caballo principalmente como disfrute, fue su producción en cadena, lo que permitió el abaratamiento de cada unidad producida en Detroit, hacerlo asequible para la sociedad del momento, y convertirlo en un éxito de ventas.
El vehículo eléctrico no es novedad. Los primeros modelos experimentales se remontan a la primera mitad del siglo XIX, cuando se pusieron a funcionar las primeras locomotoras con motor eléctrico y baterías en Inglaterra. Se podría decir que el coche eléctrico, ya en el año 1900, tenía mayor difusión que el coche de gasolina, por confort y prestaciones, sin embargo, su autonomía y un precio que lo convertía en un bien de lujo, fueron determinantes en el auge del novedoso vehículo a gasolina fabricado en serie. La carencia principal que acompañaría al vehículo eléctrico en aquel momento, y en el siglo siguiente, fue la limitación en la capacidad de sus baterías, aparte de la resistencia de un sector automovilístico asentado en un cada vez más avanzado vehículo de combustión y unas compañías petroleras que no estaban dispuestas a ver disminuir sus ingresos.
El actual desarrollo de las baterías en densidad energética, peso y coste resulta exponencial. Los avances tecnológicos en este campo permiten considerar, en pocos años, la fabricación en serie de un coche eléctrico asequible para la sociedad y que pueda desbancar al vehículo convencional.
Obviamente no se trata solo de una mejora tecnológica en la química de su alimentación: existe igualmente un fuerte impulso de todo el entorno que conlleva su desarrollo. Hablamos de nuevos materiales en carrocería y estructuras, avances en electrónica y software inteligente para la optimización energética o el control del vehículo, que significarán la próxima fase de conducción autónoma.
Esta revolución en el transporte es impulsada y acompañada por mejoras en otros sectores. Para poder pensar en un transporte sin emisiones contaminantes, se debe contar con una energía limpia que lo alimente. El increíble avance tecnológico y su disminución en costes permiten pensar en la aparición, de forma paulatina, de una generación descarbonizada, descentralizada y digitalizada, que favorecerá la electrificación necesaria para el vehículo eléctrico.
Su llegada resulta imparable. La incógnita principal será la velocidad en su integración, y esto dependerá, principalmente, de su coste en relación con el del vehículo convencional.
En el cálculo de costes primarán la tecnología del diseño y fabricación de baterías con menor tiempo de carga y mayor alcance, que a su vez deberán contemplar el acceso a los minerales estratégicos energéticos. En 2008, el coste medio de las baterías era de 1000 dólares/KWh; en 2016, disminuyó hasta los 209 dólares/KWh, con una caída del 50% en los últimos tres años, y logrando además un aumento anual del 5-7 % en densidad energética o carga por unidad de peso y volumen. RobecoSAM, la compañía de Robeco especializada en estrategias temáticas de sostenibilidad, considera estos costes determinantes en la velocidad de adopción del vehículo eléctrico, y existen pronósticos de alcanzar la paridad en precio de ambas tecnologías a principios de la próxima década, en los 100 dólares/kWh.
Otra inversión será en la infraestructura de carga, idealmente basada en energías renovables y favorecida por una mayor descentralización. No será suficiente sustituir las gasolineras por electrolineras: deberán existir más puntos de carga, además de los hogares de los conductores, que permitan el estacionamiento durante unas horas para su carga completa.
El cambio de modelo hacia el vehículo eléctrico supone un coste que parecían no querer adoptar las empresas fabricantes. Resulta un cambio de diseño en el vehículo en sí, pero también un cambio ante la necesidad de una producción todavía más eficiente que haga asequibles los nuevos modelos eléctricos. Las grandes marcas de automoción observan cómo la entrada de nuevas tecnologías facilita la llegada de nuevos competidores donde antes existían unas barreras difíciles de superar.
Sin lugar a dudas es la concienciación global la que ha impulsado un cambio que, si no resulta ciertamente disruptivo, sí viene acompañado de un intenso grado de innovación. La preocupación por el desarrollo sostenible es el motor de este cambio que, sin un impulso forzado desde unos Gobiernos inquietados a nivel global por la amenaza del calentamiento global y la escasez de recursos, tardaría muchos más años en ponerse en marcha.
La revolución del vehículo eléctrico llega en el momento oportuno. En el siglo XIX no existía la tecnología –o más bien la electrónica y el estudio y gestión de materiales– lo suficientemente avanzada como para lanzar a gran escala un vehículo eléctrico funcional. Una batería pesada que entonces sufría de una mínima autonomía, y que todavía hoy, con los adelantos científicos actuales está pendiente de desarrollarse plenamente; la acertada aplicación del litio con su relación peso–eficacia eléctrica; la mejora de la electrónica y la ligereza de los nuevos materiales convierten el entorno actual en el ideal para el desarrollo de este tipo de vehículos.
Una vez más, se aprende cómo la tecnología consigue que la conjunción de diferentes soluciones ofrezca un momento propicio donde ver satisfechas las nuevas necesidades de un progreso sostenible.
Ana Claver, CFA, es Directora Ejecutiva de Robeco Spain, y Luis de la Torre, doctor ingeniero, es consultor especialista de Robeco.