¿El Brexit de los hermanos Marx?
No cabe duda de que los británicos votaron libremente, pero sin conocer las consecuencias
La batalla sobre el Brexit ha envenenado al Reino Unido y ha llevado al país a una crisis nacional. Cualquiera que intente seguir el proceso para comprender mejor los orígenes del Brexit podrá constatar que los políticos y ciudadanos del Reino Unido no esperaban que este proceso de divorcio fuera tan prolongado y doloroso. Partiendo de una premisa falsa desde el principio, el alejamiento del Reino Unido de la UE ha estado dominado por errores y cálculos equivocados.
La Ley de Murphy sobre el Gobierno dice: si una cosa va mal, irá mal por triplicado. Los pasados últimos días van a recordarse como uno de los más complicados y humillantes en la vida política de la primera ministra Theresa May. Su famosa frase el “Brexit means Brexit” (Brexit significa Brexit) se ha tropezado con la realidad de los hechos: el Brexit ha dejado de ser inevitable. Así, Theresa May tuvo que aplazar (hasta la semana del 14 de enero), a última hora, la votación del acuerdo pactado con la UE ante las perspectivas de una derrota sonada. Dos días después tuvo que hacer frente a una frustrada moción de censura presentada por parlamentarios de su propio partido pero aunque haya salvado su cabeza está lejos de salvar su Brexit. Y posteriormente los veintisiete miembros de la UE le manifestaron, en el Consejo Europeo en Bruselas, que sobre los acuerdos alcanzados sobre el Brexit puede haber una aclaración pero no una renegociación.
Pero las malas noticias no terminan ahí y siguiendo con la Ley de Murphy (por sí mismas, las cosas tienden a ir de mal a peor), el líder del Partido Laborista británico, Jeremy Corbyn, anunció recientemente que planteará una moción de censura contra la primera ministra, Theresa May, por su rechazo a convocar de inmediato una votación sobre el acuerdo del Brexit en el Parlamento y su mala gestión.
Los británicos se muestran incapaces de gestionar y consensuar adecuadamente el divorcio de la Unión Europea. Si después de treinta meses los parlamentarios no se ponen de acuerdo sobre el camino a seguir parece que lo más razonable sea un nuevo referéndum como la única salida a la crisis creada por la incapacidad del Gobierno y del Parlamento para encontrar un consenso.
Pero la Primera Ministra se opone a un nuevo referéndum (People’s vote) por entender que tiene que cumplir el mandato del pueblo. Con ello, está manipulando el lenguaje al decir que habla en nombre de todo el pueblo, ya que todos los votantes no lo hicieron a favor del Brexit (17.410.472 frente a 16.141.241, es decir, el 51,9% frente al 48,1%). Además, critica a todas aquellas personas que lo solicitan. May argumenta que su postura representa lo que “quieren los británicos”. Pero eso no es cierto. Se les preguntó a las personas si querían salir de la UE, no cómo.
Sin embargo, si el acuerdo entre Londres y Bruselas no es aprobado por el Parlamento diversos altos cargos de su Gobierno están a favor de un segundo referéndum. Habría que considerar el casi un millón y medio de jóvenes que han alcanzado la edad adulta desde el referéndum y que se han ganado el derecho a una nueva votación. Además, la diputada, Caroline Lucas, ha manifestado recientemente: Un nuevo referéndum sería la primera oportunidad para que la gente vote sobre los hechos, no sobre la fantasía y la fabricación.
En este contexto, y por si todo ello no fuera suficiente, han seguido cumpliendo fielmente la Ley de Murphy: No importa cuántas veces se demuestre una mentira, siempre quedará un porcentaje de personas que creerá que es verdad. La campaña del Brexit estuvo basada en cuestiones falsas para engañar a la gente. Una clase política que ha hecho tantas promesas y ha mantenido tan pocas. En concreto, me estoy refiriendo, entre otras mentiras, al hecho de que el Reino Unido pagó a la UE 8.100 millones de libras (8.940 millones de euros), que se corresponden a unos 156 millones a la semana, menos de la mitad de los 350 millones de libras semanales que clamaron los líderes del Brexit durante el referéndum. Esos 350 millones fueron muy polémicos por ser estampados en autobuses y convertidos en el lema de la campaña del Brexit.
Tengamos en cuenta que cualquier acuerdo con Bruselas solo puede subsistir si una mayoría en la Cámara de los Comunes británica lo aprueba. Y actualmente nadie sabe si se van a dar esas circunstancias debido a la división existente en el Parlamento. En lo único en lo que casi todos están de acuerdo es que la primera ministra, Theresa May, debe irse.
En este sentido, desde el continente estamos observando con gran asombro, lo que está sucediendo en Londres. Un país entero se está degradando. El Reino Unido que tenía una imagen de marca en la que sus gobernantes tenían fama de ser los mejores del mundo y del pragmatismo se viene abajo por momentos al más puro estilo de la comedia del escritor irlandés-británico Oscar Wilde titulada: La importancia de ser honesto (The Importance of Being Earnest).
A estas alturas, no cabe ninguna duda de que los británicos votaron, libremente sí, pero sin saber las desastrosas consecuencias de su decisión. Sin la autoridad para convencer a su partido o parlamento, Theresa May probablemente no tenga más remedio que resolver el dilema del Brexit por parte de quienes pagan la factura: los votantes. En este sentido, la mayoría de los escoceses, norirlandeses y londinenses votaron en contra del Brexit, mientras que la mayoría de los galeses e ingleses están a favor. Pero todos parecen saber que finalmente saldrán de la situación en una posición debilitada.
Tanto si sigue adelante como si no, el Brexit ha causado un tremendo daño a Gran Bretaña mostrando a una clase política que no ha estado a la altura de su país.
Vicente Castelló es Profesor Universidad Jaume I y miembro del Instituto Interuniversitario de Desarrollo Local