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La tribuna de los fondos
Tribuna
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Las trampas psicológicas del inversor

Ser conscientes de los sesgos cognitivos y del comportamiento es un buen paso para evitarlos

GERALT (PIXABAY)
CINCO DÍAS

Diría usted que el comportamiento de los individuos, empresas, Estados y demás actores que interactúan en la economía es siempre racional, neutral al riesgo y utilitarista? Si discrepa, entonces coincidirá conmigo en que es sorprendente que así lo asumieran las teorías y modelos financieros tradicionales, para los que el mercado se convertía en ese paraíso terrenal que asignaba precios y cantidades siempre de forma eficiente, maximizando excedentes tanto de productores como de consumidores.

Menos mal que en 2002 sucedió algo inédito hasta la fecha. El premio Nobel de economía se otorgó a un no economista, Daniel Kahneman. Psicólogo de profesión, fue premiado por su contribución al entendimiento de los mercados a través del análisis del comportamiento financiero, conocido en sus términos originales como behavioural finance. Enriquecida con aportaciones posteriores de diferentes autores, esta rama de la economía académica se centra en el estudio de las decisiones que toman diferentes tipos de actores en situaciones de incertidumbre, con la novedad de que por primera vez se introduce el componente emocional del proceso de toma de decisiones, equiparándolo en importancia al componente racional.

Según la economía conductual, el punto de partida de cualquier proceso de toma de decisiones es la recopilación de información. Dependiendo de qué parte de la totalidad de la información existente seleccionemos, y de la forma en la que se la presentemos a nuestro cerebro, estaremos condicionando el entendimiento en un sentido u otro. Por tanto, este proceso inevitablemente se verá expuesto a sesgos o trampas, conocidos como errores cognitivos. Favoritismos, tendencias innatas, mejor comprensión de ciertos conceptos respecto a otros, memoria selectiva… son algunos de los más comunes. Sin embargo, aplicados a las decisiones de un inversor, destacan tres:

Uno, el sesgo conservacionista: sucede cuando los inversores adoptan una visión inicial e informada sobre algo, pero cuando aflora nueva información relevante no son capaces de actualizar o transformar esa visión inicial.

Dos, el sesgo confirmatorio: referido a situaciones en las que los inversores se limitan a buscar nueva información, o distorsionan la nueva información que reciben, para reforzar su punto de vista inicial. Por ejemplo, cuando consideramos las noticias positivas pero ignoramos las negativas concernientes a un determinado negocio, estamos incurriendo en dicha trampa.

Tres, tergiversación del presente basándose en la creencia de que el pasado persistirá, lo que hace que la nueva información que nos llega la clasifiquemos basándonos en pasadas experiencias propias.

Sin embargo, las trampas a las que se ve expuesto el inversor no acaban en lo cognitivo, sino que aparecen otras nuevas a la hora de actuar según la información previamente recibida y procesada. Es aquí donde aparecen los sesgos del comportamiento, que en la mayoría de los casos vienen provocados por las emociones.

Por ejemplo, uno de los más comunes es el sesgo de aversión a las pérdidas, que se produce cuando los participantes del mercado tienden inconscientemente a evitar comportamientos que causan angustia y por el contrario a repetir comportamientos que causan placer, ya haya sido propio o ajeno. Este sesgo muchas veces es la razón que explica que el mercado en numerosas ocasiones exagere el miedo si nos encontramos en una situación dolorosa -–de caídas– como la que se ha producido en los mercados este 2018.

Además de provocar la búsqueda del placer y la huida del sufrimiento, las emociones exponen a los inversores a un sinfín de trampas entre las que podríamos destacar la ilusión de control: los participantes del mercado piensan que conocen toda la información existente, que la entienden y que la controlan. Dicha ilusión suele llevar al inversor a situaciones de exceso de confianza, por la cual inversores asumen más riesgos de los que deberían.

Otro es el sesgo del ajuste: mecanismo de prueba y error, común cuando el precio previamente pagado por un activo nos condiciona en la percepción del precio actual al que cotiza. Por ejemplo, existen situaciones en las que a pesar de descubrir que la compañía que se ha comprado destruye valor, la caída en su cotización puede empujarnos a comprar solo por lo aparentemente barata que puede parecer, si el precio que inicialmente habíamos pagado inconscientemente se ha convertido en una referencia. Algunos autores para estos casos incluso hablan del sesgo de la aversión al arrepentimiento.

El sesgo de la disponibilidad consiste en otorgar mayores probabilidades de éxito a los activos domésticos, conocidos o que de forma más común nos vienen a la mente. El sesgo de autocontrol se produce cuando los inversores se saltan la disciplina en el método y buscan la gratificación más inmediata por encima de los objetivos de largo plazo.

El sesgo del status quo: conformarse con la situación existente lleva a la no voluntad de realizar cambios. Mantener carteras estáticas en el tiempo, sin hacer los ajustes necesarios de perfil de riesgo, cambio de valores u optimización. No considerar otras alternativas nuevas de inversión simplemente por ser nuevas.

¿Cómo pueden evitar los inversores caer en dichas trampas? Ser conscientes de su existencia y aprender a detectar momentos y circunstancias en los que podemos estar incurriendo en alguno de ellos es un buen primer paso. El siguiente consiste precisamente en establecer medios para procurar no incurrir en comportamientos sesgados. Así, para evitar errores cognitivos, el inversor deberá procurar proveerse de mejor información (abundante, útil, completa, de fuentes diversificadas, contrastada...). Para evitar sesgos del comportamiento, lo mejor es establecer un método de toma de decisiones basado en criterios fundamentales que eliminen la subjetividad, sean claros y tengan una visión de largo plazo. Seguir una estricta disciplina de cumplimiento de dicho método será la guinda que culmine este paquete de medidas que podemos implantar.

Sin embargo, a pesar de toda prevención, las emociones seguirán incesablemente haciendo de las suyas, por lo que la continua evaluación de nuestro comportamiento en el proceso de toma de decisiones será clave para reducir al máximo las posibilidades de caer en alguna de las trampas mencionadas, aunque esa probabilidad nunca llegue a ser completamente cero.

Lucas Maruri es gestor de renta variable en Gesconsult

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