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EE UU y China se aproximan a la trampa de Tucídides

La guerra comercial puede enquistarse y Europa deberá alinearse de un lado u otro

El presidente de China, Xi Jinping y el presidente de EE UU, Donald Trump, en Pekín el 9 de noviembre de 2017.
El presidente de China, Xi Jinping y el presidente de EE UU, Donald Trump, en Pekín el 9 de noviembre de 2017.GETTY IMAGES
Miguel Otero Iglesias

En su Historia de la Guerra del Peloponeso, escrita en el 400 a.C., Tucídides explica cómo un siglo antes el enfrentamiento entre la dominante Esparta y la emergente Atenas resultó ser inevitable porque la primera se veía amenazada por la segunda y eso llevó a la escalada militar. Hoy estamos en una situación similar entre EE UU y China. Solo hace falta leer (o ver) el discurso del vicepresidente de EE UU, Mike Pence, en el Hudson Institute el pasado 4 de octubre.

Ahí Pence articula un sentimiento que se viene fraguando desde hace tiempo en el establishment de Washington y que se podría resumir así: “China está amenazando la posición dominante de EE UU y tenemos que hacer lo posible para evitar el sorpasso”.

Esta idea no es nueva. Pero lo que es novedoso es el lenguaje usado por el segundo cargo político más importante de la primera potencia mundial. Pence declara abiertamente que China ha dejado de ser un competidor y se ha convertido en un rival estratégico que está utilizando todo tipo de armas y artimañas para desbancar a EE UU de su trono.

El acecho chino es patente en todos los ámbitos. En el militar, Pekín está expandiendo sus fronteras en el Mar Meridional y Oriental de China e intentando desplazar a EE UU como poder dominante en su región de influencia. En lo diplomático, el Gobierno ha lanzado la nueva ruta de la seda y conseguido que las potencias europeas se sumasen al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, pese a la resistencia de Washington. En lo económico, el gigante asiático ya ha superado en paridad de compra la economía americana, exporta mucho más que esta, y ha aumentado sus inversiones (y las dependencias que estas generan) en el resto de Asia, África, América Latina y ahora también en Europa.

En lo tecnológico, China ha creado un ciberespacio propio y sus grandes empresas, como Alibaba y Tencent, están penetrando ya los mercados occidentales. Es más, gracias a las obligadas transferencias de tecnología y al robo de propiedad intelectual, pero también a su propia inversión, el país asiático ya está compitiendo de tú a tú con EE UU en big data e inteligencia artificial.

En lo político, Pence dice que China quiere exportar su modelo autoritario al resto del mundo y para ello incluso se atreve a interferir en los sistemas políticos de los países occidentales, por vías ilegales como los ciberataques, pero también por el arte de la persuasión y las relaciones públicas.

El vicepresidente hasta llega a insinuar que los 430.000 estudiantes chinos en los EE UU pueden ser una quinta columna para el Partido Comunista de China (PCCh).

No es de extrañar pues que para algunos comentaristas políticos, como Cary Huang, basado en Hong Kong, el discurso de Pence pueda quedar en la historia a la par con el telegrama de George Kennan de 1946, el discurso de Winston Churchill sobre el telón de acero del mismo año, o el de Harry Truman y su doctrina de un año después, que iniciaron la política de contención frente a la Unión Soviética y la Guerra Fría. Estamos ante un discurso que puede marcar una época. Todo esto hace que los temores chinos se estén cumpliendo.

Desde hace años el establishment de Pekín viene anunciando que a medida que la economía del país amenace con adelantar a la americana en términos absolutos, EE UU va a intentar descarrilar la locomotora china, por eso se ha elegido desde el PCCh a un hombre fuerte como Xi Jinping para estar al mando durante esta fase de sorpasso, dure lo que dure. Este inquietante análisis está basado en la historia. Graham Allison ha estudiado 16 transiciones de poder en los últimos 500 años, y en 12 de ellas, la potencia dominante y la ascendente cayeron en la trampa de Tucídides, es decir, se enzarzaron en un enfrentamiento armado. Esto asusta. Aunque hay un hilo de esperanza. Los cuatro casos donde no hubo guerra fueron en el siglo XX y uno de ellos fue la caída (pacífica) de la Unión Soviética.

Justamente, lo que quiere hacer EE UU es contener y aislar a China. Bajo esa lógica se entienden los aranceles sobre los productos chinos; la exclusión de ciertas empresas del mercado americano (por ejemplo, Huawei ya hace tiempo, y hace unos días la empresa de microchips Micron Technology); la introducción de una cláusula en el nuevo NAFTA, ahora llamado USMCA, que prohíbe a los tres países firmar otros tratados de libre comercio con Estados que no sean economías de libre mercado (es decir, China); y el socavamiento de la Organización Mundial de Comercio porque se estima que sus reglas o benefician, o simplemente no perjudican suficientemente, el capitalismo de Estado chino.

Está por verse, sin embargo, si esta estrategia va a funcionar. A diferencia de la URSS, China está muy integrada en la economía mundial. Las exportaciones de la UE al país se han cuadriplicado en la década entre 2007 y 2017, por ejemplo.

Está también por verse si la locomotora china va a descarrilar por las contradicciones internas, como le pasó a la Unión Soviética. Hay un gran consenso en que la concentración de poder en manos de Xi va a ser negativa en el largo plazo, ya que impide la experimentación, innovación y competencia propias de sistemas más descentralizados (características que el modelo chino había permitido a nivel provincial hasta la llegada de Xi). Pero también es verdad que justamente el big data y la inteligencia artificial pueden ser una gran ventaja para el planificador central a la hora de distribuir tareas y recursos. Pensar que el modelo chino es insostenible puede ser naif. Aunque sufra algún tropiezo, es posible que la locomotora china siga avanzando. Eso significa dos cosas: que la geopolítica va a dominar la economía por un tiempo y que Europa en algún momento tendrá que decidir si se pone del lado americano, del chino o intenta mantener una neutralidad estratégica para evitar la trampa de Tucídides.

Miguel Otero-Iglesias es Investigador Principal en el Real Instituto Elcano y Profesor en la IE School of Global and Public Affairs

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