Quién ganaría las legislativas de EE UU si se celebrasen hoy
Las encuestas favorecen algo a los demócratas, pero pesan la popularidad de Trump y la economía
Si las elecciones se celebraran hoy ganaríamos los demócratas”, dijo Nancy Pelosi el 13 de octubre. Las encuestas le dan la razón, pero con matices. Las encuestas genéricas entre potenciales votantes dan una victoria de siete puntos a los demócratas en la Cámara de Representantes (48% versus 41%). Sin embargo, las encuestas entre votantes registrados en cada circunscripción electoral muestran una mayor igualdad en estimación de voto entre demócratas y republicanos en los estados del centro y del sur. Los demócratas necesitan 23 puestos en la Cámara de Representantes para obtener la mayoría absoluta.
En el Senado sucede lo contrario: ganarían, en voto genérico, los republicanos: 50 puestos versus 44; seis en el aire. Y, con los gobernadores, pasa lo mismo: victoria republicana. La única realidad objetiva es que, hoy, a dos semanas de las elecciones legislativas de mitad de mandato, nadie sabe lo que va a pasar. La historia nos dice que estos comicios los suele ganar el partido contrario al del presidente. Los demócratas cuentan con la impopularidad de Trump, para ganar. Sin embargo, ¿dónde se aprecia esa impopularidad? En las élites: Hollywood y medios de comunicación nacionales. Cuando la congresista Maxime Waters llama a expulsar a los republicanos de restaurantes, gasolineras, teatros, etc., obtiene una excelente cobertura en los medios que cubren informativamente todo el país. Pero no es así en los medios locales, cuya cobertura, en general, es positiva a Trump y tampoco para los 95 millones de seguidores de Trump en redes sociales. Cuando Madonna dice que quiere poner una bomba en la Casa Blanca, Rossie O’Donnell llama al Ejército a sublevarse y Alec Baldwin incita la guerra civil están haciendo un flaco favor a los demócratas. El Partido Demócrata había sido el de la moderación. Es significativo el silencio de Bill Clinton.
El paso de la opinión publicada a la opinión pública muestra más matices. El votante demócrata tradicional se asusta cuando ve en televisión a líderes demócratas que se definen socialistas. Su primer pensamiento es: “Este no es el partido de Kennedy”. Además, la economía va bien. El crecimiento ronda el 3% del PIB y la tasa de desempleo es la menor desde 1969 (3,7%). La Reserva Federal no ve motivos para pensar que la situación cambie a peor y se dispone –en contra del criterio de Trump– a subir de nuevo los tipos de interés para evitar un sobrecalentamiento de la economía. Los republicanos juegan la carta de la buena marcha de la economía, arrogándose el mérito. Los demócratas recuerdan que la recuperación comenzó con Obama. Todas las encuestas actuales dicen que el 67% de americanos atribuye el éxito de la bonanza económica al partido que está en el Gobierno. Y Trump lleva ya dos años en el cargo, durante los cuales, tanto el crecimiento en PIB como la creación de empleo se han acelerado. Trump y los republicanos sacan pecho y los demócratas cambian el discurso.
La inmigración es el tema central para los demócratas. 7.000 centroamericanos en la llamada caravana, pretenden entrar ilegalmente en Estados Unidos. El Partido Demócrata les apoya y, por ello, su propio electorado y el republicano les repudia: América es una nación con fronteras, en la que no se puede entrar ni por la fuerza ni saltándose las leyes. Conscientes o no, los demócratas están poniendo en bandeja a Trump la construcción de su muro con México. Si la caravana asusta al votante blanco, tampoco contenta a las minorías. Para sorpresa de los blancos líderes demócratas, los afroamericanos están en contra de la caravana. Una mayoría piensa que la inmigración ilegal les roba puestos de trabajo. Los hispanos legales tampoco lo ven con buenos ojos. Redondeando, su voto está dividido al 50% entre partidarios de Trump y lo contrario. Piensan que ellos y sus padres han tenido que luchar mucho para llegar donde están. Por eso, en los estados fronterizos, donde hay más hispanos, el voto se vuelve republicano y Trump se llevaría hoy el 30% del voto negro y el 47% del voto latino.
Sería lógico pensar que, en unas elecciones legislativas, los temas fueran protagonistas; pero no es así: la polarización ideológica es tan fuerte en América, hoy, que nacionalismo, proteccionismo, America first, etc., son cuestiones de las que no se habla porque están ya interiorizadas en el acervo americano.
Los medios golpean a Trump por su guerra comercial con China, por retirarse del tratado de reducción de armas nucleares de 1987, de tener intereses comunes con Rusia y con Putin. Pero, de nuevo, estas cuestiones influyen en una minoría culta demócrata. En cambio, Trump, que está apoyando a los líderes republicanos en cada estado para parar o evitar la llamada ola azul demócrata, habla de sus éxitos: paz con Corea del Norte, nuevo acuerdo comercial con México y Canadá que beneficia a Estados Unidos, el nombramiento de dos jueces del Tribunal Supremo, el fortalecimiento de las fuerzas armadas, el haber acabado con ISIS, la defensa de la segunda enmienda de la Constitución (derecho a llevar armas), su postura sobre el aborto y la “cuestión de los sexos” apelan y encienden a su electorado. Y digo su electorado porque, si Trump participa tanto en campaña, es porque sabe que los votantes conservadores le ponen a él por encima del Partido Republicano y sus dirigentes. Los líderes demócratas juntan a mil personas en un hotel. Trump da mítines a multitudes de 10.000 personas en el interior y otras tantas en el exterior. Ganará las elecciones el partido cuya base electoral esté más motivada. La demócrata ya lo estaba; las encuestas en cada estado dicen lo mismo de los republicanos: acuden a la llamada de Trump para votar.
Muchos odiaban a Trump, pero ganó las elecciones presidenciales. Hoy, las encuestas dan a Trump un índice de favorabilidad del 47%, dos puntos más que a Obama en las mismas circunstancias. Aunque sean legislativas, estas elecciones tienen un protagonista presidencial: Trump.
Jorge Díaz Cardiel es Socio director general de Advice Strategic Consultants. Autor de ‘Obama’s Legacy’ y ‘Trump, year one’