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Champús y jabones artesanos en La Malvaflor

Los fundadores aseguran que son la mezcla perfecta entre tradición e innovación El proceso de producción es 100% a mano y las pastillas necesitan hasta seis semanas de maduración

Unos problemas en la piel, soriasis y enfermedad de Grover, fueron lo que motivaron a Javier Martínez y a su hermana, maestra jabonera, a interesarse por el mundo de los componentes naturales. Comenzaron haciendo macerados de caléndula y malvaflor, y al aplicarlos directamente sobre la piel, “vimos cómo se suavizaban nuestros problemas”, asegura Martínez, quien acabó fundado La Malvaflor en 2015.

Su hermana acabó abandonando el proyecto, pero su pareja comenzó a colaborar con él. “Ella es bióloga, así que ahora La Malvaflor es la mezcla perfecta entre tradición e innovación, pues aunque la tradición está muy bien, cuando hablamos de un tema tan delicado como la piel, hay que tener en cuenta a la ciencia”, explica el fundador. De esta manera, la marca dio un gran giro. “Hemos eliminado todos los plásticos y ahora somos 100% naturales y sin residuos”, justifica orgulloso Martínez. El emprendedor hace hincapié en que no quiere criminalizar lo sintético, “pero es el cliente el que debe tomar la decisión en función de sus necesidades y sus principios”.

Su producto estrella también cambió con la renovación de La Malvaflor. Mientras que los jabones fueron el motor de los primeros años de la marca, ahora los champús sólidos han ocupado su lugar. “Gustan porque son sin sulfatos, sin parabenos, no utilizan envases de plástico y no es algo tan fácil de encontrar”, alega. No obstante, el nuevo producto también nació por una necesidad personal. “Mi pareja estaba cansada de probar muchos productos diferentes, sin sulfatos, y que ninguno le funcionara. Ni siquiera le valía el que hacía yo porque la técnica de la saponificación, para hacer jabones, y la que se usa para el champú son diferentes. De modo que se hizo ella misma una fórmula que le gustó mucho”, comenta Martínez.

Todos los productos se hacen completamente a mano, desde el batido al filtrado pasando por cortar las pastillas de jabón. “Seguimos confeccionando todo de la misma manera que cuando lo hacíamos solo para nosotros porque cuando intentamos escalar la receta, no nos salía igual. A mano podemos ir viendo mejor la textura y corregir lo que sea necesario”, explica Martínez, quien cree que cuidar tanto el producto es la clave de su negocio. No obstante, su carácter artesano solo les permite producir unas 400 pastillas de champú al mes, cada una de ellas necesita entre cinco y seis días para ver la luz, mientras que los jabones necesitan seis semanas de curación como mínimo.

“Somos un negocio muy pequeño porque al hacerlo todo a mano, no podemos crecer más, además el margen de beneficio también es muy bajo. Aunque los productos puedan parecer caros [12,50 euros cada champú y 6 euros cada jabón], los ingredientes que utilizamos también lo son porque su calidad es muy buena”, justifica el emprendedor. “Nos han ofrecido vender nuestros productos en otras tiendas, pero todavía nos da mucho vértigo”, reconoce Martínez, aunque recientemente se ha lanzado para trasladarse desde Colmenarejo, donde abrió la primera tienda, al Barrio del Pilar en Madrid (Avenida Monforte de Lemos, 83). “La tienda online sigue teniendo mucho más tirón porque la tienda física es un espacio muy pequeño que solo abre tres horas al día porque el resto del tiempo estamos en producción, pero da mucha confianza que tengamos un sitio, una dirección, un teléfono al que llamar”, alega el fundador de la marca, orgulloso de haber convertido una afición en un negocio.

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