Hay que recapacitar sobre qué tipo de inversor somos
Una mayor diversificación en la inversión ayuda a ver las carteras con más frialdad
2018 está siendo un año muy complicado para la gestión. La renta fija, casi toda, está haciendo daño a las carteras. Los fondos más conservadores sufren el peor semestre en mucho tiempo y podemos observar fondos garantizados que pierden más de un 4% en el año al tener que poner a precios de mercado su cartera de bonos italianos.
En renta variable, además, es probable que estés perdiendo dinero pues, salvo en la Bolsa estadounidense, predominan los números rojos. Son constantes los profit warnings o los tuits del presidente estadounidense Donald Trump, que provocan fuertes caídas en acciones o sectores y, si has tenido un poco más de la cuenta en mercados emergentes –la recomendación por excelencia a principios de año– tus resultados son todavía peores. Si inviertes en tecnología estás bien; si lo que tienes son bancos o coches, mal.
Conforme escribo esta tribuna, la Bolsa rusa está cayendo un 3,5% castigada por las nuevas sanciones impuestas por la administración estadounidense. Por efecto simpatía, debe ser, Europa cae medio punto y los americanos ni se inmutan, planos. Es curioso esto de las dinámicas de los mercados. Desde mayo, el diferencial de rentabilidad que está obteniendo la Bolsa de EE UU frente al resto es bastante espectacular. Es pura serenidad más allá del Atlántico. Cotiza al alza las noticias positivas, y lo negativo que pueda ocurrir en cualquier parte del mundo no le afecta o le afecta sensiblemente menos que al resto de mercados. Algunas estrategias están sufriendo en este entorno complejo: si eres value, si estás poco invertido en EE UU o has padecido alguna de esas fuertes caídas en valores determinados… Un año, por tanto, de grandes divergencias y que nos podría hacer recapacitar sobre el tipo de inversor que somos.
No creo que haya un único método para invertir con éxito, como tampoco hay un único camino para llegar a Roma. Que se lo digan a Aníbal, que decidió sorprender a los romanos cruzando los Alpes con miles de hombres y caballos –más unos cuantos elefantes– para situarse a las puertas de su enemigo. Elegir un camino complicado, sin embargo, frente a uno más plácido –sin cuestas ni grandes accidentes geográficos que salvar– requiere un mayor compromiso. Cuando la ruta es cómoda se tarda normalmente más, pero se llega, y se llega bien, relajado, seguramente has disfrutado el viaje. Si eliges el camino exigente, probablemente disfrutarás mucho del resultado, la meta, pero te habrá requerido un esfuerzo mucho mayor un viaje que, además, es más propenso a los accidentes. ¿No hay atajo sin trabajo? La preparación y la convicción son más importantes cuando se prevé un camino difícil que cuando se atisba uno placentero.
En el mundo de las inversiones, la experiencia nos demuestra que no estamos especialmente equipados o preparados para limitar los efectos que determinadas emociones, como la avaricia y el pánico, pueden tener sobre nuestras decisiones de inversión. Tendemos a comprar cuando las cosas van bien y a vender cuando van mal. Una forma de intentar minimizar estos posibles accidentes es a través de una razonable diversificación de las inversiones. Si nuestra apuesta como inversores es muy concentrada, en valores, sectores, gestores… probablemente apuntemos a un objetivo elevado, pero también más susceptible de sufrir reveses serios y de vernos tentados a vender en un mal momento.
Tendremos que estar dispuestos, si las cosas se tuercen, a firmar lo que se conoce como el contrato de Ulises; que nos aten a un mástil y nos tapen los oídos para evitar escuchar el canto de las sirenas –nuestras propias emociones–. En cambio, una razonable diversificación nos ayudará a ver nuestra cartera con mayor frialdad, pues no tendremos accidentes bruscos. ¿Tenemos madera de héroes en nuestro particular periplo a Ítaca? ¿Lo más importante es llegar o también disfrutar del viaje?. El mercado es caprichoso y suele hacer lo que más daño produce a los inversores. No creo que sea por una naturaleza maligna, aunque a veces pueda pensarlo, sino, en mi opinión, en buena medida, por el posicionamiento de los inversores. Dos de las apuestas de mayor consenso a principios de año eran los mercados emergentes (renta variable y renta fija) y la caída del dólar. Queda año por delante, pero de momento han sido recomendaciones dolorosas.
Nuestra industria financiera se encuentra instalada actualmente en la dualidad. Gestión activa o gestión pasiva, valor o crecimiento, bueno o malo, en definitiva. Un amor platónico vende mejor, nos lleva al mundo de lo ideal. Lo que ocurre es que los mercados financieros se mueven en otra dimensión, su propia dimensión. Como dice mi jefe, los “mercados harán lo que tengan que hacer y luego ya lo explicaremos”. Probablemente tenga sentido un enfoque más socrático que nos haga dudar más de las cosas… y también de nosotros mismos.
Angel Olea es director de inversiones de Abante