Retos educativos para una sociedad digital
Las políticas formativas juegan a prueba y error mientras comprometen presente y futuro
Qué educación queremos, qué educación recibimos? O dicho de otro modo, ¿qué sociedad queremos en el futuro inmediato para nuestros hijos?, ¿qué ha de primar, la creatividad o el conocimiento, o ambas han de entrelazarse interdependiente y necesariamente?, ¿es el contenido la esencia real y axial del aprendizaje o este bascula sobre otros pivotes?.
Hoy más que nunca necesitamos una educación y por extensión, un sistema educativo abierto completamente a la sociedad. Aprender y educar interactuando, combinando, mezclando, pero sin perder la crítica ni la capacidad de autocrítica como camino hacia la eficiencia. La educación empieza en la familia, continúa en la escuela y se proyecta en los espacios culturales y dinámicos de una sociedad que retroalimenta a aquellas dos. No es algo aislado. Nace desde y en los valores, pero ¿cuál es la capacidad, la formación de nuestros docentes?.
Réquiem por la educación, por el conocimiento, la clave de bóveda de la cultura, del aprendizaje. No podemos ser un país sin maestros. Cavar el pozo, el pozo del desconocimiento, de la ignorancia más arrogante. El profesor debe acompañar al alumno, enseñarle a pensar, a reflexionar, sentarse a su lado. De uno en uno. Cuidemos la calidad, valoremos el esfuerzo, el estudio. No al adoctrinamiento, sino a la educación. Educar en valores, en rectitud, en conocimiento, con calidad, sin sectarismo, desde el respeto al otro.
No es esta una tarea que ataña únicamente a los gobernantes y al sistema educativo en general, con independencia de si el ámbito sea público, privado o concertado. Es la propia sociedad la más afectada y, sobre todo, el alumnado. Transferidas las competencias a las comunidades, estas son responsables de algo más profundo que un enunciado.
Este país desvencijado y a lomos permanentes de una cansina mula vieja machadiana necesita preparar a las próximas generaciones desde el esfuerzo, el rigor, la profundidad del conocimiento, el respeto a las ideas del otro. Seriedad en los contenidos, eficacia en la exigencia. No importa el ámbito, escolar, bachillerato, formación profesional, universidad. No es cierto que tengamos hoy la generación más preparada de nuestra historia. Si lo comparamos con el tanto por ciento de jóvenes que han culminado sus estudios universitarios respecto a otras épocas, pero ¿y la calidad real de su formación? Y muchos están fuera, emprendiendo caminos y profesiones a las que no se tiene acceso o salida en nuestro país. Tenemos que cuidar ese presente porque compromete el futuro de todos. Muchos se han ido fuera, el talento busca lugares donde es valorado, preservado y relanzado.
Somos un país dado al péndulo y la improvisación, no hace mucho el lema era clases reducidas de alumnos y reducción de horas lectivas semanales que provocó que las plantillas de docentes creciesen exponencialmente. Que interinos pasasen a ocupar su plaza fija a través del empleo público. ¿Realmente eran asumibles aquellas reducciones y estos incrementos de personal? El péndulo basculó de nuevo con recortes que no han sido corregidos ni reparados. Pero la realidad es la que es y como es, lejos del capricho y la galbana intelectual.
La política educativa no es un mero gasto más que se atempere al socaire de la coyuntura económica. Pagaremos las consecuencias a medio plazo, peor aún de las que ya existen. Somos un desastre en el informe PISA, somos el país de la Unión con mayor tasa de abandono escolar. Se llama fracaso.
Caminamos hacia una sociedad cada vez más tecnologizada, digitalizada. Pero sería un error que todo el aprendizaje se focalizarse en una dirección única o unidireccional. Sin desconocer la importancia de la tecnología, en lo esencial y lo instrumental, es clave sin duda, pero implica que otros estudios, otras formaciones ¿ya no sirven?. Flaco favor haríamos si orillamos la educación emocional desde la escuela en los primeros pasos de la educación de los niños.
Qué formamos y cómo lo formamos y para qué. Interesante interrogante de difícil contestación. ¿Qué ciudadanos queremos o quieren que tengamos en las próximas décadas? ¿Críticos, competentes, líderes, emprendedores? Absortos como estamos de la inteligencia artificial, la educación debe buscar espacios de inteligencia colectiva, compartida, creativa, integradora social y culturalmente, sin exclusiones ni limitaciones.
No caigamos en la demagogia estéril y de confrontación entre escuela pública y escuela privada. No caigamos en la vaciedad de proponer y situar como palanca vertebral de un sistema educativo la dualidad educación para la ciudadanía frente o versus religión. Con eso confundimos la esencia con la circunstancia. Hay espacio para todo. Porque todo educa, forma, y conforma la interacción educativa.
Necesitamos alumnos donde se cultiven las competencias, las habilidades, las destrezas, pero sobre todo, la crítica constructiva, la proposición, la creatividad, la imaginación, donde educación y cultura, roles familiares y sociedad interactúen proactiva y recíprocamente. Sin embargo, sí debemos buscar, preguntar, analizar donde radican las causas del fracaso escolar, por qué en nuestro país las mismas se disparan respecto de otros europeos, por qué hay aún tanto abandono escolar, por qué egresamos miles de graduados, antiguos licenciados, sin salidas profesionales y laborales. Por qué esa mentalidad y exceso de titulitis aguda que sufrimos en nuestras sociedades de cristal y cada vez más relativizadas.
Hace cinco años en este mismo espacio escribíamos que hubo un tiempo en este país, tiempo no muy lejano, donde la educación se cimentaba en el conocimiento, el aprendizaje, el esfuerzo, el rigor, la seriedad, la ilusión y el sacrificio de miles de maestros mal pagados y a veces a los que no se les reconocía aquella labor. Hubo un tiempo donde acceder a la cultura y a la educación no era fácil. Un tiempo donde valores y principios, civismo y educación iban de la mano. Donde la formación era integral, generalista y profunda a la vez.
Tiempos donde los niños no solo recitaban la lista de los reyes godos, sabían de guerras, de historias, de ríos, de ciencias naturales, matemáticas y física, lengua y lectura, y tantas y tantas otras materias. Hoy es un tiempo distinto, donde la inquietud cultural y educativa dormita en el silencio, y donde los políticas juegan a prueba y error, a ensayo y demagogia, mientras juegan con el presente y futuro. Seamos serios. Pensemos. Y hagámoslo con mayúsculas. No todo es digital, también es humanístico. Creativo y humano, pero sin darse la espalda.
Abel Veiga es profesor de Derecho Mercantil de la Universidad Comillas