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Manifiesto de la innovación activa

La innovación es la capacidad de ofrecer una solución a un problema dado, sea éste de naturaleza política, tecnológica o social. Es una acción, no solo una idea o un bosquejo teórico que sobre el papel ofrece una respuesta razonable. Para innovar hay que actuar, ser capaz de aceptar los cambios y mejorar con la práctica recurrente. El libro “Innovar. Un manifiesto de acción” de Luis Perez-Breva, director del programa MIT Innovation Teams, ofrece un compendio de ideas sobre cómo aprender, practicar y enseñar a innovar. Como él mismo señala “innovar es desarrollar habilidades que tienen un impacto descomunal en la sociedad”. Me ha resultado útil para asentar algunos conceptos y, en sus propias palabras, “dirigir los pensamiento a la acción sin obsesionarse con predecir el futuro”, sino “actuar y pensar en la actuación para construir el futuro”.

Aquí van mis notas sobre un libro que está llamado a contribuir al debate sobre qué es y cómo se enseña la innovación, que forma parte del núcleo duro de las otras habilidades directivas.

  1. No existen recetas mágicas sobre la innovación. Se ha abusado de los canvas, los KPI, los design thinkingy otras palabras mágicas que parecen reducir la innovación a un conjunto de notas tomadas a vuelapluma en un ipad y expuestas en un pitch. No: la innovación es un curso de aprendizaje y cada modelo es único, propio y diferente al anterior. Una buena idea, ejecutada con éxito, no crea un sistema de innovación en cadena.
  1. La innovación conecta con el emprendimiento cuando éste se convierte en una profesión “como la abogacía o la ingeniería”. El autor huye de las empresas que parecen ser start-ups, pero que carecen de plan de crecimiento y sostenibilidad. Perez-Breva afina el concepto: “los emprendedores en ciernes confunden su primera suposición de una meta con un verdadero plan de acción”. A escala institucional, esto se concreta en la necesidad de apoyar los procesos de scale-up y no solo la creación de start-ups.
  1. La innovación se practica. Plantea aquí tres pasos: la acción, la práctica y la perseverancia. Es una mezcla equilibrada de experiencia previa, nuevas ideas, conocimiento adquirido en programas de formación, capital social, músculo financiero y organizacional, así como confianza. La práctica de la innovación, pues, requiere conducir el proyecto al terreno de lo real y distinguir una buena idea de papel en una solución a un problema complejo.
  1. La innovación ofrece soluciones a problemas. Éstos son reales y no imaginarios. Se estructuran en tres características: son reconocibles, verificables y solucionables. La innovación se asienta sobre la realidad y no sobre la descripción de un “cómo debería ser la situación” o “es un asunto irresoluble”. Sin proyecto real, sin contenido, sin palancas de cambio, no hay innovación.
  1. La innovación no acierta a la primera. A veces, ni a la segunda ni a la tercera. Porque estamos acostumbrados a leer historias de éxito y perfiles de super-innovadores que tienen grandes cualidades. No es verdad, al menos, no es toda la verdad. A menudo tales historias de éxito se cimentan sobre sonados fracasos: el resultado final no se asemeja a lo que estaba planteado… pero la demanda cambió de opinión. Escribí de forma provocadora que “se innova para perder dinero”. La innovación no es un proceso lineal, pero sí se puede organizar para que los fallos sirvan de aprendizaje, documentación e instrumento de gestión.
  1. La innovación se construye sobre pequeñas piezas, que permiten unificar gestión y cambio. No todo es radical, transformador y sustancial. Elabora el autor una idea de “casi-acierto” que encuentro muy sugerente. La innovación necesita pasos intermedios, nuevos ladrillos que permiten el avance, personas que se incorporan y aportan nuevas ideas, financiación extra y otros tantos instrumentos que favorecen el crecimiento escalado.
  1. La innovación no entiende de anteojos disciplinares. No cabe el “esto depende de mi departamento”, “habla con aquí con el director” o bien “eso no se enseña en mi carrera universitaria”. Por este motivo, el innovador actúa como director de orquesta, que sabe aprovechar las virtudes de cada instrumento, pero no pretende tocarlos todos.
  1. La innovación es riesgo, pero no a cualquier precio. La gestión del riesgo consiste en diseñar un “itinerario ha de reducir la tolerancia de todos a la incertidumbre y explicar cómo planeas explicar certeza y riesgo para llevar el proyecto a la siguiente escala”. El riesgo, pues, existe porque se asume el precio del cambio. El autor acierta al sugerir que es preferible probar con maquetas de innovación –prototipar- y con posterioridad hacer crecer el proyecto con nuevos recursos y lecciones aprendidas.
  1. La innovación se basa en las personas. El equipo de trabajo en la oficina, un desconocido, una vecina o un sobrino. Las buenas ideas pueden surgir y moldearse como resultado de una buena conversación. Subrayo con doble amarillo esta frase para los jefes que alegan sordera institucional: “Las personas vienen y van a medida que innovas, aportando información o habilidades de las que puedes carecer. Tu eventual innovación es una reunión de personas”. Ahí reside todo: la innovación a través de las personas se sostiene cuando éstas aportan información, capacidades y talento.

Estas ideas, al menos mi interpretación, ofrece una mapa de la innovación que está llamada a transformar el entorno. Bajemos la innovación del pedestal de los grandes creadores y conduzcamos el proceso para conseguir resultados reales, con impacto social y sostenibles. Es un reto descomunal que nos invita a pasar del stock de ideas prefijadas al flujo del conocimiento líquido.

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@juanmanfredi

Acabo de publicar “La diplomacia corporativa. La nueva inteligencia directiva” en UOC Editorial.

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