En búsqueda de la sabiduria (y 2)
«Mondschein Musik» de la ópera Capriccio de Richard Strauss Wiener Philharmoniker Daniel Barenboim (director)Josef Reif (trompa)Musikverein - VienaConcierto de Año Nuevo de la Wiener Philharmoniker (2014)
"Strauss es un detestable compañero pero cuando él sopla su trompa no se puede estar enfadado con él"Richard Wagner (en referencia a Franz Strauss, padre de Richard Strauss)
El preludio conocido como «Mondschein Musik» (Música a la luz de la luna) se interpreta junto antes de la escena final de la ópera «Capriccio» de Richard Strauss. Su función dramática es la representar el debate que en la mente de la condesa Magdalene se está produciendo, mientras se pasea por su jardín, justo antes de la escena final de la ópera.
No obstante, siempre me gusta resaltar que esta pieza no deja de ser un homenaje a su padre, Franz Strauss, que fue intérprete solista de trompa en la Ópera de la Corte de Múnich y participó en los estrenos de «El oro del Rhin», «La Walquiria» «Tristán e Isolda» y «Parsifal» de Richard Wagner.
Curiosamente, las preferencias musicales de Franz Strauss eran marcadamente clásicas (Mozart, Haydn y Beethoven) y en contra de las nuevas tendencias musicales (representadas por Richard Wagner) que justo eran sostenidas económicamente por el rey Luis II, en la Baviera donde residía con su familia. Aunque esta antipatía pudo influir en el inicio musical de su hijo, éste acabaría siendo considerado el heredero musical de Wagner.
Aún y en medio de las contradicciones, la profesionalidad y el respeto. El recuerdo a un padre que jugó un papel fundamental en su formación y carácter, al que tuvo que “traicionar” musicalmente, en óperas como «Salomé» o «Elektra», pero al que retornó parcialmente (aunque nunca se vuelve uno igual después de un viaje como ese) a partir de «El caballero de la rosa». Respeto en la confrontación y aceptación de que «lo viejo» y «lo nuevo» deben entenderse aunque para ello sea necesario tener un entorno lo más honesto posible.
"Las personas tienen derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos"Daniel Patrick «Pat» Moynihan (Senador demócrata por Nueva York)
En los últimos años el término "post-verdad" o "hechos alternativos" se han adueñado de nuestro vocabulario y, lo que es peor, de nuestros razonamientos. En esencia, ambos términos solo quieren decir dependiendo de cada uno, la “mentira” puede ser “verdad", lo “malo” puedes ser “bueno” o que los “sentimientos” pueden adquirir la categoría de "verdades" absolutas que hay que proteger. La cursilería más rancia vestida de innovación y elevada a la categoría de axioma.
La tendencia a propagar realidades alternativas es uno de los peligros más graves a los que se enfrentan actualmente las democracias de nuestro entorno. Las sociedades libres dependen exclusivamente de ciudadanos bien informados que no solo reconocen que el engaño no es admisible en su manera de comportarse sino que tampoco están dispuestos a permitirlo en ningún ámbito de actuación pública de sus representantes (les hayan votado o no).
Cuando permitimos que otros se sitúen al margen de la realidad, damos cancha a la deshonestidad y, lo que es más grave, le permitimos que se sitúen por encima de la lógica y de la ley que, en última instancia, es lo único que nos garantiza una vida civilizada en común. De ahí que el fruto de esa deshonestidad no pueda quedar muy lejos de la corrupción o el abuso de poder. Y, la mayoría de las veces, de ambas dos cosas a la vez. Estos abusos son una enorme fuente de erosión de las instituciones que preservan y protegen nuestros derechos y libertades y abren la puerta al descontento, el populismo y, finalmente, a la tiranía y al fascismo.
No nos engañemos, siempre ha habido políticos deshonestos, pero ha sido la tolerancia con la mentira, los hechos alternativos lo que ha socavado gravemente nuestros cimientos. Por ello lo más peligroso no son los mentirosos, sino el alegre coro de aduladores que defienden sus mentiras, solo porque en el corto plazo les conviene. Denunciar todo ello es, por lo tanto, un deber cívico de primera categoría. De ahí que posiciones como la de Zweig, que pudieron considerarse intransigentes en su momento, caben entenderse como las únicas posibles para lograr la salvación en un entorno como en el que nos hemos metido.
¿Por qué nos extraña lo que está pasando actualmente en Italia? O lo que ha venido pasando en El Reino Unido con el Brexit o en los Estados Unidos con la elección de Donald Trump. La farsa de una recuperación económica, que no es más que la apelación nuevamente al crédito y la creación de burbujas como motor del crecimiento (justo los que nos metió de lleno en la crisis en el 2007) no podrá tener otro final: la abundancia de populismo en todas partes. Antesala de la tiranía.
Lo peor de todo es que el remedio suele ser peor que la enfermedad. Acostumbrados a la deshonestidad y a la mentira, acabamos siempre confundiendo nuestras verdaderas prioridades. Acabamos aceptando que «lo viejo» se disfrace «de nuevo» pero, como todo traje mal confeccionado, lo primero acaba asomándose por entre las costuras prematuramente desgastas por su uso. Solo buscaban medrar en un entorno en el que no les molestaba la injusticia de la situación que se denunciaba, sino su posición en la misma. Como es lógico, eso se resuelve cambiando de posición. La polémica del chalet de Iglesias/Montero es la mejor metáfora de todo ello. Desgraciadamente, cuando nos damos cuenta suele ser demasiado tarde y el precio del arreglo muy costoso.
«What's Opera? Doc».
Quince años después del estreno de la ópera «Capriccio» de Richard Strauss, la misma pregunta se la hacía el conejo Bugs Bunny en el cortometraje animado «What's Opera, Doc?» dirigido por Chuck Jones y perteneciente a la serie «Merrie Melodies». La historia es protagonizada por Elmer Gruñón y Bugs Bunny quienes se preguntan ¿Qué es la ópera? mientras parodian de manera magistral las obras de Richard Wagner. Fue estrenado el 6 de julio de 1957. Su conclusión (su escena final) no podía ser más elocuente: ¿Qué esperabas de una ópera? ¿Un final feliz?
Una frase final a la altura de otra que se ha hecho también muy famosos en los mercados financieros: «La ópera no acaba hasta que canta la gorda» En clara referencia a lo habitual que es que las escenas finales de las óperas (como la que he hemos visto de «Capriccio») estén protagonizadas por la sopranos, generalmente todas ellas con algo de sobrepeso. Afortunadamente, no es el caso de Renée Fleming.
Esta la larga agonía de un modelo viejo lo que impide la recuperación efectiva de la economía. Lo viejo que no quiere morir y lo nuevo que no acaba de nacer. ¿Cuándo aparecerá “la gorda”?
(A falta de una Bugs Bunny "gorda", lo es el caballo)