Grecia. Punto final
Bruselas quiere acabar el próximo 21 de junio con ocho años de rescate. Un objetivo político con numerosos desafíos económicos.
Se acabó. La Comisión Europea está decidida a rematar en menos de 100 días el tercer y último rescate de Grecia. Bruselas quiere poner fin a ocho años de una pesadilla social, política, económica y financiera que arrancó un 23 de abril de 2010. Aquel día, el entonces primer ministro griego George Papandreu se alejó hasta la isla de Castelorizo para anunciar que Atenas estaba al borde de la quiebra y necesitaba urgente ayuda financiera.
"No podemos tener un cuarto rescate", afirma el comisario europeo de Economía, Pierre Moscovici, durante unas jornadas sobre el futuro de Grecia organizadas esta semana en Bruselas para varios medios europeos, incluido CincoDías. "No es necesario y no lo queremos", zanja el comisario francés.
Por primera vez en mucho tiempo Bruselas y Atenas comparten un mismo objetivo porque el gobierno de Alexis Tsipras (de la formación izquierdista Syriza) tampoco se puede permitir acudir a las urnas sin haber puesto fin a la tutela de las instituciones europeas.
El tercer rescate expira el 20 de agosto. Pero Moscovici confía en que el Eurogrupo (ministros de Economía de la zona euro) del 21 de junio pacte ya las condiciones sobre el punto final del programa del único país de la zona euro que sigue intervenido. "Tenemos menos de 100 días por delante y no podemos perder ni un minuto", señala Moscovici. "Trabajaremos día y noche, sin descanso, para que en junio se pueda pasar la página de este largo y doloroso capítulo"
La tarea se antoja titánica. Y Bruselas tiene por delante un campo minado que podría reventar en cualquier momento las intenciones de la CE.
En primer lugar, el gobierno griego debe cumplir el casi centenar de condiciones que incluye la cuarta y última revisión del rescate para superar en mayo, si todo va bien, el examen de la CE, el BCE y el FMI. Antes, los bancos griegos deberán someterse a un nuevo test de estrés para verificar su situación, lastrada por unos préstamos fallidos que suponen el 46,7% del total frente al 4,4% de media en la UE, según el informe publicado este miércoles por la CE.
El tercer obstáculo, tal vez el mayor, estriba en el marco de vigilancia al que se someterá a Atenas tras el final del rescate. Bruselas no quiere ningún tipo de supervisión reforzada que pueda interpretarse como una prolongación del rescate. La CE incluso parece dispuesta a obviar los flagrantes incumplimientos del programa, como la casi total parálisis de las ejecuciones de hipotecas (solo 5.600 subastas de propiedades en 2017 frente a más de 59.000 anuales antes de la crisis). Pero los socios de la zona euro, que se han convertido en los principales acreedores de Grecia con más de la mitad de su deuda pública, no se fían del todo y desean garantías sobre la continuidad de las reformas y de los ajustes.
Fuentes comunitarias señalan que habrá que buscar un equilibrio que tranquilice a los acreedores y que deje margen a Tsipras para anunciar el fin de la intervención europea. Y reconocen que no será fácil encontrar ese punto intermedio.
Por último, queda la incertidumbre de la reacción del mercado y de las agencias de calificación ante la perspectiva de que la República de Grecia, que ha suspendido pagos cuatro veces desde su fundación en 1829 (sin contar la reestructuración de 2012) vuelva a navegar en solitario sin ayuda de los socios europeos.
La estrategia comunitaria para convencer al mercado pasa por dotar a Atenas con un colchón de entre 17.000 y 20.000 millones de euros, creado durante el rescate, que le permita afrontar todos sus vencimientos hasta finales de 2019 o incluso principios de 2020.
Al final del programa quedará, además, un remanente de 27.000 millones de euros que se podrían utilizar para recomprar la deuda más antigua de Grecia y sustituirla por préstamos del fondo de rescate (Mecanismo europeo de Estabilidad), mucho más baratos.
Y el último empujón llegaría con las medidas de alivio prometidas por el Eurogrupo, que supeditarán la amortización de la deuda de Atenas con el MEDE a ciertas tasas de crecimiento, lo que garantiza la suspensión del reembolso si la economía griega descarrila de nuevo.
Si los astros se alinean y cuadran todos los planes, el 21 de junio podría iniciarse el último capítulo del drama griego. "Será un día histórico", pronostica Moscovici, "porque Grecia es el símbolo más potente de la crisis que ha superado la zona euro".
Atrás quedarán ocho años en los que Grecia ha perdido más de 300.000 habitantes en relación con 2011 (ha cerrado 2017 con menos población que en 2000 cuando cometió la osadía de incorporarse al euro), su PIB se ha reducido en un 25%, los pensionistas han sufrido una docena de recortes desde 2010 y algunos de los principales activos del país han pasado a manos de inversores alemanes (aeropuertos) o chinos (el puerto del Pireo).
El desastre también ha devorado a los dos partidos que se repartieron el poder y gran parte de la riqueza desde la instauración de la democracia en 1981. En las elecciones de enero de 2015, los socialistas (PASOK) quedaron en séptimo lugar, con menos del 5% de los votos y solo 13 escaños. Los conservadores (Nueva Democracia) resistieron algo mejor pero solo lograron un segundo puesto con el 28% de votos y 76 diputados.
La debacle del bipartidismo dio la victoria por primera vez a Syriza (36%), que en tres años dobló el número de diputados (hasta 149) y llevó al poder al primer gobierno de carácter radical en Europa. A los 40 años Tsipras se convirtió en el primer ministro de un Gobierno que desafiaba abiertamente a Bruselas. Y con Yanis Varoufakis como ministro de Finanzas prometía el final de las políticas de austeridad impuestas por la troika (CE, BCE y FMI).
El choque frontal entre Atenas y Bruselas se prolongó durante la primera mitad de 2015, tal vez el semestre más turbulento en la historia de la Unión Europea. La expulsión de Grecia de la zona euro llegó a aparecer, negro sobre blanco, en el borrador de un documento del Eurogrupo. Tsipras, acorralado, tuvo que elegir entre rendirse o dar un salto al vacío que podría haber llevado al país a una tragedia política y social tan grave como la vivida por el resto de los Balcanes tras la implosión de Yugoslavia.
La claudicación del primer ministro griego abrió el camino para un tercer rescate (julio de 2015) y facilitó una actitud relativamente más benévola del Eurogrupo. La troika saltó por los aires (el FMI ya solo figura de manera simbólica para tranquilizar al parlamento de Alemania), los irracionales objetivos de déficit se relajaron drásticamente y Tsipras fue aceptado como un líder fiable y menos problemático que los de otros socios incómodos como Polonia o Hungría.
Bruselas colma ahora de elogios al ejecutivo de Tsipras y Grecia se ha convertido en el símbolo involuntario de los graves errores cometido por el Eurogrupo en la gestión de la crisis de la zona euro. El presidente de EE UU, Barack Obama, que urgió a Europa, sin éxito, a resolver la crisis griega, inició en Atenas su última gira europea. Y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se fue hasta los pies de la Acrópolis para hacer uno de los discursos de mayor contenido europeo de su mandato. Macron describió en Atenas la década de crisis de la zona euro como "una guerra civil en el seno de Europa. "Es la historia de la década que se termina", aseguró Macron. "Una especie de guerra civil en la que hemos querido resolver nuestras diferencias". El 21 de junio, tal vez, se firme el armisticio.