La función social del intermediario crediticio
Las políticas de riesgos han impedido muchas veces buscar soluciones aclientes en dificultades
Años atrás he visto operaciones de crédito financieramente viables desechadas por los bancos por la tendencia imperante en el momento; y no lo fue por insensibilidad de las personas que se ocupaban de valorarlo; al revés: las personas en las oficinas bancarias han sufrido enormemente. Si no se pudo seguir adelante fue porque las políticas de riesgos de los bancos se convirtieron, en los peores tiempos de la crisis, en restricción crediticia casi total, y así, el scoring se volvía inapelable. En la era del supuesto reinado del cliente la crudeza de la crisis dejaba las cosas bien claras.
El tránsito desde la orgía crediticia que reventó en 2009 hasta el calentón de ahora no ha sido fácil, por todo lo que ha pasado entre medias, en que pasamos del infinito al cero sin solución de continuidad y que conviene no olvidar por mucho que esta pretensión sea vana. Y no sólo por la esencia del negocio bancario. Sobre todo, más bien, porque las políticas de riesgos impiden que se mire a los clientes a los ojos, es la barrera (acaso la trinchera) detrás de la que el director de oficina bancaria decía que no podía refinanciar, pese a que sabía que pagabas, que cumplías. Ellos no estaban autorizados a encontrar el resquicio, la viabilidad, porque el árbol de la crisis inmediata no dejaba ver el bosque del medio plazo, del inevitable fin de la tormenta.
Fue en esos años duros cuando pudimos evitar miles de desastres financieros familiares. Y me siento doblemente orgulloso de ello: en primer lugar, por haber sido capaces de hallar para muchísimas familias soluciones financieras que parecían imposibles. Y, además, porque nuestros valores y nuestra confianza en las personas que miran a los ojos a otras han sido el camino que elegimos para sobrevivir en un sector abonado para pícaros.
La cuestión es que muchísimas personas y familias que vieron que su banco era otro escalón de bajada hacia el abismo (al revés de lo que pretendían) nos llamaron. Y en la diferencia entre lo que la férrea política de riesgos no puede interpretar pero sí un estudio real y verdadero, calculadora en mano, ha estado la supervivencia financiera de miles de familias. Aquello que el scoring de un banco consideraba descabellado, nuestro planteamiento analítico le otorgaba la categoría de “estudiable”. Me refiero a personas de familias con un historial de pagos impecable, a quienes la crisis mermó sus ingresos pero que, pese a ello, jamás dejaron de cumplir con sus obligaciones de pago. Es el tipo de cliente que proporciona a un banco que no es el suyo un gran retorno a cambio de que les se lo explicásemos, caso por caso, operación por operación. Así fue, sencillamente, porque hasta entonces no había existido en el mercado de crédito un actor capaz de poner de manifiesto que el trazo grueso deja fuera de otra oportunidad a mucha gente que no solo lo merece, sino que se ha ganado con su esfuerzo y seriedad seguir con su vida. Si el sistema económico y social que nos hemos dado no sirve para eso, para no dejar solos a los que cumplen, no sirve para nada.
Ya en 2009, en lo peor de la crisis, entregamos a la entonces vicepresidenta económica Elena Salgado un plan para la implantación de la figura del intermediario financiero, que no era otra cosa que aplicar una experiencia, capaz de poner de acuerdo a personas y familias en aprietos con entidades financieras que no renunciaban a sus objetivos de beneficios, pero que no lo veían.
El plan era bueno porque, de hecho, habría podido evitar muchísimos desahucios; pero lo cierto es que, en mi opinión, más que urgencia por medidas aplicables había pánico político ante lo que se venía encima. Ese fue, verdaderamente, el momento en que fuimos conscientes del valor social de nuestra actividad: las familias con sus ingresos mermados, los bancos y cajas afrontando pérdidas inconcebibles por sus inversiones en activos inmobiliarios y los ministros corriendo por el Congreso como pollos sin cabeza. Debíamos buscar soluciones a las personas a la vez que se daban a los bancos. Por ese orden.
Ahora que la nueva Ley de contratos de crédito hipotecario viene a actualizar las reglas que regulan nuestro funcionamiento no dejo de pensar en esos tiempos sin otro criterio que el que seguimos entonces: mirar a la gente y percibir que estamos para convertir en tendencia nuestra manera de entender lo que podemos hacer por las personas. Porque sin esa función social no somos nada.
Luis Javaloyes es CEO de Agencia Negociadora