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Bruselas ya no pone pegas a la extrema derecha

Austria confirma la llegada al poder de grupos proscritos hasta hace poco por la UE La deriva de Viena pone en peligro las reformas de la zona euro que Macron pretende impulsar con Merkel

El candidato conservador a canciler de Austria, Sebastian Kurz, tras ganar las elecciones del 15 de octubre. REUTERS/Dominic Ebenbichler
El candidato conservador a canciler de Austria, Sebastian Kurz, tras ganar las elecciones del 15 de octubre. REUTERS/Dominic Ebenbichler

Las elecciones generales del domingo en Austria abocan, con toda probabilidad, a una coalición de los conservadores de Sebastian Kurz (ÖVP, del Partido Popular Europeo) con FPÖ, un partido fundado por antiguos nazis y que bajo el liderazgo del fallecido Jörg Haider se convirtió a principios de este siglo en un precursor del populismo ultranacionalista que se abre paso en casi todo el continente.

El ascenso de esas fuerzas resulta tan imparable que Bruselas ya no hace ningún aspaviento cuando rozan el poder o, como en el caso probable de Austria, se disponen a formar parte de un Gobierno de la UE. Este lunes, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, se ha limitado a felicitar a Kurz y a “desearle que forme un gobierno estable”, según el portavoz de la CE. Ni un aviso sobre sus probables aliados.

Hace poco más de 15 años, la formación en Austria de una coalición entre los conservadores y la ultraderecha de Haider desencadenó una grave crisis política en la UE que condenó a Viena durante un tiempo al ostracismo diplomático.

La colaboración del entonces primer ministro austriaco, Wolfgang Schüssle (ÖVP, del Partido Popular Europeo), con el partido de Haider (FPÖ) se interpretó como una concesión a postulados incompatibles con una construcción europea basada en la democracia, la libertad, el Estado de derecho y el respeto a los derechos humanos.

La Francia de Jacques Chirac, que ya veía por el retrovisor cómo se le acercaba el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen, lideró el castigo político a Schüssle, al que se intentó convertir en un paria político dentro de su propio partido europeo (el PPE). Bélgica, que fue uno de los países duros con Austria, ahora guarda silencio: en el gobierno belga depende del apoyo del partido ultranacionalista flamenco NVA. De modo que, el actual sucesor de Schüssle no corre ningún peligro aunque piensa repetir la alianza con la extrema derecha.

El joven Sebastian Kurz (ÖVP), que a sus 31 años parece llamado a convertirse en el primer ministro más joven de Europa, no oculta su intención de formar gobierno con el FPÖ tan pronto como este jueves se confirmen los resultados definitivos de las elecciones

La llegada del FPÖ al poder daría la puntilla a los llamados cordones sanitarios que los partidos tradicionales, a derecha e izquierda, pactaron hace años para no colaborar con formaciones cuyos valores estaban proscritos en la UE.

El dique se ha roto y formaciones de signo ultranacionalista, euroescéptico o abiertamente xenófobo forman o han formado parte de gobiernos en países como Bélgica, Finlandia, Polonia o Bulgaria. Un creciente listado al que podría sumarse Austria tras las elecciones del domingo, que han dado la victoria a los conservadores (con 31% de los votos), seguido casi con los mismos votos por FPÖ y la socialdemocracia (SPÖ).

Los partidos tradicionales también endurecen su mensaje a la vista del éxito electoral de los extremos

La resignación de Bruselas ante esas fuerzas contrarias al ideario europeo responde a distinto s motivos.

El primero, el innegable apoyo popular de unos partidos que copan un porcentaje elevado de votos en socios de la UE tan diversos como Holanda y Polonia, Finlandia e Italia, o Dinamarca y Hungría. “Las ideas populistas triunfan incluso en países de la zona euro que disfrutan una economía saludable, bajas tasas de paro y una calidad de vida elevada”, constata Inga Fechner, analista de ING, en su informe sobre las elecciones en Austria.

En segundo lugar, Bruselas ha observado con alivio que, una vez en el poder, la mayoría de esas formaciones matizan sus posiciones más duras sobre asuntos como la inmigración o la relación con la UE. Fue el caso de Auténticos Finlandeses, que llegaron a un gobierno de coalición con propuestas de ruptura de la zona euro y acabaron acomodados en un discurso mucho más conciliador.

El tercer motivo estriba en que las formaciones políticas tradicionales también han endurecido su tono en materias como la seguridad (la Francia de Macron apunta hacia un estado de emergencia cuasipermanente) o la gestión en la inmigración ilegal, capítulos tradicionalmente explotados por la extrema derecha.

La victoria a de Kurz en Austria se ha debido, en gran parte, a que su programa electoral era casi tan duro como el de FPÖ, lo que ha evitado una hemorragia de votos por el flanco derecho. Los estudios posteriores sobre el voto del domingo indican, de hecho, que los socialdemócratas han sufrido una fuga mayor de votos hacia la extrema derecha que los conservadores.

Populares y socialistas, además, cuentan en su seno europeo con¡ miembros que defienden postulados muy similares a los de los populistas, como es el caso de Viktor Orbán (PPE) en Hungría o Robert Fico (Socialista) en Eslovaquia. En esas condiciones, ninguno de los dos partidos puede echar nada en cara al FPÖ austriaco.

Bruselas, por tanto, parece dispuesta a aceptar que las fuerzas extremas forman ya parte inevitable del paisaje electoral. Este mismo viernes (20 de septiembre), las elecciones de en la República checa apuntan a otro éxito euroescéptico.

Los analistas, sin embargo, no observan con tanta tranquilidad el fenómeno. “A pesar de su fortaleza económica, Europa conserva una parte de riesgo político”, señala Stéphan Monier, jefe de inversiones en Lombard Odier. Y apunta, en concreto, “al alza de partidos de extrema derecha”, con la presencia de Alternativa para Alemania (13% en las elecciones del 24 de septiembre) como sombra más destacada.

Ha llegado la era del populismo aceptable

En los mercados inquieta, sobre todo, el impacto que el giro hacia posiciones extremas en países como Austria pueda tener en la renovación y fortalecimiento de la zona euro auspiciada por Emmanuel Macron. Para el presidente francés resulta imprescindible mantener el apoyo de Angela Merkel. La canciller alemana venció en las elecciones del 24 de septiembre, pero salió debilitada. Y este domingo, su partido (CDU) sufrió otro batacazo en las elecciones regionales de Baja Sajonia.

Macron y Merkel parecen convencidos de que la zona euro podría estallar si no se apuntala de manera adecuada para futuras crisis. Pero necesitan masa crítica entre el resto de socios y, elección tras elección, parecen en riesgo de perder aliados.

A favor de las reformas del eje franco-alemán juega, sin embargo, el hecho de que la eurofobia ha amainado incluso entre las fuerzas extremas. En Francia, el Frente Nacional empieza a recular en sus propuestas sobre salida del euro, a la vista de la impopularidad de esa idea. Y en Austria, el FPÖ no ha recurrido a la retórica antieuropea durante la reciente campaña.

“Las elecciones en Austria han mostrado que el populismo no está muerto y que la próxima fase es la de un populismo aceptable”, concluye la analista Inga Fechner.

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