Las fracturas del mercado de trabajo
Deben corregirse las desigualdades que afectan a la remuneración sin perder de vista el desempeño La recuperación corrige la grieta entre empleo y paro, pero la agranda entre los sueldos de júniors y séniors
El presidente Rajoy quiere convencernos a todos de que los 20 millones de empleos que prometió para el final de la legislatura podrían alcanzarse antes, en 2019. Llegar a superar la ocupación récord de 2008 (20,64 millones de empleos) costará algo más, pero tampoco parece inalcanzable.
Desde que en el invierno de 2013-2014 las cifras descendieron al subsuelo con 16,95 millones de empleos, se han recuperado 1,86 millones, la mitad de los 3,69 millones perdidos. En solo 13 trimestres España ha rescatado uno de cada dos empleos perdidos en los 23 aciagos trimestres de la recesión. La cruz de la moneda, el desempleo, ha tenido un comportamiento nominalmente similar: de los 4,5 millones de parados que generó la crisis (de 1,7 millones a 6,2), 2,36 millones han abandonado la condición de parados, un poco más de la mitad.
Como siempre pasa en las grandes crisis, la economía se transforma y las soluciones cambian la fisonomía de los mercados, incluido el del trabajo: los servicios tienen ahora más empleo que en el anterior récord cíclico, mientras la industria arrastra un elevado déficit de ocupación y la construcción sigue en un 40% de su máxima capacidad. Pero las fracturas del mercado se mantienen y, en muchos casos, intensificadas. Son los abismos que siempre han construido la desigualdad, incluso antes de la crisis, pero que en los últimos años han trenzado un renovado relato del fenómeno que ha echado profundas raíces y al que tienen que hacer frente los administradores públicos.
La economía abierta genera inevitablemente diferencias, pero cuando sus dimensiones se intensifican, los líderes de la sociedad deben combatirlas para construir mecanismos de convivencia más inclusivos. Algunas de las fracturas tienen remedio y otras son inevitables, porque el trabajo se reparte en un mercado cada vez más abierto en el que ni la oferta ni la demanda son lineales. Unas se arrastran desde hace décadas y otras solo son subsanables si se ponen los medios y se persevera durante décadas. Unas son comunes a todos los mercados laborales y de parecidas dimensiones y otras, tan autóctonas y castizas que precisan de remedios locales, o simplemente no tienen remedio. Unas han echado raíz al abrigo de una legislación muy particular que las protege y otras engordan con vicios culturales avivados por prejuicios ideológicos. Veamos.
1. Empleo, paro y subsidios. Es una fractura tan vieja como la economía española desde la crisis del petróleo de 1979, en la que cuatro quintas partes de los activos tienen empleo y el resto, no. Tal brecha llegó a tener dimensiones alarmantes en 2013 y 2014, con 6,2 millones de parados (¡el 26,94% de los activos!), pero ha comenzado a moderarse y ya ahora la tasa está en la media histórica: 17%. Aunque un razonable crecimiento de la economía pueda reducirla a niveles irrelevantes por la pasividad demográfica en los próximos años, cuesta creer que esta fractura se supere plenamente en España, donde siempre ha existido un paro estructural muy resistente a diluirse. De hecho, en 2007, con práctico pleno empleo, la tasa de paro estaba en el 8%, nada menos que 1,7 millones de parados.
Los colectivos con mayor dificultad para encontrar empleos fueron entonces y son ahora los de menor nivel formativo, entre los que el empleo ronda el 32%; entre los de estudios superiores la tasa de empleo llega al 71%, y entre la gente con estudios de grado medio es del 54%. Pese a disponer el país de una apreciable franja de actividades de poco valor añadido y con poca exigencia formativa (construcción, hostelería, actividad agraria, etc.), se produce un desplazamiento de colectivos de formación superior a la exigida hacia tales actividades, que expulsa a los menos formados.
La mayor manifestación de la fractura del empleo se manifiesta en la renta, puesto que las diferencias entre tener salario, prestación o nada son muy evidentes. Frente a los 18,8 millones de ocupados con renta regular, hay 1,9 millones de desempleados con una renta pública modesta (prestación o subsidio), mientras que cerca de otros dos millones de personas no disponen de ningún ingreso cuyo origen sea el trabajo o una prestación pública generada por él.
Los salarios de los júniors y de los séniors deben acercarse donde la productividad es elevada: industria y servicios intensivos en tecnología
2. El valor de la formación. La educación tiene un efecto determinante en el empleo, pero tiene también mucho que ver con los niveles de renta alcanzados a través del trabajo. El desempleo entre los niveles más elevados de formación es prácticamente inexistente en condiciones normales, mientras que duplica la media entre la gente sin estudios. En cuanto a la remuneración, mientras que los asalariados con estudios secundarios están en la media del mercado, quienes no tienen estudios están en un 68% de la media, mientras quienes son universitarios están en un 127% y por encima del 150% los ingenieros superiores y doctorados.
3. Fractura generacional y salarial. Es un fenómeno que ha existido siempre por armonioso que fuese el relevo de la fuerza laboral, pero la crisis ha supuesto una inflexión antes manifestada de forma más modesta: las nuevas generaciones entran en las empresas con remuneraciones notablemente inferiores y se observa una resistencia renovada a la igualación. Los excesos practicados antes de la crisis con los costes salariales, arborescentes como la revalorización artificiosa de la vivienda, han provocado que la recuperación se construya sobre una reducción de los costes (una devaluación salarial ante la imposibilidad de devaluación monetaria), y que el ritmo de ganancia de competitividad solo pueda mantenerse a costa de unos salarios bajo control.
Desde 2013, cuando el empleo empieza a resucitar, los salarios de entrada en las empresas están un escalón por debajo de los de la plantilla consolidada, a modo de una doble escala salarial no reconocida en convenio, y prácticamente están estancados desde entonces, lo que provoca que la brecha entre ellos y los de los trabajadores ya instalados se abra por el doble juego divergente de los deslizamientos en sueldos medios y altos y competencia bajista en los modestos y los de entrada.
En la última encuesta de salarios del INE, el porcentaje de asalariados que cobra menos de dos veces el salario mínimo es del 18%, una proporción creciente, pues en 2012 era de solo un 17%. La encuesta de salarios revela también que mientras que los colectivos de menos de 29 años están en torno al 65% del salario medio, quienes superan los 40 años sobrepasan la media, y los asalariados de más de 55 años tienen una remuneración que es el 120% de la media. Eso sí: los diferenciales de las edades más elevadas también se han estrechado un poco en los dos últimos años.
Combatir este fenómeno, cuyo avance pondría en peligro la recaudación tributaria, el sostenimiento de los servicios públicos y el Estado de bienestar en el medio plazo, exige un compromiso en el que participen todos los agentes sociales y en el que se muevan a la vez palancas fiscales, salariales y formativas. Tiene sentido que los sueldos de los jóvenes que consolidan su posición en las plantillas suban más deprisa que el resto, entre otras cuestiones porque cuesta creer que, al menos en las empresas industriales y de servicios de alta calidad, los júniors no aporten un trabajo más productivo que el de los séniors. A fin de cuentas, acoplar las alzas salariales y los salarios mismos a la productividad es la regla de oro de unas relaciones industriales modernas y justas, pero ello supone que habrá una serie de actividades en las que los salarios más bajos de los júniors tendrán que seguir siéndolo hasta que el relevo generacional atempere o elimine las diferencias. Los sindicatos han armado un discurso coherente sobre la desigualdad, pero su tesis en la negociación salarial no hace distingos en las subidas, e intensifican tal lastre.
La brecha de sueldos por hora entre los hombres y las mujeres se ha reducido en los últimos años y es inferior que en Francia o Alemania
La edad marca una falla adicional muy gráfica en el mercado laboral en España: la tasa de paro de los jóvenes siempre duplica de manera sobrada la media nacional, algo que ocurre de forma más grave en otros países europeos, como Italia o Francia, y que debe combatirse intensificando fórmulas que combinen formación con empleo en las empresas, en colaboración con las universidades, además de un sistema de formación profesional integrado en el sistema productivo, tal como el alemán. Ensartar tales mecanismos seguramente abrirá temporalmente la brecha salarial entre júniors y séniors, pero reducirá notablemente el paro juvenil. En los últimos años, la tasa de paro juvenil se ha reducido más rápidamente que la media, y más intensamente entre los parados de larga duración. Ahora el desempleo de los cabeza de familia es del 13,8%, mientras que la de los hijos es del 30,6%.
4. Las dos Españas. Aunque se trate de una imagen demasiado manoseada e injusta, en el mercado laboral hay dos Españas. Cuatro comunidades (Andalucía, Extremadura, Canarias y Castilla-La Mancha) tienen una tasa de paro media del 24,38% según los últimos datos de la EPA, mientras que el resto de España tiene una tasa media del 14,21%. Incluso en el extremo más virtuoso del mercado, Aragón, Baleares, Navarra, País Vasco y La Rioja tienen un paro del 11% o inferior. Este fenómeno, que podría ser más radical si se excluye la participación del sector público, no es nuevo, y tiene raíces muy profundas en la estructura de la propiedad, en el arraigo industrial, en el emprendimiento de sus gentes y en los desincentivos públicos al trabajo.
5. Precariedad contractual y jornada. Ya en 1984, cuando se puso en marcha el contrato temporal, se confiaba en tal mecanismo para europeizar la legislación y los niveles de ocupación. Pero, 32 años después, la temporalidad se ha instalado en tasas superiores al 25% (ha oscilado entre el 21,9% y el 34,6%) y España sigue doblando el paro de Europa. Si la crisis hizo la corrección con el empleo temporal, la recuperación se construye en buena parte con la misma herramienta. Algo debe tener aún el contrato fijo que los empleadores lo desprecian ante el temporal; algo ocurre cuando uno de cada cuatro ocupados es temporal mientras que la actividad de temporada no supera el 15%. ¿Será el coste salarial, el de despido? ¿Será la protección judicial, la burocracia?
Además, el 15,2% de los ocupados lo es a tiempo parcial, un nivel estabilizado en los últimos años. Tiene la ventaja de la racionalización horaria, pero la desventaja de una remuneración inferior. La falla se agrava para los colectivos involuntariamente atrapados a la vez en la temporalidad y la parcialidad.
6. La pertinaz brecha de género. Las dimensiones de la demanda de trabajo son similares entre hombres y mujeres, con tasas de paro parecidas, aunque más elevada entre las féminas. La recuperación de los últimos años, sin embargo, ha sido más generosa con los hombres, pues ya solo queda un 56,6% de parados que lo eran en 2013, mientras que entre las mujeres siguen sin empleo el 69% de las que no lo tenían entonces. En materia de remuneración, medida como diferencia en salario por hora, la brecha en España es ahora del 14,9%, frente al 18,1% de 2007, y es España el país que más la ha reducido. Además, es inferior a la francesa, alemana o británica, según Eurostat.