La UE se propone explotar el error histórico de Trump
La industria europea confía en aprovechar el hueco que deje EE UU en un mercado verde en expansión Francia se ofrece como destino de las empresas limpias que abandonen el territorio estadounidense
Donald Trump se ha equivocado de siglo en materia medioambiental y Europa confía en sacar beneficio de su craso error. La salida de EE UU del Acuerdo de París puede abrir un hueco en el mercado que la industria europea, embarcada ya en una plena modernización, espera aprovechar en detrimento de los competidores anclados en el siglo XX.
“La UE debe mantenerse plenamente comprometida con el Acuerdo de París”, pidió el viernes la patronal europea, BusinessEurope. Un gesto que deja claro el giro dado por unas empresas que hace sólo 10 o 15 años observaban con mucha cautela cualquier compromiso ambiental por miedo a perder competitividad.
El escenario ha cambiado para abrir una inmensa oportunidad de negocio, que ya no se circunscribe a algunos países nórdicos o a las economía más avanzadas.
Islas tan pequeñas como Cabo Verde o Samoa se han propuesto un objetivo de electricidad 100% renovable en 2025 al mismo tiempo que un gigante como India aspira a instalar 100 Gigawatios de energía asolar y 60 Gigawatios eólica antes d 2022, según datos recogidos por laAgencia Internacional de la Energía (AIE).
La tecnología europea, puntera en esas ramas, contempla el nuevo e inmenso mercado como una gran oportunidad que no parece que vaya a desaparecer con la decisión de Trump.
El sector financiero, aparentemente alejado de los acuerdos sobre el clima, también figura como uno de los grandes interesados en la transición industrial y energética. El Acuerdo de París prevé la movilización de unos 100.000 millones de euros al año en capital público y privado para ayudar a los países emergentes a cumplir sus objetivos voluntarios sobre reducción de emisiones. Y la “descarbonización” de las futuras infraestructuras de transporte o energía requerirá una inversión adicional de unos 300.000 millones de euros al año hasta 2030.
Bancos y aseguradoras se perfilan como uno de los canales privilegiados de esa financiación. De ahí, que entre las reacciones en contra que ha cosechado Trump figuren grandes nombres de Wall Street, con el banco de inversión Goldman Sachs a la cabeza.
La emisión de bonos verdes (títulos de deuda como cualquier otro pero ligados a proyectos positivos para el medioambiente) se ha multiplicado por ocho entre 2012 y 2015, según datos de un reciente informe del gabinete de análisis del Tesoro francés. EE UU, según la misma fuente, lidera el mercado de bonos verdes con el 27% de las emisiones de deuda. Per Francia le pisa los talonee con un 21% y, sin duda, intentará copar una cuota mayor.
“EE UU ha dado la espalda al mundo”, lamentóó el presidente francés, Emmanuel Macron, poco después del anuncio de la Casa Blanca. "Creo que [Trump] ha cometido un un grave error para los intereses de su país y de su pueblo", resumió Macron.
El negocio verde mueve millones en un planeta en el que China instala una media de dos turbinas eólicas por hora.
Macron, incluso se permitió lanzar la primera oferta de trabajo para los posibles damnificados por Trump. “A todos los científicos, ingenieros, empresarios, ciudadanos comprometidos, decepcionados por la decisión de Trump les quiero decir que en Francia encontrarán una segunda patria”, tentó Macron desde el Elíseo.
Algunas voces reclaman represalias comerciales contra EE UU, con gravámenes a su producción más contaminante. Esa vía parece poco probable en el marco actual de la OMC. Pero sin llegar a esa batalla, muchas empresas y administraciones de EE UU ya se han desmarcado de una posición de la Casa Blanca que consideran equivocada y contraproducente para la economía del país.
La primera señal del error cometido por Trump es la tremenda soledad en que se ha quedado EE UU tras anunciar que abandona el Acuerdo contra el cambio climático, una decisión que, en todo caso, no podrá consumar hasta 2020.
En la era del Protocolo de Kioto, el mero anuncio de Washington hubiera provocado una estampida y socavado el acuerdo sobre limitación de emisiones. Pero en 2017, la lucha contra el cambio climático ha dejado de ser sólo una reivindicación ecologista para convertirse también en una tendencia económica que ha cambiado los modelos de producción, la prestación de servicios y la mentalidad del consumidor.
Lejos de plantearse la marcha atrás que preconiza el anacrónico presidente de EE UU, la mayoría de los países, incluidos los emergentes como China, y multitud de empresas, incluidas las estadounidenses, apuestan por una economía verde igual de lucrativa o más que la de carbón y petróleo pero menos contaminante y con menos emisiones de CO2.
La segunda señal del histórico patinazo de Trump llegó el viernes en la cumbre de la UE y China celebrada en Bruselas. El gigante asiático, que ni siquiera formó parte del Protocolo de Kioto, aprovechó la cita para ratificar su compromiso con el Acuerdo de París pactado en diciembre de 2015, a pesar de que las diferencias comerciales entre Bruselas y Pekín impidieron la firma de una declaración conjunta como estaba prevista.
El primer ministro chino, Li Keqiang, no apoya el Acuerdo por altruismo. China supone ya el 40% de la nueva producción de renovables en el mundo y en 2015 se instalaron dos turbinas eólicas cada hora del año, según el último informe de la AIE.
La AIE ha revisado al alza un 13% su previsión de crecimiento de la producción mundial de energías renovables hasta 2021. El organismo augura que en 2017 se producirá, por tercer año consecutivo, una caída sin precedentes de la inversión en gas y petróleo. Al mismo tiempo, la inversión en renovable, que ronda los 300.000 millones de euros al año, aumentará con el mismo dinero un 33% su capacidad de producción, gracias, en gran parte, al drástico abaratamiento de las instalaciones eólicas y solares.
Trump, por último, ha exagerado, probablemente de manera deliberada, el carácter vinculante del Acuerdo de París. A diferencia de Kioto, el Acuerdo permite que cada país fije sus propios objetivos y solo se pide que cada cinco años endurezcan su plan, pero en la medida en que lo consideren factible.
Esa flexibilidad ha permitido que 147 de los firmantes en París hayan ratificado ya el Acuerdo, lo que supone casi el 83% de las emisiones del planeta (incluido el 17% de EE UU). Kioto fue firmado en 1997 por 38 países desarrollados. Y tras la negativa de EE UU a ratificarlo y la retirada de Canadá, los países del Protocolo sólo representaban el 24% de las emisiones del planeta.
Trump ha decidido romper unilateralmente con un Acuerdo global que encauzaba una tendencia económica que Europa juzga “irreversible”. El tiempo (y el clima) dirán quién tenía razón. Pero todo indica que Trump ha metido la pata al reaccionar en el siglo XXI como si estuviéramos en el XX.
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