Trump: ¿una América grande de nuevo?
El nuevo presidente aboga por una reforma fiscal que reduzca el impuesto de sociedades para dejarlo en una tasa del 15%
En estas fechas que rodean San Valentín parece lógico preguntarse hasta cuándo durará el flechazo entre Donald Trump y sus votantes.
A este lado del Atlántico, tras ver a Trump en campaña, algunos esclarecedores vídeos de su desprecio a las mujeres o sus constantes tuits nos cuesta entender que recibiera más de 62 millones de votos. Para entenderlo, hay que adentrarse, entre otras cosas, en la realidad económica de Estados Unidos.
Si bien es cierto que la economía de Estados Unidos crece desde 2010 y que la tasa de paro está por debajo del 5%, la realidad es mucho más compleja y sobre todo desigual. Según un reciente estudio académico, un 85,1% del incremento de renta generado entre los años 2009 y 2013 ha ido a parar a tan solo un 1% de la población, el 1% más rico. El crecimiento de los salarios, si bien positivo, muestra una tendencia a decrecer en los últimos años; la deuda de las familias en tanto por ciento del PIB es prácticamente el triple que a principios de la década de los sesenta, y como Trump no deja de recordar con su America great again, el empleo en la industria ha caído de cerca del 25% en los años setenta a menos del 10% en la actualidad. Una parte muy importante de la población de Estados Unidos no ve en qué le puede haber beneficiado la globalización y teme por su futuro y por el de sus hijos.
Nada que decir sobre el diagnóstico, pero desde luego, sí sobre las soluciones. Es evidente que no todas las propuestas de la Administración Trump son descabelladas sin más. La reducción que ha prometido en la cantidad de legislación y burocracia es algo que muchos reclaman en Europa y una de las quejas constantes de los británicos euroescépticos, la inflación de regulación puede tener claros efectos negativos.
"El comercio mundial puede resentirse del cambio de acuerdos multilaterales y el efecto sobre el crecimiento económico mundial puede ser claramente negativo"
Sin embargo, su visión de la economía internacional es preocupante. Es cierto que el peso del empleo en la industria ha caído, al igual que en todo el mundo desarrollado, pero culpar de ello a las importaciones chinas o mexicanas es una simplificación del problema que llega a rozar el esperpento. Aplicar tarifas del 30% o el 40% a las importaciones de México o China supondrá, con seguridad, precios más caros para el consumidor americano, sin garantía de que ello permita crear más empleo neto. Además, es esperable que otros países actúen de forma recíproca y dificulten las exportaciones de las muchas empresas norteamericanas que sí son competitivas, como Apple, Ford, Pfizer o Johnson and Johnson, entre otras. El comercio mundial puede resentirse del cambio de acuerdos multilaterales de comercio por otros bilaterales que tardarán años en negociarse, y entre tanto el efecto sobre el crecimiento económico mundial puede ser claramente negativo.
En el plano interno, Trump aboga por una reforma fiscal que reduzca el impuesto de sociedades en cerca del 50% para dejarlo en una tasa del 15%. Es evidente que una tasa impositiva baja sobre los beneficios empresariales puede alentar la localización de empresas, como el caso de Irlanda muestra claramente, pero las dimensiones y estructuras de estas economías no son comparables. Además, uno de los grandes problemas de Estados Unidos es su tendencia crónica al déficit público. Desde 2002, ningún año el Gobierno federal ha sido capaz de obtener superávit, y esta medida de Trump no ayudará.
La deuda pública de Estados Unidos como porcentaje del PIB ha pasado de cerca del 60% a superar en la actualidad el 100%. La reducción de ingresos difícilmente irá acompañada por una reducción del gasto, y más con un presidente que ha comentado que considera que gastar un 3% del PNB en defensa le parece poco y que dicho porcentaje debería subir al 6,5%; curioso cuando Estados Unidos ya gasta en defensa cuatro veces más que China o diez veces más que Rusia. Estas políticas recuerdan en parte a las que ya aplicó Ronald Reagan. Unas medidas que, desde el punto de vista de las finanzas públicas, fueron claramente negativas.
En conclusión, aunque deben valorarse sus medidas de forma individual, parece poco probable que realmente vayan orientadas a ayudar a aquellos que han confiado con sus votos en que, ahora sí, el American great again sería beneficioso para ellos.
Pedro Aznar es profesor de Economía de Esade Business and Law School.