Trump: de la islamofobia al caos
Bush y Obama trataron de disociar islam y terrorismo, pero no articularon propuestas de paz coherentes para Oriente Medio
Viaje a Estados Unidos mientras todavía se lo permiten”. El anuncio, publicado recientemente por los rotativos de Amman, formaba parte de una agresiva campaña publicitaria de Royal Jordanian, compañía de bandera del reino hachemita, que se adelantaba, en clave de humor, a la orden ejecutiva de la Casa Blanca que prohíbe la entrada en suelo americano a titulares de pasaportes sirios, iraquíes, libios, somalíes, sudaneses, yemeníes e iraníes. Aquellos en los que el empresario-presidente no tiene intereses económicos. La controvertida decisión de Trump no afecta, al menos por ahora, a los ciudadanos de Egipto, Arabia Saudí, Líbano, Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Turquía. Aunque la orden ejecutiva haya sido suspendida por un juez estadounidense, la medida abrió viejas heridas.
Recordemos que después de los atentados del 11S, el mundo musulmán acusó a la Administración Bush de llevar a cabo una política antiárabe. Los asesores de la Casa Blanca tuvieron que rectificar: no se trataba de censurar al islam, sino de condenar la actuación de los islamistas. Sin embargo, se les olvidó añadir la palabra radicales.
Tanto George W. Bush como Barack Obama trataron de disociar –por razones tal vez diametralmente opuestas– las palabras islam y terrorismo. El republicano fue aconsejado por sus asesores, vinculados a los intereses de las grandes compañías petrolíferas. Por su parte, Obama pecaba por su incomprensible buenismo, actitud que generó roces con algunos gobernantes árabes. Ninguno de los dos fue capaz de articular propuestas de paz coherentes para Oriente Medio. Ninguno de los dos logró granjearse la simpatía de las partes en el conflicto. ¿Y Donald Trump?
"El veto de EE UU afecta a los ciudadanos de países en los que no tiene intereses económicos"
Para la monarquía saudí, que acogió con satisfacción la llegada del multimillonario a la Casa Blanca, confiando en que Trump dejará de coquetear con el régimen de los ayatolás de Teherán o de apoyar los movimientos revolucionarios mimados por Obama, el presidente Trump se torna en un aliado bastante molesto. Las conflictivas medidas adoptadas durante los primeros 10 días de su mandato han generado reacciones adversas en el mundo musulmán.
Mientras la Organización de Cooperación Islámica, con sede en La Meca, estima que la ordenanza de Trump afecta de manera injusta a los refugiados, favoreciendo el discurso de los extremistas, partidarios de la violencia terrorista. El monarca saudí, Salman bin Abdul Aziz al Saud, trató de persuadir al inquilino de la Casa Blanca sobre la necesidad de crear “zonas de seguridad” para las poblaciones desplazadas en los confines de Siria y Yemen. En ningún momento se aludió a la posibilidad de acoger refugiados en suelo saudí. ¿Escasez de infraestructuras? No, en absoluto: falta de voluntad política.
El presidente egipcio, Abdel Fattah al Sisi, primer mandatario árabe que felicitó a Trump tras su elección, instó al presidente norteamericano a reconsiderar la decisión de trasladar la sede de la Embajada de Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén. Idéntico fue el mensaje transmitido por el rey Abdallah II de Jordania, uno de los primeros dignatarios recibidos en la Casa Blanca. Conviene señalar que la monarquía jordana ostenta la custodia de los santos lugares musulmanes jerosolimitanos.
Inquietud y desconfianza son las palabras que acompañan el discurso de los políticos yemeníes o los nacionalistas kurdos, quienes contaban con el apoyo de Washington para la materialización de su proyecto independentista.
Para el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, valedor del candidato republicano a la Casa Blanca, el discurso del empresario-presidente tiene connotaciones “molestas”. Más directa y sincera ha sido la reacción del primer ministro Binali Yildirim, quien criticó abiertamente la iniciativa de Trump de edificar un muro en la frontera con México: “Se puede construir un muro, pero no es esta la solución. Los muros se pueden derribar, al igual que el Muro de Berlín”.
Los palestinos acogieron con estupor el nombramiento de Jared Kushner, yerno de Trump, en el cargo de negociador del proceso de paz con los israelíes. La familia de Kushner, judío ortodoxo, tiene intereses económicos en los territorios ocupados. En esas circunstancias, la objetividad resultaría más que hipotética.
¿Objetividad? La mayoría de los analistas coincide en que la islamofobia se ha convertido en el eje de la política de Trump contra el terrorismo. La islamofobia, es decir, el deseo de relacionar forzosamente en islam con el terrorismo, surge en los círculos conservadores estadounidenses tras los atentados del 11S. Basada en el concepto del choque de civilizaciones elaborado por Samuel Huntington, la islamofobia desarrolla la teoría de que la lucha contra el islam puede implicar la intervención armada, la aplicación de los métodos de lucha elaborados por Israel, el apoyo a los regímenes autocráticos árabes, la legalización de la tortura, la limitación de la libertad de movimiento de los musulmanes, la limitación de los derechos y libertades fundamentales, que acompañarían la introducción de medidas securitarias en el mundo occidental.
"Trump ya se pronunció en campaña a favor de prohibir el ingreso de los musulmanes en el país"
Conviene recordar que el propio Trump se pronunció durante la campaña electoral a favor de la prohibición total del ingreso de los musulmanes en Estados Unidos, alegando que el islam es radical y que, a la hora de la verdad, “no sabemos quiénes son los musulmanes que quieren entrar en el país”.
Los asesores del presidente, Stephen K. Bannon, Michael Flynn, Jeff Sessions, Frank Gaffney, John Bolton, etc., defienden las tesis de Huntington y aplauden las recientes medidas de Trump, que se inscriben, según ellos, en la “larga historia de la civilización judeo-cristiana de lucha contra el islam”. Para Flynn, “Occidente, y de manera especial, América, es más civilizada y respeta más los valores éticos y morales”. “Estamos en guerra; en una guerra global”, asegura Stephen K. Bannon, la eminencia gris de la Casa Blanca, que muchos no dudan en tachar de racista y antisemita.
Para Asma Afsaruddin, profesora de Estudios Islámicos en la Universidad de Indiana y directora del Centro para el Estudio del Islam y la Democracia, las decisiones de Donald Trump son susceptibles de generar un enfrentamiento entre musulmanes y la cultura occidental. En pocas palabras: el caos está servido.
Adrián Mac Liman es analista político.