La nueva sociedad americana que encontrará Trump
Hay una América joven que busca oportunidades y otra envejecida que tiene miedo al futuro. Una minoría es mucho más rica y otra es, mayoritariamente, más pobre y sin esperanza.
La victoria de Donald Trump sorprendió a muchos. La noticia fue un shock para las Bolsas, jefes de Estado y ministros de exteriores de países europeos, votantes demócratas, políticos de todo el mundo, medios de comunicación e, incluso, para los propios votantes de Trump.
Los terremotos suceden bajo tierra y sus efectos devastadores se sienten en la superficie. Lo ideal es identificar al terremoto antes de que ocurra. En el caso del “terremoto Trump” nadie lo vio venir: nos acostamos con encuestas que nos decían que Clinton ganaría. En 2008, se vino abajo la inevitabilidad de la victoria de Clinton (“la mejor preparada, más conocimiento…”). Pero apareció, de repente, Obama y tiró por tierra esa inevitabilidad de que Bill Clinton había imbuido a su mujer. ¿Por qué? Porque la sociedad americana había cambiado: en su composición, en sus principios, en su demografía, en sus variables socioeconómicas.
En sociología económica tenemos comprobado –como en la economía del comportamiento– que cada 8/10 años se producen cambios sistémicos en una sociedad. Mientras suceden, no nos damos cuenta. Pasado el tiempo y, cuando ocurren terremotos (victoria de Trump), es cuando nos preguntamos qué ha pasado y por qué. En 2008, la sociedad americana había cambiado, tras los atentados del 11S y la presidencia de Bush Jr., Obama captó los signos de los tiempos y ganó. Hillary fue asesorada por personajes de la época de su marido que tenían una mentalidad anticuada. Como ahora.
En 2016, la América que deja Barack es distinta de la que heredó. No es baladí que un afroamericano, muy inteligente, abogado constitucionalista, cuya preocupación es la economía y el cambio climático, haya sido presidente. Obama ha cambiado el tablero de juego sociológico norteamericano, enfadando al 70% de la población, que dice no estar de acuerdo con la dirección que toma el país. Economistas como Joseph Stiglitz y Paul Krugman aprecian, por ejemplo, que, el fenómeno conocido como “clase media” –protagonista socioeconómico de América entre 1946 y 2001– ha desaparecido. El nuevo milenio, con la globalización, las nuevas tecnologías, el protagonismo de los países emergentes, etc, ha cambiado el papel de América en el mundo.
A peor, piensan muchos americanos, porque creen que han perdido la primacía de única superpotencia: Trump se encuentra con una población que, económicamente, ya no es mayoritariamente de clase media; está “depre” porque chinos y rusos les desafían, piensan que las tropas se retiraron sin honor de Iraq y Afganistán; con ingresos anuales, hoy, de 56.000 dólares de media, como hace 10 años; con salarios por hora muy bajos y trabajos cada vez más precarios.
Muchos norteamericanos culpan a “la globalización que inventaron los demócratas” de que mineros y metalúrgicos pierdan el empleo; que la manufactura de coches y ordenadores se traslade a China, por tener costes laborales más baratos. Los norteamericanos son gente paciente, excepto cuando les tocan el bolsillo. Y la Gran Recesión (2007-2009) dejó a muchos millones de trabajadores fuera de juego, aunque Obama haya creado 15 millones de empleos. Hoy, en Norteamérica, estar en el paro seis meses es quedarse para siempre –hipérbole– sin trabajo.
Antiguamente (años ochenta del siglo XX), los hombres blancos eran mayoría y dominaban todas las esferas de la sociedad. Hoy, la mujer reivindica sus derechos en el hogar, la empresa y la comunidad. El blanco se siente agredido por los programas de afirmación positiva para los afroamericanos. El negro sigue viviendo en guetos y es objeto de persecución policial en todo el país. En 21 ocasiones durante la presidencia de Obama, jóvenes afroamericanos han sido ametrallados por la policía, que, en Norteamérica, se siente amenazada y paranoica.
En agosto de 2014, tras los sucesos de Ferguson, los afroamericanos protagonizaron protestas violentas que les alejaron del partido demócrata: aunados bajo el movimiento “Black lives matter”, el negro no se siente identificado, ni con Bernie ni con Clinton. Ante la ausencia de un candidato negro, han vuelto a la apatía electoral, dejando en el aire, en esta elección, a Hillary. Y los negros son el 12% del electorado…
Trump encontrará una población hispana que, “el hombre blanco” considera como un todo uniforme (falso). Que un tercio de hispanos haya votado a Trump se explica porque 24 millones de latinos se sienten –son– ciudadanos norteamericanos y no quieren que entren más inmigrantes de Hispanoamérica en el país. Otros 25 millones de latinos luchan por integrarse, trabajan tres turnos diarios y hacen los trabajos que ni negros ni blancos desean.
En Las Vegas hay 2,5 millones de camareros, cocineros, basureros…: hispanos que sirven a blancos y negros por igual, quienes juegan y se alojan en hoteles de lujo. Ni hablo de los 11 millones de ilegales. Los cubanos son caso aparte, cuya obsesión es acabar con los Castro. El hispano no integrado se arrima al sol que más calienta, sea demócrata o republicano. Y, en caso de duda, tiene la religión católica para orientarle en su voto. La apuesta de Hillary por el aborto ha echado para atrás a mucho latino católico, que se ha arrojado en los brazos de Trump.
La religión, que no ha sido objeto de discusión electoral, ha estado muy presente. Por eso, Trump, que ha conseguido el apoyo de todos los líderes protestantes, calvinistas y evangélicos, no ha parado de repetir: somos “one nation under God”, cosa que los líderes demócratas ni han intuido. Trump se encontrará con una mayoría social silenciosa…, porque está rezando. Y que adora a los militares y a los veteranos de guerra.
Trump no encontrará la América de la que habló Obama en 2008, unida por los mismos ideales de los padres fundadores. Hay dos Américas para todo: progresista y conservadora, herencia de la Guerra Civil cuyas heridas están muy abiertas, especialmente en el Sur. Generacionalmente, hay una América joven que busca oportunidades y otra envejecida que tiene miedo al futuro que le queda. Una minoría es mucho más rica que nunca y otra es, mayoritariamente, más pobre y sin esperanza. Las minorías raciales no ven progreso y eso les enfada, como a los blancos, que ven que sus privilegios están desapareciendo, en el Sur, el Centro y las zonas rurales. Los varones –machistas en la “América profunda” y que hablan como Trump de ciertos temas– sienten que se quedan atrás: las mujeres piensan que no avanzan ni progresan.
Hollywood, fundamentalmente, muestra la América sofisticada de Los Ángeles y Nueva York. Muy raramente aparece la América rural, blanca, protestante y fervorosa, con bajos ingresos (22.000 dólares por familia/año) y que, según hemos visto en los mapas electorales del 9 de noviembre, es mayoritaria en América. La Norteamérica rica, culta, cosmopolita y sofisticada, es una minoría progresista y liberal que vota demócrata y vive de inversiones.
Trump ha apelado al trabajador blanco mayor de 45-65 años, rural o urbano, que no quiere trabajar, pero no puede retirarse, a los padres y madres trabajadores, para quienes Obamacare es una carga y están sobrepasados por el cuidado de los hijos y las exigencias del trabajo. Trump encontrará una mayoría social que quiere un ejército fuerte, que desconfía de los musulmanes, que no cree en el cambio climático, odia la diversidad racial, religiosa y social, ama las armas de fuego y desconfía del Gobierno. El 70% de los estadounidenses toma antidepresivos.