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El Foco
Tribuna
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I+D+i, una sigla que confunde

Se trata de dos realidades distintas que tienen en común su razón de ser en el conocimiento

Thinkstock

Hay una amplia coincidencia en que después de esta crisis se impondrá en todo el mundo la economía del conocimiento, por esto sería muy conveniente resolver cuanto antes la confusión que se manifiesta en muchos discursos públicos y privados sobre conceptos tan elementales como I+D o innovación

Antes de que a los españoles se nos ocurriera la sigla I+D+i, hablábamos poco, pero de forma separada, de I+D y de innovación. Dos realidades distintas que tienen en común su razón de ser en el conocimiento. Siguiendo los criterios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la I+D se refiere a las actividades desarrolladas tanto por organizaciones públicas como privadas, destinadas a generar nuevo conocimiento. Y la innovación, al conjunto de acciones emprendidas por las empresas, con la finalidad de llevar al mercado nuevos o mejorados bienes o servicios, y una de estas acciones puede ser su propia I+D. La OCDE ha impuesto metodologías distintas para la medida de los esfuerzo que sus países dedican a la de I+D (Manual de Frascati) y a la innovación (Manual de Oslo).

Las diferencias entre I+D e innovación están tanto en su forma de desarrollarse como en los condicionantes que deben concurrir para que fructifiquen y, por supuesto, en lo que se refiere a sus políticas públicas de fomento. La primera se desarrolla en un contexto de aprendizaje, donde la prueba y el error y la excelencia son los exponentes de estos trabajos. La segunda corresponde al ámbito empresarial, donde prima la eficiencia y la relevancia económica.

La actividad de I+D está condicionada por el talante indagador de sus agentes, que puede ser fácilmente orientado por la disponibilidad de recursos. Su motivación es ofrecer a la sociedad más y mejor conocimiento. La innovación está determinada por las prioridades del mercado en el que van a competir los bienes y servicios innovados. La generación de beneficios económicos es el verdadero motor de la innovación.

"Una tecnología cuya creación es su objetivo tiene un margen de validez cada día más corto”

Pero seguramente donde hay una mayor diferencia es en las políticas necesarias para su impulso. El fomento de la I+D solo exige la disponibilidad de recursos en cantidades aprovechables por el talento implicado, y por tiempos suficientemente largos para que este talento se exprese. La política de I+D tiene dos componentes, que es muy conveniente diferenciar: la política científica y la política tecnológica. Para la política científica, la única precaución a tomar es que los recursos no fluctúen sin criterio, ya que todo abandono del trabajo supone inevitablemente un retroceso relativo, porque el colectivo investigador mundial nunca deja de progresar. El ámbito de la investigación de calidad es tan competitivo que solo los excelentes pueden sobrevivir en él. Todos los países que han dedicado tiempo y recursos de manera continuada a su política científica han tenido éxito. Precisamente, uno de los que lo han experimentado en fechas recientes ha sido España. La reducción de recursos mantenida en estos últimos años puede hacer peligrar lo conseguido.

La política tecnológica tiene, por el contrario, un gran peligro. En el momento actual, una tecnología cuya creación es su objetivo tiene un margen de tiempo de validez cada día más corto, pasado el cual se hace obsoleta. La política tecnológica debe asumir un doble objetivo, por una parte impulsar la creación de tecnología y, por otro evitar que se cree aquella que no tendrá lógicas posibilidades de aplicarse, a través de la innovación, en el entorno económico que financia esta política. La americana National Aeronautics and Space Administration (NASA) es un buen ejemplo de quien puede hacer política tecnológica. Conoce sus problemas y asegura su aprovechamiento, en caso de éxito.

El fomento de la innovación, la política de innovación, es todavía más difícil. Muy pocos países lo han abordado con éxito y muchos, en realidad, nunca la persiguieron con seriedad. Fomentar la innovación es conseguir que las empresas asuman el gran riesgo de la innovación, que se añade al habitual de la actividad empresarial. La política de innovación tiene como principal objetivo reducir el que procede de actividades innovadoras, con el fin de que más empresas se impliquen en ellas o emprendan otras más arriesgadas y, a la vez, más prometedoras. Y como es lógico, cuanto mayores sean los riesgos asumidos mayores tendrán que ser los incentivos. Además, existen umbrales por debajo de los cuales no habrá efecto incentivador y se habrán malogrado recursos.

Hay dos vías no excluyentes para la política de innovación. Una es la financiera, que destinará importantes recursos a este fin, siempre evitando que se perturbe el buen funcionamiento del mercado, porque de lo contrario puede ocurrir que sean las empresas menos eficientes las que salgan beneficiadas de esta política. La otra vía es propiciar un entorno empresarial que haga menos probable y menos oneroso el fracaso de la innovación. Varios instrumentos han sido diseñados para este fin. Uno es la puesta a disposición de las empresas de instituciones públicas de I+D. Otra es la eficaz protección de la propiedad industrial de los resultados de la I+D. Una tercera es un adecuado tratamiento de las suspensiones de pago y las quiebras que tienen su origen en el fracaso de la innovación. Una cuarta es la compra pública de tecnología innovadora, en Europa una novedad aunque no en EE UU, que ofrece un incentivo real a la innovación, porque en caso de éxito asegura un primer mercado a la oferta innovadora que, supuestamente, le abrirá otros muchos. Un ejemplo reciente de política de innovación es Corea del Sur. Se embarcó en ella directamente, sin haber iniciado ni políticas científicas ni tecnológicas. Aplicó enormes cantidades de recursos, que fueron una de las causas de su crisis de 1997, solucionada con un rescate por el FMI de unos 55.000 millones de dólares. Pero no cabe ninguna duda de que este país está hoy entre los más desarrollados.

"En España, la reducción de recursos en política científica puede hacer peligrar lo ya logrado"

La sigla I+D+i nos está haciendo un flaco favor porque, por una parte, nos induce a considerar menos importante la innovación, cuando es el resorte de desarrollo económico que les queda a los países avanzados y, por otra, justifica no prestarle una atención diferenciada que exigiría más inteligencia y muchos más recursos. Tenemos, desgraciadamente, muchos ejemplos en los que vemos que no estamos prestando la atención debida ni siquiera a instrumentos que ya hemos incorporado a nuestro confuso conjunto de aquellas políticas. Podemos citar la Ley Concursal, la compra pública de tecnología innovadora o los incentivos a la colaboración pública-privada.

Juan Mulet Meliá es doctor ingeniero de Telecomunicacion y miembro del Consejo de Insight Foresight Institute (IFI).

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